Por: Fabricio Portelli
Se va el 2012, aunque en realidad nada cambiará mucho a partir del 1º de enero, más allá del numerito final de la fecha. Pero es cierto que, por naturaleza, en esta época hacemos un balance al mismo tiempo que renovamos las esperanzas por el año que comienza. Esta vez no solo quiero compartir mis sensaciones por lo que fue y mis anhelos por lo que se viene: quiero hablar del vino.
Fue un año interesantísimo en términos vínicos. Recuerdo haber hablado de la gran cosecha 2012 en los primeros meses del año, también de la consistencia, de la gran calidad de los vinos… en fin, de muchos aspectos. Algunos de mis pensamientos, compartidos desde esta página, relataban lo que pasó, lo que estaba pasando y otros, lo que creía que iba a pasar.
Hoy miro hacia atrás y no me queda más que reconocer mi admiración por el vino argentino y confirmar lo imaginado. Voy más allá. Fue un año en el que conocí muchos nuevos vinos, además de las nuevas cosechas. Flamantes líneas, sorprendentes por su relación calidad-precio, como los Nicasia Blends de Catena Zapata, por ejemplo. Vinos innovadores desde todo punto de vista como los elaborados solo por Matías Michelini (Brutal, Hulk, Bonarda Pura, Malbon, etcétera) o con colaboradores (Paso del Sapo Chardonnay con nuestra colaboradora Paz Levinson). Vinos con una evolución cualitativa tan elocuente como sorprendente, como es el caso de los top de Zuccardi (Z, Q Malbec…). Vinos de terruño que no solo provienen de un terroir específico, sino que hablan de él desde la copa: los Riglos de Gualtallary, los Aluvional de Zuccardi de La Consulta y El Peral.
Nuevos jugadores que sorprenden, como Oscar Marcovecchio y sus Viña Vida Reserva. Vinos de autor que ya dan la vuelta al mundo y prestigian a todos los demás, como el Gran Enemigo 2009 de Alejandro Vigil. Enólogos consagrados que confirman con sus productos todo lo que insinúan, como Daniel Pi. Jóvenes que se quieren comer la cancha y están dispuestos a correr la carrera. Saben que el Viejo Mundo les lleva una gran ventaja en lo que respecta a vinos de origen (pago, cru, terroir), pero no les importa y están convencidos de que lo alcanzarán, como Sebastián Zuccardi, Matías Riccitelli, Marcos Fernández, Juan Pablo Michelini, Santiago Mayorga, entre muchos otros. Un Miguel Brascó brillante a su edad que inspira todo lo que cualquier enófilo sueña: vivir una vida plena a manos del buen beber y el buen comer.
Pienso y me doy cuenta de que son infinitas las cosas que he vivido este año gracias al vino argentino, pero hay algo que quiero compartir especialmente. El vino, se sabe, cambia el ánimo de las personas.
Lo mejora siempre que el placer sea la consigna. Pero también hace más grandes a quienes lo hacen y, en nombre de ellos, los que dan la cara por cada etiqueta, a todo un equipo innumerable de personas que trabajan mancomunadamente para lograr el gran objetivo: dar placer. El vino también puede hacer que un lugar (o terruño) sea famoso y que miles de personas quieran visitarlo para disfrutar in situ. Estoy seguro de que esto es lo que se viene en la Argentina vínica de 2013. Será el año en que los vinos de los terruños ya descubiertos (La Consulta, Gualtallary, Altamira, Las Compuertas, Vistalba, Agrelo, Cafayate, Mainqué) comiencen a diferenciarse de sus pares y, por ende, que el origen pase a ser más importante que la uva, que la mano del hombre, que la marca y hasta que la bodega misma. Se abre una nueva dimensión y empezamos a jugar en otro nivel. El nivel del primer mundo vínico. Si bien la historia aporta al prestigio de un vino, es esa condición de único que solo imprime el terruño lo que lo puede diferenciar de los millones de competidores. ¿Será la tierra la que marca la diferencia o son los hombres los que hacen posible que la tierra se exprese? La respuesta no tardará en arribar y en todo caso no cambiará mucho saber si son los aluviones los que hacen a Altamira único o los hacedores de vinos que buscan esas complejidades geológicas para plantar allí sus vides, aunque también puede nacer un terruño a partir de un hombre. Recuerden este nombre: Chachingo, en lugar con ansias de república (vínica). Todas estas cosas, todos estos lugares, todas estas personas, todas las sensaciones y todo lo que me puede decir un vino desde la copa es íntimo, inmenso e inexplicable. Algo tengo bien claro: no es magia, es vino.