Por: Fabricio Portelli
Como espectador privilegiado del ámbito vinico local, me hago esta pregunta a diario. Y más, desde el lanzamiento de la última campaña de comunicación lanzada con el firme propósito de promover el consumo de vino. Sin embargo, al escuchar todas las campanas, la incertidumbre me invade y siento que se desvanecen mis deseos de comunicador.
Por un lado está la industria. Una palabra algo dura que resume pero que confunde lo que verdaderamente son y significan todas las personas involucradas, y que hacen posible que podamos descorchar a diario vinos en casa o en un restaurante. Porque son infinidad de manos que trabajan en silencio a lo largo de todo el año. Muchos en las viñas, sufriendo (además de los avatares cotidianos que este país nos depara) por el clima, rogando que no se lleve de un plumazo ( o mejor dicho de un climatazo) el esfuerzo de todo un año. Desde familias enteras anónimas que viven de una pequeña finca, hasta los grandes terratenientes de viñedos high class. También en las bodegas hay infinidad de trabajadores que respiran vino todo el día. Y alrededor de todos ellos, un mundo de gente que se mueve para, en definitiva, llevar placer a las mesas. Proveedores de insumos, transportistas, distribuidores, vendedores, sommeliers, restauranteurs, dueños de vinotecas o de grandes comercios, y hasta los comunicadores como yo. Demasiada humanidad junta, que trabaja día a día para que todos puedan disfrutar en sus copas de buenos vinos, no se puede resumir en una palabra tan dura como industria. Sin embargo es así.
Y del otro lado, está el consumidor; en realidad miles y miles de consumidores.
Pero ¿estamos todos del mismo lado, o unidos?
Yo creo que no, o al menos no como antes. Cuando en las mesas de todos la botella de litro con tapa a rosca que puso de moda el peronismo, o las damajuanas si la convocatoria excedía los diez comensales, eran omnipresentes. Y si bien fue en el siglo pasado, pasaron menos de 40 años desde aquel entonces.
Y encima, si a todo esto le sumamos que desde el nuevo milenio la industria del buen vino exploto, se diversifico y trascendió las fronteras exitosamente, más nos alejamos del ideal de unidad entre industria y consumidor. Porque se supone que ahora hay mejores vinos, muchos más que antes, para todos los bolsillos (el de más alto precio puede costar hasta 1000 veces más que el más económico), y que son incontables los lugares donde conseguir vinos (hasta internet esta inundada). Además, con la proliferación de sommeliers y medios especializados, supuestamente los jóvenes se volcaron al vino, y muchos otros (jóvenes de alma) que lo veían pasar, ahora no sólo lo miran con buenos ojos, sino que también se lo toman. Entonces, si la “industria” esta pasando por su mejor momento y los amantes del vino abundan, por que la brecha entre unos y otros es tan grande. Estimo que esa grieta se ha formado involuntariamente, porque definitivamente aleja al consumidor del vino en lugar de alentarlo a un mayor consumo. Y creo que esto se dio porque han puesto el foco en los aspectos equivocados. El afán (y la necesidad) por vender dejo en el olvido al atributo más importante que tiene el vino para unirnos. Y es su magia. Ese no se que se siente al beberlo. La misma sensación que sienten muchos al probar un bocado especial, escuchar una canción, mirar un cuadro o una película o leer un libro, por ejemplo. Ni el precio, ni la marca, ni quien lo hizo, sino eso que el vino hace sentir al que lo toma es su gran valor. Yo no se sí a esta altura la industria dará el volantazo. Pero si creo que nosotros, los que lo disfrutamos, estamos a tiempo de contagiar a los que aún no se han sentido tocados por el vino. Y si cada vez somos más los que sentimos confianza y placer al descorchar, seguro que las diferencias que hoy alejan las partes, comenzarán a desaparecer. Y la disputa entre viñatero y bodeguero, o bodeguero y retail, quedarán en el olvido, y quizás así el vino volverá a unirnos como antes.