Por: Mati Shapir
Si hay alguien que encarna el verdadero peligro en este condominio, ese es el nuevo vecino, Juan Pablo Oks.
No estoy hablando del típico matón de pasillo que podría apuñalarte por ruidos molestos, no, giladas no. Juan Pablo Oks podría representar una mente criminal mucho más sofisticada, o tal vez, quizá, podría ser un gran tipo que sólo tiene algunos problemas de sociabilización. No lo sé.
Ya era tarde, bajamos con Sharon por la escalera dispuestos a reventar la noche, lo que se dice tomar la vida por los cuernos, y bueno, estábamos dispuestos como muchos otros jueves a enfilar rumbo a este boliche swinger —que todos los que viven por acá conocen— sólo que nosotros siempre seguimos media cuadra de largo para llegar a la parrila de Don Rosendo.
Ojo, no tengo nada contra los swingers, pero me parece un error grosero poner semejante boliche a media cuadra de una parrilla. ¿En qué mundo un grupo de sexagenarios en tanga le podría competir a una bondiola de cerdo a punto?
—Shhh, ¡cuidado que está el loco! —le dije a Sharon ni bien lo vi en el pasillo. Hay que decirlo, ella no sabe tanto como yo de psicología, tiene más bien un pensamiento de hippie naif, con cierta tendencia al exceso de sociabilización, algo poco recomendado en estos casos.
—Dijimos que no le íbamos a decir loco ni perturbado —me reprimió Sharon—, vamos a darle una oportunidad.
—¡No le hables! —dije yo—, la mayoría de estos loquitos siempre establecen algún tipo de contacto previo con la víctima —le dije en voz baja, y luego de una pausa seguí—, lo vi en CSI Miami.
Acá voy a resumir un poco porque la charla se dió en unos términos que a mi personalmente me ofendieron. Sharon dijo que si yo me puedo relacionar con el rengo apestoso del quinto, y los fiambreros desagradables del décimo, entonces ella va a hablar con cualquier perturbado que se le cruce. Yo le dije que desde mi perspectiva hay que diferenciar lo que representa un mero desagrado visual o si se quiere, olfativo, de un verdadero riesgo de vida. Ella dijo que yo debería estar medicado —esto también lo había dicho mi psicólogo antes de que lo mande a la puta que lo parió—. Yo dije que no espere actos heroicos de mi parte, que cada uno está por su cuenta en esta riesgosa empresa.
Nos acercamos un poco más a Juan Pablo Oks, pudiendo ahora notar que caminaba sobre las líneas en forma zigzagueante, estrictamente sobre las líneas de cemento que unen las baldosas. Como podía preveerse, Sharon lo saludó.
—Hola, soy Sharon —dijo—. Él es Matías.
—Ella es Sharon —repetí yo, al tiempo que daba un paso hacia atrás—. Sharon. Con ese y hache —insistí, intentando que se olvide lo antes posible mi nombre y todo lo relacionado conmigo.
Juan Pablo nos saludó tartamudeando. Yo ya sabía que era tartamudo porque me lo dijo Elisa, Pero cuando lo escuché tartamudear, cuando me dí cuenta la forma perversa en que arrastraba la ‘a’, la ‘a’ de asesino, sentí un escalofrío, supe que era el final. —Estamos muertos —le dije a Sharon por lo bajo —te lo agradezco —agregué.
Totalmente desinteresada en mi opinión, Sharon siguió hablando con Juan Pablo, quien haciéndose el inocente, nos invitó a cenar esa misma noche a su casa.
—Imposible —dije yo— ya tenemos planes.
Sharon me miró con cara de reprobación. —Dijimos que íbamos a probar cosas nuevas, que íbamos a dejarnos llevar —me dijo.
—No me vengas ahora a tildar de conservador —le dije yo—, sabés bien que soy un tipo abierto al cambio, a seguir los impulsos.
Ella puso cara de duda, como ninguneándome. Yo reaccioné rápido trayendo pruebas irrefutables.
—¿o no te dije que hoy en lo de Rosendo pidamos matambre en vez de bondiola? —le pregunté.
—Estoy hablando de otra cosa —dijo ella—. Necesitamos asumir riesgos.
—Mirá… —dije abriendo los brazos y resoplando, pero dispuesto a negociar. Sé que toda relación de pareja se basa en la negociación—. ¿Sabés qué? Vamos a lo de Rosendo, pedimos una parrillada para cuatro y dos provoletas, nos ponemos en pedo y le vomitamos la puerta a los swingers cuando volvemos.
Sharon sólo me miraba. Hubo un tiempo en que todas mis ideas le parecían buenas, y posiblemente se hubiera sumado a esta odisea de vómito sexual, pero ya hace tiempo de eso. Ya sabía que esto no tenía posibilidades, sólo se trataba de ganar tiempo.
—Te lo digo, le llenamos la vereda de queso y morcilla a los swingers esos… —dije entusiasmado, a los gritos, casi jadeando.
Por un momento me olvidé de todo, de Juan Pablo, de Sharon, de todos. Ya estaba completamente embarcado en este nuevo proyecto.
—¡Que se enteren de una vez! —grité— ¡este es un barrio de monógamos carnívoros!.
Hubo un silencio largo. Yo estaba agotado. Me dejaron cansarme solo. Cuando me di cuenta eran las 22hs y estábamos cenando en la casa de Juan Pablo.
Tengo que decirlo, Juan Pablo es un tipo macanudísimo. Volvimos de madrugada, luego de varios vinos.
—¿Viste? —dijo Sharon— había que darle una oportunidad.
—Si, la pasamos bien… —le respondí— pero lo del vómito también era buen plan.