Universidad

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La época de la universidad, en mi caso, fue el comienzo del aprendizaje de mi vida. Aprender era una constante. Viajar se convirtió en parte de mi misma, y principalmente la mejor universidad a la cual pude asistir. No solo por los bellos lugares que conocía, sino por las personas que se me cruzaban en el camino. Entendí, que cada uno lleva una mochila en sus hombros, y solo al permitirse irse de su realidad puede ver con más claridad con lo que carga. Sobretodo porque la mochila va con uno a todas partes. Kilómetros de distancia de tu lugar de origen te separan y al encontrar personas con las que te relacionas de la misma forma que en tu hogar te planteas que el problema no esta en los otros sino en uno mismo. ¿Si puedo cambiar en este lugar, voy a poder modificarlo en donde pertenezco? Así comienza uno a transitar la etapa de convertirse en adulto.

Elegí Relaciones Internacionales porque me gustaba viajar, en realidad nunca leí un programa o las materias que contenía. Resulto siendo cultura general, estudiaba un poquito de todo. Nunca estudie porque debía sino porque quería saber, quería entender. Estudiaba para mi misma, lo cual resultaba que tuviera buenas notas dado que sacaba conclusiones de lo que leía. En ese entonces, yo quería ser actriz, la pintura solo era un canal para comunicarme conmigo misma. Hasta que un día me di cuenta que quería actuar de mi misma. Deje teatro porque no quería representar el papel de otro, sino quería accionar en la vida misma. Los cuadros comenzaron a exponerse y a encontrar su rumbo.

La primera lección que empecé a aplicar en esta etapa de mi vida fue “hacer todo lo que sentís”. De alguna forma estaba queriendo recuperar a la niña sana que llevaba dentro. Claro que muchas veces me exponía más de lo necesario, o hacia cosas que no eran las supuestamente correctas. Me atropellaba ante el cúmulo de sentimientos que tenia, pero la única forma de empezar a autolimitarse fue permitiéndome hacerlo todo. Me tuve que equivocar para aprender. Así de a poquito sola me fui encauzando. Dándome cuenta de mis propias limitaciones y de lo que realmente me hacia bien, pero para ello tuve que experimentar.

Quería saber si realmente no me gustaba trabajar de lo que había estudiado, para no ser vieja y decir “… y si hubiera”. Esta frase que escuchaba continuamente en los adultos desde que era chica me molestaba. No quería que me pasara lo mismo, no quería arrepentirme de algo que no hubiera elegido. Mi pensamiento era: “Si te arrepentís de no hacerlo es que tenes que hacerlo”. Aprendí a ponerme auriculares al ir a trabajar, ser leal a mi misma, era mi lema, sin importarme lo que hacían los demás. Logre sentirme útil y aprendí a ver como las personas se comprometen en el trabajo de distinta forma. Sentía que la diferencia estaba en hacerme cargo de lo que había elegido y tratar de hacer lo mejor que podía, dar lo mejor de mi, así ese tiempo se convertía en valioso y no en una carga. Aprendí mucho de la vida trabajando en una oficina, haciendo no siempre las cosas que me gustaban, pero comprometiéndome al hacerla de la mejor forma que podía y claro encontrando siempre espacios para poner mi color, mi cuota diferente. En un momento trabajaba de secretaria de un embajador y realmente me aburría, así que pensé que podía hacer para cambiar la situación. Empecé a poner poemas en el sistema interno de cancillería. Todas las semanas un poema, creaba dialogo y controversia en ese lugar que parecía tan cerrado. Me di cuenta que todos necesitamos expresarnos, que todos necesitamos una oportunidad para abrir nuestro corazón y decir lo que nos pasa. De esta forma deje de aburrirme para sentirme útil porque tenia un canal propio para comunicarme con otros y me sentía feliz por el intercambio que se producía. Una simple acción provocaba un montón de reacciones. Ese jefe, un día me llamo a su despacho para conversar y me dijo: “María has pensado en tu futuro, porque en realidad yo te tengo que decir que las comunicaciones han avanzado de una manera extraordinaria, no sé hasta cuando la diplomacia se va a mantener con la estructura actual”. Me acuerdo que salí desorientada, me estaba diciendo algo que no quería ver: nada es realmente seguro en esta vida. Me tenía que jugar por lo que realmente sentía. ¿Ser artista era igual de inseguro que ser licenciada en relaciones internacionales?

Luego de 5 años de estudiar, me daba cuenta de esa gran mentira que me creí yo misma: “Mis padres no quieren que pinte, porque mi futuro sería incierto, etc”. En realidad era yo misma la boluda que en vez de tener cojones y lanzarme a la nada preferí lo seguro. Pero también asumo que no creo que estaba preparada, por algo tenia que transitar ese camino. Cada uno escucha lo que quiere escuchar o mejor dicho cada uno recrea su propia mentira y la lanza en palabras como verdad. Sin darse cuenta que uno solo así busca reafirmar ese mundo falso construido en columnas de palabras sin contenido, que busca afirmar la existencia, que intenta dar respuesta, que trata de recrear supuestos que te ayudan a enfrentar la vida. Crees que con todos esos supuestos estas firme, te convences de esa mentira. Solo la incertidumbre es real en este mundo, solo aceptando y reconociendo lo que queres podes tener cierta seguridad de adonde llegaras.

amsterdam
Me fui de intercambio a los Países Bajos, un sueño desde mi infancia. En realidad nuevamente me di una oportunidad para conocerme más. Allí tuve tiempo para conectarme con lo que me gustaba hacer. Había días que me preguntaba ¿Qué tenes que hacer hoy? A lo que me contestaba “Disfrutar del sol”. Tuve grandes maestros en ese viaje que jamás podré olvidar, maestros de la vida. Fui a estudiar Derechos Humanos y termine saliendo talento de la ciudad por mi pintura, fue la primera vez que sentí que tal vez podía vivir de mis colores. Mientras vivía allí, me fui de viaje sola por un mes a Grecia y Turquía, en donde todas las personas que me encontraba tenían entre 30 y 35 años, habían renunciado a sus trabajos para ver lo que querían, se embarcaban en un viaje a lugares desconocidos para encontrarse a ellos mismos. Sentía que yo no me permitía hacerlo con 23 años, que siempre tenia que hacer lo que había que hacer, seguir el camino: estudiar, recibirme, trabajar de lo que había estudiado, hacer lo supuestamente correcto. Así fue como tome mi primera decisión, no volvería a los seis meses como se esperaba, sino me quedaría hasta que sintiera que se había completado la etapa. Con tanta determinación llame a mi jefa para contarle mi decisión, a lo que me contesto: “no te preocupes que te esperare hasta que decidas regresar”. Una nueva lección que aprendía, solo el que se da su lugar logra que se lo den. Solo el que sabe lo que quiere lo obtiene. Entonces, la segunda lección que aprendía era “empezar a decir lo que sentía o presentía. Ponerle palabras a mis percepciones que terminaban siendo correctas”. En una palabra me estaba haciendo cargo de mi intuición. Al quedarme tres meses más de lo planeado, muchas cosas sucedieron que las necesitaba para mi alma. No solo nuevas cosas descubría, sino que apareció un hombre que me hizo servicio de lavandería, me hacia volver a creer en el amor.

Un día mi papa me dijo, deja de mostrarte como un insecto cuando sos un león. Hacete cargo de tu vida, solo exponiendo tu verdadera naturaleza vas a poder lograr lo que te propones en la vida. Fíjate nuevos objetivos, fíjate nuevas metas y salí a buscarlas. Pero para eso, primero me tenía que reconocer a mi misma. Quería rescatar al mundo, pero me olvidaba de rescatarme a mi misma. Quería salvar a los otros pero me olvidaba de exponer lo que sentía, de alguna extraña manera no podía comunicar lo que mi alma quería. Todavía no era suficiente, todavía mis sentimientos no encontraban el camino correcto para exponerse.

Me termine convirtiendo en un personaje de cuentos de hadas en donde la magia plagaba todos los momentos, llenándolos de anécdotas maravillosas que yo permitía que me sucedieran. Ficciones que no salen a la luz de las cámaras pero que terminan siendo aún más surrealistas e irreales que cualquiera de las historias que se oyen por doquier. Dormir en el desierto, encuentros callejeros, hombres de miradas profundas, de destinos lejanos que se mezclan y se convierten en príncipes por momentos, noches de veladas de misterios, lugares extravagantes, paradisíacos, regalos inesperados, viajes por lugares remotos y deseados a la vez, personas que se convierten en amigos, en maestros, en alumnos y en amores que nunca podrán ser olvidados. Historias siempre con comienzo pero nunca con final definido, siempre terminan volviendo a resurgir sin saber como. Vivía como lo había soñado desde chica, vivía permitiéndome ser diferente en cada lado que iba, vivía entendiendo y comprendiendo que las cosas cambiaban, partían, se soltaban, no duraban para siempre.

Pero a pesar de la multiplicidad de lugares, ambientes, en los que me encontraba dada la ayuda de este mundo globalizado y esta conexión posible constante e instantánea; muchas veces me sentía sola. Una soledad difícil de explicar dada la gran cantidad de gente que me rodeaba, pero que la mayor parte del tiempo cumplían un lugar, un momento y sin saber como desaparecían, se distanciaban por circunstancias fuera de nuestro poder, y nuevamente volvía a comenzar. Me convencía cada mañana que el verdadero llegara, el compañero que me llene y quiera volar, pero en la rutina cotidiana la soledad se sentía. Es ese silencio en medio del ruido, esa lagrima escondida en el corazón que aunque no se nota, molesta. Ese sonido melancólico en los oídos que no se apaga, porque palabras de amor no se oyen, para calmar al corazón que reclama. Esa soledad que invade tantos corazones, sobretodo en estas grandes urbes, ciudades plagadas de individuos y medios de transportes que aunque conectados parecemos encontrarnos, vacíos y solitarios caminamos día a día sin alimento para el alma, porque aunque tan fácil parece es difícil enamorarse. Uno muchas veces intenta convencerse con personas que solo llenan partes del ego que importa en el ser pero que en definitiva no satisface la verdadera esencia. Yo había tenido suerte la primera vez, pero cuando decidí soltarme, volar, para ver nuevos horizontes, me encontré que no era tan fácil como pensaba. Muchas veces, aunque uno quiere no puede.

El fin de esta etapa la dio un viaje. Me fui a Australia en busca de algo que nunca se dio como soñaba pero cuando pensaba que había hecho tan largo viaje por nada, encontré las respuestas que estaba buscando en el avión de regreso. Asimismo, había estado conviviendo durante cuatro días en Sudáfrica en un safari con animales con quince mujeres que venían de los países más “desarrollados” del mundo, como Alemania, Estados Unidos, Holanda y Canadá. Ellas, habían pagado para ayudar a orfanatos de chicos con Sida perdidos en África. Estaban donando su tiempo y su dinero para ayudar a otros. Al escuchar sus historias, me sentí por primera vez egoísta. Yo había ido a Australia a comprobar si un hombre con el cual solo compartía líneas cibernéticas era el hombre de mi vida, me había gastado todo mis ahorros en cruzarme el océano, dando vueltas por las tierras australianas buscando respuestas que no encontraban preguntas y principalmente me había dado cuenta que no podía comunicarme porque estaba mas perdida que cuando había empezado el viaje.

Justamente cuando ya no esperaba nada, cuando regresaba, el encuentro en un aeropuerto, me cambio la vida. Reafirmándome la idea de que los desconocidos pueden darnos los mejores consejos si estamos abiertos a recibirlos. Así fue como este hombre que conocí en el trasbordo de un avión a otro, de regreso a Buenos Aires, me dijo que tenía que conectarme con mis raíces, con la tierra, con la pachamama, que allí encontraría todas las respuestas. Si era realmente artista no podía estar sentada en una oficina desaprovechando mi tiempo, tenía que arriesgarme y hacerme cargo de quien era, para eso tenia que hacer un viaje. ¿Un viaje? Pensé en mis adentros la idea de irme de nuevo de viaje después de estar casi dos meses dando vueltas arriba y abajo del planeta, mirando los animalitos de la tierra, del agua y los diferentes medios en los que habitaban, no entendía que mas me faltaba ver. No tenía plata además para irme de nuevo de travesía, tenia que volver a trabajar. Lo cual este hombre me tiraba por la borda todas las decisiones que maduramente había tomado hacia solo unas horas atrás en el avión. ¿Cuando ya no lo buscaba, me llegaba la hora de renunciar?

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