VALIJA TERRORISTA Cuento

#ColoresDeMilagros

amsterdam

Después de ocho meses viviendo en Holanda, me despedía de ese país. Utrecht quedaba atrás guardado como una joya en mi corazón. Un nuevo capitulo comenzaba y no podía saber lo que me esperaba. Era un 2 de agosto del año 2001. De Ámsterdam a Paris fui en tren con más bolsos de los que podía cargar, pero no tenía otra opción porque no me había organizado. Al llegar al hotel, me di cuenta que así no podría continuar viajando el mes que me faltaba para volver a casa. Decido enviar por correo el contenido de una de las valijas, para no pagar una fortuna por el exceso de equipaje en el vuelo hasta Madrid. Empecé a tirar cosas de las valijas sin poder realmente reducir el peso, desde ropa hasta unos ricos té que había comprado en Turquía que compartí con los huéspedes del hotel. Perdí todo un día averiguando el envió, consiguiendo una caja para armarlo y finalmente mandándolo. Con mi escaso francés y la poca voluntad de estos para ayudarme se hizo más difícil de lo que me imaginaba.
La valija en cuestión era negra de tamaño mediano, me la había regalado mi papá y la verdad no quería desprenderme de ella. Intente enviarla dentro de la caja sin resultado positivo. Para tal fin, le había arrancado un bolsillo y una manija con un cuchillo intentando que entrara en la caja mientras una mujer francesa repetía incansablemente que no podía excederme del peso acordado. La valija ya no servia para nada, pero al tener rueditas pensé que sería bueno utilizarla para llevar las bolsas de mano en el metro hasta el aeropuerto. Después de tal trajín, recuerdo que estaba en Paris. No podía dejar de ir a algún bello lugar antes de tomar mi avión. Luego de mirar por unos minutos el mapa de la ciudad de las luces con sus avenidas y estaciones, decido ir a la Bastille a ver la Place des Voges. Uno de mis lugares preferidos, donde el tiempo parece que no paso. Camino lentamente por sus corredores, bajo los portales de esas casas simétricas, dejándome llevar por los colores de las vidrieras tan bien diseñadas y por el espíritu de la historia que se encuentra en cada paso en esta bella ciudad.

A la mañana siguiente, me dirigí al aeropuerto con la valija de mano y la mochila llena. Antes de hacer el check in veo una mujer sentada con una niña y le pido que me cuide la valija negra mientras emito el pasaje. La señora sin problema cuida del equipaje. A los minutos regreso, abro la maleta que contenía las bolsas de mano con libros pesados. Cierro nuevamente la valija vacía y decido dejarla escondida, detrás del mismo banco. Tome las bolsas e hice el abordaje, sintiéndome satisfecha por la misión cumplida. Ahora me restaba esperar la hora de partida del avión. Me senté a dibujar mientras tomaba un café. A los pocos minutos de encontrarme allí, escucho por el altavoz que se buscaba a la persona que había abandonado una valija negra, que por favor se dirigiera al mostrador de la aerolínea. Escucho atentamente el mensaje que se repite varias veces, pero con el conocimiento de que la valija no tenía contenido continúo dibujando. A la hora se repite nuevamente el mensaje, esta vez con tono imperativo se solicitaba la presencia del dueño de la valija negra. ¿Para que iba a presentarme?
Se hizo la hora de partida pero el vuelo se había demorado. No preste interés a lo que estaba aconteciendo dado que toda mi atención se dirigía a estos trazos negros que se desparramaban aleatoriamente por el papel blanco. Con una hora de retraso salio el avión. Al entrar, unos ojos verdes atrapan mi atención. Dejo las bolsas en la gaveta y observo que este hombre de ojos claros no me sacaba la mirada. Así que espontáneamente me surge sonreírle. Se encontraba justo detrás de mi asiento. Mis ojos encontraban cualquier excusa para darme vuelta y mirarlo. La azafata pasa ofreciendo los diarios y advierto que el hombre que me interesaba tomaba un diario en francés. Mi francés se reducía a pocas palabras, no podría comenzar una conversación con un asiento de distancia. Me daba mucha vergüenza con solo pensarlo. Pasados unos minutos del despegue, un niño comenzó a vomitar y a continuación empezó a llorar desconsoladamente; provocando que las azafatas corrieran de un lugar al otro para calmarlo. La criatura era francesa y viajaba solo. La serenidad del avión se había quebrado. Para mi era una suerte, porque el niño se encontraba en la parte trasera del avión y me facilitaba la excusa para seguir observando al galán de mis espaldas. Nuestras miradas se encontraban una y otra vez pero ninguno pronuncio una palabra. Había una complicidad perceptible.
El avión aterrizo. El salio primero que yo, teniendo de esta forma la oportunidad de seguirlo para ver donde se buscaban las valijas. Caminamos por los corredores del aeropuerto y él encontraba cualquier pretexto para darse vuelta y mirarme al igual que yo lo había hecho en el avión. Bajando las escaleras mecánicas nuestras miradas volvieron a encontrarse. Yo me retrase agarrando un carrito y el espero en la escalera haciendo que buscaba un papel hasta que me vio y continuo caminando sin decir una palabra. Ante mi sorpresa, el hombre que cautivo mi atención salio del aeropuerto solo con su maletín de mano, lo que deducía que venia por negocios al estar vestido formal con un traje y una camisa celeste. Yo me tuve que quedar esperando que saliera la mochila de la manga. Me quede con la impotencia de decirle algo. La atracción era mutua y notoria. ¿Adonde iría? Me preguntaba.

Tome el metro que me conduciría al hotel en Gran Vía que había reservado desde el aeropuerto. Como seguía cargada y esta vez sin la valija con rueditas, se me hacia imposible movilizarme en los largos trechos para cambiar de estaciones. Por suerte un chico moreno de Republica Dominicana se ofreció a ayudarme hasta mi destino. Charlamos todo el camino. Se me hacia extraño volver a utilizar mi idioma después de tantos meses hablando en ingles. Claro que el chico trato de concertar una cita para más tarde por la asistencia brindada, a la cual desistí diciéndole que tenía novio. Una mentira para salir airosa de la situación. ¡Sola no podía cargar con todo! Como era la segunda vez que estaba en Madrid ya tenia el itinerario de lo que iba a hacer. Plaza Mayor era mi meta, pero decidí primero ir a comer a la plaza Santa Ana que recordaba de la primera vez. Encontré lugar en el restaurante. Tome sangría y comí unas tapas mientras conversaba con unos españoles que estaban al lado.
Luego de un rato, decido salir caminando por el lado opuesto a la Plaza Mayor sin saber porque. Al llegar a la esquina, veo por la ventana del bar al francés del avión. ¡No lo podía creer! Estaba solo, sentado en una banqueta en la barra mirando para el otro lado. Retorne, para corroborar que realmente era él. Me daba vergüenza entrar, así que seguí caminando. Después de unos minutos, pensé en lo grande que era Madrid para encontrarte de casualidad. Así fue como decidí volver al bar. Lo salude en ingles y al verme el hombre de ojos verdes se sorprendió y al mismo tiempo me sonrió. Me consiguió una banqueta y me invito una copa de vino y comenzamos a charlar. Me subrayó que hubiera entrado a hablarle. Conversamos en ingles sin cesar. Me manifestó que le gustaba mi sonrisa y yo le comente que a mi sus ojos. Había venido por negocios solo por el día como me lo había imaginado. Charlamos del nenito del avión que no dejaba de llorar y de que nos miramos todo el vuelo pero ninguno de los dos hablo. Me comento que me vio siguiéndolo en el aeropuerto pero no sabia que decir. A continuación me referí a lo cargada que estaba de equipaje, que había tenido que dejar una valija abandonada en el aeropuerto de Paris.
Al mencionar la palabra valija, la cara del francés cambia de expresión. Me describe las características de mi valija con tanta precisión que me asombra. Me cuenta que al llegar al aeropuerto, tardo una hora para hacer el check in. La causa se debía a que había policías por todos lados rodeando a la valija negra. ¡Creían que contenía una bomba! Se había desplegado todo un operativo para desactivarla, hasta hacerla explotar para comprobar finalmente que estaba vacía. Mi valija negra era el motivo por el cual el avión se había retrasado. Toda la aerolínea estaba perturbada ante el eventual ataque terrorista, mientras yo me encontraba completamente relajada dibujando garabatos en la sala de embarque. Era muy graciosa la forma en que me enteraba sobre el destino de mi valija. No entendía porque la había abandonado cuando él viajaba siempre sin equipaje y hubiera podido esperar un rato y pedirle que la llevara. Era una opción que no había contemplado en la locura de no seguir tan cargada.
Seguimos tomando vino, la conversación fluía sobre viajes y vida. Cedric, así se llamaba, era muy interesante. En un momento de la conversación le cuento que mi intención había sido ir a la Plaza Mayor y me dice de ir juntos para allá. Pidió la cuenta y salimos caminando del brazo. Llegamos al gran cuadrilátero después de unos pocos minutos de caminata pausada. Nos sentamos en los redondeles blancos en el centro de la plaza, mientras la luna llena resplandecía a lo lejos. Seguimos conversando, cuando de repente, espontáneamente me da un beso en la mejilla. Me mira con sus ojos claros penetrantes y me dice “Tengo que ser cuidadoso”. Lo miro sin entender sus palabras. Continúa diciéndome, que tenía una novia hacia siete años y que la amaba. Esa era la razón por la cual no me había hablado en el avión ni se había acercado cuando salimos de el. Me dijo que mi belleza lo había cautivado desde el momento que entre en el avión. Me quede pensando por unos momentos sin decir una palabra, la situación de que tuviera novia no me gustaba. Se acerco nuevamente y volvió a besarme en el pómulo, y no pude apartarme. La atracción era compartida. Tomo mis manos y me abrazo fuertemente.
Luego me invito a tomar algo en un café de la plaza. Nos sentamos en las mesas de afuera con manteles a cuadros y velitas encendidas. Cedric no paraba de fumar, denotando su nerviosismo de no saber que hacer con lo que estaba aconteciendo. Pidió una cerveza y un café para mí. Su deseo era notorio como así su cargo de conciencia de saber que lo que estaba haciendo no era lo correcto, por lo tanto yo me limitaba a disfrutar de la velada. Seguimos charlando mientras besos se intercalaban por toda mi cara sin llegar a mi boca. Unos músicos con guitarras y violines aparecieron. Comenzaron a tocar melodías encantadoras para una noche de luna llena como si el escenario de una obra de teatro cayera por detrás, las piezas no podían encajar mejor. Ni bien la música comenzó, al compás de estas, Cedric me tarareaba las letras en francés a mi oído lo que me resultaba encantador dada mi fascinación por ese idioma tan dulce. Me estremecían sus roces tan cercanos. Se había hecho tarde, a la mañana siguiente él tenia una reunión muy importante. Me mira y finalmente me dice de marcharnos. Nos levantamos y salimos abrazados por una de las callejuelas poco iluminadas de la ciudad. Me alza en sus brazos y recién en la penumbra me besa en la boca. La pasión nos desbordaba. Caminamos nuevamente con destino a la misma plaza donde nos reencontramos. Allí, me confiesa que él entro al bar de tapas en el que yo comí, y que me vio. ¿Que parecida a la chica del avión?- pensó. Pero como no había lugar, siguió hasta donde yo lo encontré. ¡De alguna forma nos teníamos que encontrar! Le pregunto a donde nos dirigíamos y me contesta que a su hotel a darnos “the last kiss” (el último beso) pero que no haríamos el amor aunque quería estar conmigo.

Fuimos a su hotel cinco estrellas, subimos a su cuarto con vista a la plaza Santa Ana. Nos abrazamos tiernamente y comenzamos a besarnos recostados en la cama. Durante unos minutos fluimos en la energía que compartíamos. Su cargo de conciencia era notorio y la verdad me incomodaba. La atracción era muy fuerte y no era cuestionada. Pero yo no podía ayudarlo si se resistía a liberarse. No me sentía bien estando con alguien que no podía entregarse completamente. Yo quería lo mutuo, no la mitad. El deseaba darme placer sin que yo pudiera darle nada, pensando que de esta forma no engañaba a su pareja; mientras el solo hecho de haberme invitado a su cuarto lo ponía en una situación no aceptable. Yo me sentía satisfecha de la noche que habíamos pasado, para que seguir intentando algo que no terminaba siendo claro, cuando solamente había entrado al bar a conocer al dueño de esos ojos verdes que me cautivaron.
Mire el reloj despertador que se encontraba en la mesita de luz, y le hice referencia de la hora. Me levante de la cama con dirección a la puerta de la habitación y precipitadamente se levanta y me agarra la mano. “No te vayas, vas a estar en mis sueños. Me gustas toda. Estoy feliz de haberte encontrado de nuevo”, me dice y me besa apasionadamente queriendo retenerme y volver a empezar lo que habíamos dejado. Lo miro intensamente y le digo: “Exacto, soy un sueño. Pensa que desde las diez de la noche, cuando nos encontramos, empezaste un sueño conmigo el que no te permitiste vivir cuando te fuiste del aeropuerto sin hablarme”. A lo que me contesta, “el más maravilloso sueño que he tenido”. “Por eso, ahora me voy. ¡Seguí soñando lo que sigue! Tuve una noche fantástica. Te deseo que tengas buena vida” le contesto. De esta forma salí caminando por el largo pasillo bajo la mirada cautiva de sus ojos. Desde la puerta me miraba y yo no volví atrás. No intercambiamos apellidos, teléfonos, ni contacto alguno para volver a vernos. Como en un sueño, desaparecía de su vida.

Salí del hotel, caminando. La noche estaba despierta, mucha gente circulando por la calle. Mi pensamiento estaba prisionero en su mirada, recordando cada detalle de esa noche maravillosa que acababa de suceder. A veces, uno tiene que reconocer hasta que punto llegar. Su amor era más fuerte que su pasión. El respeto era una cualidad que se merecía acatar, yo no iba a terciar. Un avión nos encontró y de alguna forma la vida nos unió. Mi valija había tenido una historia para contar que hubiera desconocido si no me encontraba con él. La noche había sido un gran sueño y había llegado el momento de despertar.

FIN