(Inspirado en la imagen de Linda Bergkvist)
Los rayos de luz comienzan a asomarse en el bosque dormido. Todavía no se ha despertado. Su guardián espera solitario la hora de partida. Tan solo segundos faltan para que se desvanezca hasta la hora del crepúsculo donde comienza de nuevo su accionar. Una y otra vez, cíclicamente.
A pesar de las ataduras de su alma, sus alas se extienden como notas musicales atrayendo a los pájaros en su andar. La noche lo seduce, lo pierde por laberintos de abetos que se adentran hasta el interior donde se encuentra solo. En esa máxima soledad encuentra su creatividad, su vuelo, sus recuerdos.
Recuerdos de una libertad que añora ahora al estar preso de las penumbras, de la oscuridad tan plena. Se ha olvidado de las caricias que brindan los rayos del sol, de los colores vibrantes de las flores, del color cristalino de las aguas del rió.
Su nombre es Tino hace cien años que su alma esta en vela, vaga por las noches siendo el encargado de que en los bosques reine el silencio para que los seres oscuros puedan crear sus conjuros. Antes, sus alas se encontraban llenas de colores y con un arpa en sus manos tocaba las dulces melodías de la mañana. Era angelical en todos sus poros, enamoraba por su belleza con solo suspirar. Aprovechando de sus dotes, comenzó a seducir a cuanta doncella de aire, fuego o agua encontrara en su camino.
Las horas del día no le alcanzaban para entrelazarse entre los encantos de alguna de sus beldades. En cada una encontraba algo, una esencia única, que hacia que no pudiera dejar de probarla. Así engañaba a la hada de las rosas con la ondina de la cascada mas alejada, a la hada dorada con la Ariane mas joven y así. Nunca se satisfacía, ninguna le era adecuada.
A su vez, cada encuentro, le hacia crear nuevas melodías que luego disfrutarían todos los seres que vivían en el bosque y eso agravaba la situación de sus búsquedas. Jóvenes, viejas, coloradas o rubias, esbeltas o fornidas, todas se convertían en notas musicales que intensificaban o endulzaban a una de las melodías.
Las primaveras y veranos pasaron, Tito no dejaba de engañar a sus princesas que duraban cada vez menos como sus compañeras diarias. Su fama se fue esparciendo por todos los límites del bosque pero así también su ingenio. Cada vez resultaba mas atrayente para él cazar una doncella con sus encantos que empezó a olvidarse para que lo hacia. Así las notas musicales se fueron desordenando, hasta que su arpa fue incapaz de tocar alguna bella melodía. Pero su ansía por poseer mas encantos vírgenes superaba su deseo de creación lo que lo llevo a cometer un grave error.
Una mañana en la que ya no podía tocar por faltarle melodías, decidió salir de paseo por las praderas de flores. Su vanidad cada vez era más grande ya que nadie se resistía ante sus encantos hasta conocer a Clara. Clara era el hada de las margaritas mas joven, de alma pura y de una ingenuidad avasallante. Esa mañana, Clara, estaba acariciando los pétalos de una margarita marchita tratando de revivirla con su magia cuando Tino la diviso. Por unos segundos se quedo escondido atrás de una seta observando sus movimientos. Creyó que la gracia de esa hada tan pura le devolvería su amor por la música que había perdido. Cuando estaba preparado para abalanzarse a su nueva presa, como el mejor cazador; la hada del tiempo Clarividencia se presentó. Clarividencia, una de las hadas más viejas y de mayor sabiduría le advirtió que hacia tiempo que sabía de sus picardías con las bellas del bosque pero ante Clara sus intenciones se reflejarían como un espejo perdiendo lo que más deseaba. No podía precipitarse esta vez porque su alma quedaría presa en su peor tormento. Clara era el hada de la verdad más pura y solo podían mirarla a los ojos los de corazón puro. Así Tino por primera vez en mucho tiempo contuvo su impulso y volvió a su refugio entre los árboles.
La imagen de Clara lo atravesó por todos sus poros, logrando componer nuevas melodías de nuevo. La magia había retornado en su arpa, tocando como solía hacerlo antes de perderse por las pasiones carnales. Desde esa mañana, todos los días luego de expandir sus nuevas canciones al amor iba a contemplar a Clara desde cierta distancia porque temía ver lo que su reflejo mostrara. Las canciones volvieron a fluir, la inspiración no paraba de crecer y su amor por Clara ya no lo podía contener. Las lagrimas que fluían por no poder estar cerca de ella al verla empezaron a limpiar su corazón nuevamente, día tras día se purificaba. Así fue como el día menos pensado, Clara lo sorprendió a él. “Tus melodías han llegado a mis oídos, encantas todas las mañanas con tus notas musicales y deseaba conocer al portador de tanta inspiración”, le dijo ella al presentarse. Sus ojos se reflejaron al fin en los de ella y una lágrima termino de depurar las manchas de su alma. Así Tino y Clara comenzaron a vivir el amor, ella desde la ingenuidad más pura, él desde un sentimiento que desconocía hasta ese momento.
El bosque nunca tuvo tantos colores desde la visión de los enamorados, cada uno brindaba lo mejor de sí a su alrededor, reflejo de sus almas. Eran la envidia del bosque, lo que Tino no sabía era que las beldades que él había seducido no podían olvidarlo. Estas decidieron juntarse para llevar a cabo un plan, cuyo propósito era probar hasta cuanto podía resistirse de su propia vanidad que parecía haber desaparecido por su amor a Clara. Así decidieron tenderle una trampa, buscaron las cosas más bellas del mundo y las llevaron al interior de un abeto, al cual usando conjuros lo decoraron de color rojo escarlata.
Así fue como una tarde luego de separarse de Clara, Tino escucho una melodía muy particular que lo sedujo hasta el interior del abeto. Su curiosidad lo llevo a entrar sin percatarse de la conspiración que había detrás. Las hadas que alguna vez lo habían alucinado desfilaban una detrás de otra por todos los recovecos del árbol ofreciéndole las mas ricas comidas llevadas a cabo con los frutos mas extraordinarios, las mas bellas joyas, y trajes hilados por las arañas de las cuevas oscuras, casi imposibles de conseguir. Una a una iban pasando las beldades, y aunque la imagen de Clara estaba presente en su alma con gran ahínco, su ego empezó a tomarlo de rehén. Su propia vanidad no lo dejaba salir del árbol, dejándose persuadir por tantos placeres. Así se dejo perder de nuevo, y cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo ya era demasiado tarde.
A la mañana siguiente, su arpa no pudo tocar de nuevo, lo que atrajo a la niebla que se expandió por todo el bosque. Tino no sabía que hacer, el recuerdo de la noche anterior le dolía en su alma. ¿Le contaría a su amor de su engaño o le mentiría por temor a perderla por haber sido tan débil de alma? Tino trato de esconderse todo el día de Clara, pero la joven hada no entendía porque las melodías no habían llegado hasta sus oídos esa mañana y temió que le hubiera ocurrido algo a su amor; lo que la hizo buscar con más empeño. Así fue como en el crepúsculo, Clara se le apareció y Tino no pudo mirarla a los ojos perdiendo la oportunidad de decirle la verdad para que su corazón quedara puro de nuevo. Tino calló y Clara busco contemplar los ojos de su amado encontrando el reflejo de su engaño en él. Una ráfaga de las profundidades de la tierra surgió tomando a Tino de rehén, confiscándole a las tinieblas de la noche, a la soledad más absoluta, al silencio de las almas que vagan. Así, Tino no solo perdió el amor de Clara sino también su amor por las notas musicales, su esencia, su don.
Las hadas traviesas que llevaron a cabo el complot se apenaron del dolor de Clara por perder a su amor, y de vez en cuando se dan cuenta de la perdida de esas bellas melodías apasionadas que se escuchaban a la mañana que solo Tino podía tocar tan bien por su gran poder de seducción.
Entre tanto, a Tino la tristeza lo inunda por doquier. Su espíritu se ha desvanecido al igual que él lo hace con la luz del día. En las horas más oscuras, antes de salir el sol, su mirada se pierde, la melancolía lo inunda. Algunos pajaritos se le acercan, asombrados lo contemplan. ¿Reconocerán a Tino, por lo que fue algún día? Ni él ya puedo recordarlo. A veces, las pequeñas aves lo enfrentan y en algún destello de sus ojos todavía se encuentra presente la leyenda del creador de las más bellas melodías de la mañana que no supo cuidar del don que poseía y ahora tenia que cuidar del silencio, palabra que en su nacimiento desconocía.