Cuento de una noche de verano de causa y efecto constante

#ColoresDeMilagros

Vagando por la ciudad

“Vagando por la ciudad”

Verano del 2003, Buenos Aires era una explosión de turistas por doquier. La devaluación había provocado un flujo de extranjeros por doce años jamás vistos; la ciudad necesitaba acostumbrarse a ello. Los souvenirs, las oficinas de turismo comenzaron a aparecer sin antes jamás haberse dado cuenta de explotar esa veta. Argentina por mucho tiempo solo se observo así mismo, sin querer que otros la vieran, ahora la necesidad lograba la apertura. Pero la falta de costumbre provocaba diferentes reacciones de la gente, se pasaba de ser demasiado amable a demasiado interesado por el vil billete verde, que hacia como respirador artificial de las esperanzas de los argentinos tan acostumbrados a este. Los aprovechadores, estafadores, en fin la viveza criolla aparecía como una realidad triste de enfrentar. Esta eventualidad me llevo esa noche calurosa de verano a vivir una instantaneidad con tanta profundidad que ahora me embarcare a contar. Una sucesión de causa y efecto interminable que me llevo a su encuentro, que me condujo a sus brazos, que me controlo sin poder despegarme. Partir de una decisión sin poder determinar lo que sucedería, sin poder imaginar jamás lo sucedido. Accionar en la realidad siempre te da su recompensa, siempre te brinda un espacio de juego nuevo y lo bueno es que todo puede cambiar. De alguna forma se abren puertas y se puede encontrar más de una salida al final. Solo hay que dejarse llevar, y las alas luego comienzan a desplegarse como si fueras una gran águila empiezas a volar, sin saber nunca donde tu instinto te llevara.

Eran las dos y media de la noche del primer viernes del año en Buenos Aires. El clima en general era distendido, la mayor parte de mis amigas estaban de vacaciones. Yo había decidido no tomármelas por el momento dado que no tenía ningún programa que valiera la pena para hacerlo. Sin poder encontrar compañía esa noche decido salir sola. Sentía que no valía la pena internarme en la noche sin tener un programa definido, pero algo en mi interior me decía que no podía perderme esa hermosa noche de verano. Me encontré caminando por la zona de moda de bares, sin destino definido; actuando como si estuviera esperando a alguien que nunca llegaría. Disfrutando de observar a mí alrededor, la explosión de gente aprovechando de la oscuridad y del encuentro. Caminaba de esquina a esquina viendo si alguien conocía, si alguien me atraía, en definitiva si algo podría cambiar mi destino. Entre en varios bares buscando algo que no sabia que era pero que no encontraba.

Luego de un rato decido quedarme en una esquina del barrio de Palermo, donde había un bar que se extendía a la calle. Estaba tranquila en mi burbuja, observando a la gente pasar. De pronto, escucho un grupo de chicos que me hablaban de atrás y a los cuales no me interesaba prestar atención. En realidad, estaba haciendo tiempo para ir a otro bar donde se encontraría una persona que conformaba una historia, un expediente abierto que quería terminar, quería saber que era lo que pasaba. Así fue como luego de unos segundos, siento un frío mojado en mis piernas, me habían arrojado un vaso de coca cola con alcohol por detrás. Una bajeza difícil de aceptar de un hombre, una ofensa inentendible sino no creyera en la causa y efecto de las cosas. Me doy vuelta y lo observo, un hombre o en realidad dada su acción un niño de 30 años rodeado de seis amigos, no me miraba denotando su culpabilidad. Mi bronca interna era enorme, no solo por sentirme perpleja, sino que tenía puesta una pollera de gamuza que se encontraba toda manchada y mojada. Al verlo pensé en buscar un vaso de alguna bebida e imitar su acción, pero sentía que estaba repitiendo su bajeza, que estaba llegando a su mismo nivel, y su actitud no tenia ni explicación. La segunda opción que paso por mi cabeza fue pegarle una bofetada, tenia tanta bronca que no me costaría nada tomar fuerzas y hacerlo, pero el hecho de estar sola y de que tuviera su pandilla alrededor me daba más que temor por no saber que sucedería. ¿Alguien realmente saldría en mi defensa?, o ¿todos serian tan cobardes como los amigos de este para permitir algo como ello? En unos segundos varias acciones habían pasado por mi cabeza, pero al verlo solo atine a denotar mi perturbación con una verborragia de palabras correctas, y señalando su culpabilidad. “Solo puedo entender que seas un tarado, de hombre no tenes nada, te falta mucho”. Esas pocas palabras frente a sus amigos mostrando su vergüenza eran suficientes. Mi tiempo se había acabado en esa esquina. Tenia que seguir mi camino, mi próximo destino me esperaba.

Camine esas cuatro cuadras que me separaban del lugar donde se encontraría mi último affaire, después de estar un mes deseándolo, se había producido el encuentro. La primera vez que estaba con un médico, no es una profesión afín a mí. Aunque al verlo al “Doc” nunca lo hubiera imaginado: pelo castaño, candadito finito en la pera, nariz prominente que lo hacia interesante, cuerpo bien formado. Tenía un arito en la lengua que no se le notaba, solo si lo besabas, y que al él le resultaba excitante. En definitiva, tenía mucha onda y era muy atractivo. Era el típico creído al cual no le daría el gusto, pero nunca digas nunca. Así fue como una noche me deje llevar por sus encantos después de haber hecho buenas jugadas. Me había escrito su numero de teléfono en un papel para que lo llamara, pero daba inexistente. No entiendo la necesidad de dar tu número equivocado cuando ni se lo había pedido. Pero en vez de hacer supuestos erróneos; de vez en cuando hay que hacer frente a la situación y preguntar porque.

Sabía que esa noche estaría allí. No sabía si valía la pena volverlo a ver, pero todavía rondaba en mis pensamientos. El hecho de estar sola en esta situación me hacia sentir que no tenia una armadura en la cual esconderme, una compañera que me diera la excusa de estar allí, un viernes a la noche en ese bar buscándolo a él. Llegue al bar y sin dudarlo me dirigí a la terraza, estaba repleta de gente. Entre la multitud lo diviso, rodeado de amigos. Paso de largo, doy una vuelta observando si había alguien a quien conociera. Avanzo nuevamente hacia donde él se encontraba, me observa y con una sonrisa en la boca se me acerca y me saluda. Comenzamos a charlar de las fiestas que transcurrieron hacia poco, y de eventualidades para achicar la brecha de desconocimiento que existía entre los dos. Una noche de pasión nos había unido, y esa misma noche ahora nos separaba. Él no tenía respuestas, y yo demasiadas preguntas. La conversación se desvió al punto que me hacia estar allí. Su número tenía un solo digito erróneo y me argumentaba que lo había escrito mal; cuando él lo había hecho. Pero no había necesidad de entrar en detalle. Quería saber en que terreno me encontraba con él, si había algo que rescatar o si me lo tenía que olvidar. Tal vez al no actuar era claro, pero yo necesitaba escucharlo para que el expediente pudiera cerrarse. En medio de la conversación me dice “me voy a dormir ¿Vos te vas a quedar esperando a tu amiga?”. Comentario que le había hecho al saludarlo y preguntarme con quien había venido. Hay a determinadas personas que uno puede decirle que estas sola, pero con otras es preferible callar, y con él sentía que su ego se iría más alto de lo que ya lo tenia. Asimismo, ¿que significaba que me hiciera esa pregunta? ¿Querría que lo acompañara? Le digo si queres te acompaño unas cuadras, así charlamos. Me mira y me dice “si queres charlar lo hacemos acá”. A lo que le contesto, ¿pero no es que te vas? Seguidamente le digo, adelantándome a su pensamiento, ¿No te voy a acosar, si es lo que te preocupa? Solo quiero conocerte un poco más. Me mira y de alguna forma logro escuchar lo que estaba buscando. En realidad era un poco de sinceridad, la cual parecía que le costaba demasiado. “Me encanto conocerte, esa energía increíble que tenes. Pero la verdad es que recién acabo de terminar una relación que me importo demasiado, y no quiero ningún tipo de compromiso. En realidad no quiero conocer a nadie”. Razones valederas y que se entienden.

¿Porque a algunos hombres hay que sacarles con tirabuzón las palabras? ¿Porque no pueden realmente ser sinceros y decirte lo que realmente pasa sin dar vuelta la situación, sin llegar a ningún puerto? Podría ser tan fácil, y al final siempre se complica. La comunicación termina siendo la llave que falta para poder abrir esa puerta y llegar al otro lado. Él, no solo me denotaba su falta de interés, sino también su inestabilidad y falta de saber que era lo que quería. No podía ser claro, y ello me hizo decirme a mi misma “Basta, ¿Para qué me voy a quedar esperando aquí a una amiga que nunca llegará, y que piense lo que quiera? Vos te queres ir, me parece bien, pero primero me iré yo, pensé. No sabía adonde, como ni porque, pero sin dudarlo luego de entrar brevemente al baño y mirarme al espejo, y decirme a mi misma que había venido buscando respuestas y las había obtenido, no tenia más sentido perderlo con alguien que no era para mí. Me fui del baño, teniendo un solo objetivo salir de ese bar lo antes posible. Pase a su lado mientras él despedía a su amigo en la caja, ni pare para decirle “Chau”, mi mirada estaba más allá, no quería ver atrás. “Mi tiempo había terminado aquí” me dije interiormente, y salí del lugar.

Salí con un ímpetu que derribaba árboles a mi paso, quería volar, olvidar la desilusión. Sin haber caminado cinco pasos, dos chicos altos de apariencia extranjera, captan mi atención. Mis pasos comienzan de a poco a frenarse para escuchar la conversación que entablan con tres chicas. No pude seguir caminando, necesitaba escuchar de qué se trataba. No perdía nada, mi noche ya se había acabado, me iba a dormir. Al principio dude que fueran un grupo, pero al escuchar que los extranjeros les preguntaban a las chicas de algún lugar que les pudieran recomendar para ir a bailar, comprendí que no lo eran. Quería ver que sucedería, si terminarían con ellas. Hablaban español de Latinoamérica pero en su acento se podía observar que eran de otra parte, de un lugar más lejano. Uno era muy alto así que no pasaba desapercibido, con pelo ondulado, ojos chiquitos pero chispeantes, el otro era más bajo de contextura bien formada con nariz perfecta y ojuelos en la sonrisa; muy atractivos ambos. Pero ni bien las chicas mencionaron un lugar, no pude escucharlo porque la actitud de una taxista llamo completamente mi atención. Se bajo del taxi, dejando el auto en marcha en doble fila, y camino cerca del de estatura normal, tocándole el hombro le dijo “no te preocupes que yo los llevo”.

La escena me resulto sospechosa, dado que ellos todavía no habían definido el lugar, ni buscado a un taxi; se mantenían con calma agradeciendo a las chicas por la ayuda. La actitud de la taxista era excesivamente servicial. Ellos al ver que la mujer se les había ofrecido a llevarlos, asintieron con las cabeza la propuesta. En sus caras podía observarse confianza hacia la mujer, hasta cierta ingenuidad que me conmovió. Por mala suerte en Argentina siempre hay que pensar en lo que te puede pasar, porque siempre algún vivo hay y no se puede estar desprevenido. Al ver a uno subirse al taxi sin ni siquiera dudarlo, algo dentro de mí me llevo a acercarme al de más estatura que todavía se encontraba afuera y agarrándolo del brazo lo freno. Se da vuelta anonadado, sin saber de adonde había salido, y le digo sin soltarle el brazo: “no podes subirte a un taxi sin saber a donde ir, porque los va a pasear por todo Buenos Aires. Es peligroso, tienen que tener cuidado”. Me mira y me dice “¿pero que hacemos si no? Queremos salir”. En un segundo pensé en como solucionar la situación, ya que era evidente que la mujer los iba a estafar, y no me podía ir sabiendo que corrían ese riesgo. ¡Solo había una solución! Lo miro y le digo “si queres los acompaño. Yo me iba a dormir, pero la verdad he viajado sola y siempre he encontrado gente que me ha ayudado a mi paso, es lo menor que puedo hacer. Después yo sigo mi camino, pero soy de acá y conmigo no van a tener problema”. Él me mira y sin vacilarlo me dice “Perfecto”. Así fue como me subí al taxi con estos dos extranjeros totalmente desconocidos, pero a los cuales pensaba defender de la “viveza criolla”.

Ni bien entro al auto, la mujer se sorprende ante mi presencia, y le dice en forma incisiva al que ya se encontraba dentro “¡Ah! Pero si viene ella, no los voy a poder llevar al lugar que te comente antes”. La miro y le digo “¿Qué lugar es ese? Yo soy de acá y los voy a acompañar a donde quieran ir”. A lo que contesta el extranjero de menor estatura “no se, dice de un local donde las mujeres bailan, me dijo que es lo mejor de Buenos Aires”. Los miró, ya que la situación se me había ido de las manos, en milésimas de segundo pensé que tal vez eran peligrosos, ¿no tenia sentido estar allí? Yo ni los conocía, pero una fuerza difícil de explicar me había llevado a encontrarme en esa situación de la cual ahora no podía salir. Estaba ya sentada en el medio de estos dos desconocidos, y les pregunto ¿Pero ustedes quieren ir a un cabaret?, porque si es así me bajo. “No” contestan a unísono. El más alto agrega “Solo queremos ir a un lugar a bailar, estamos cansados de dar vueltas por bares. Estas chicas con las que recién hablamos, mencionaron un sitio que se llama Podesta, ¿lo conoces?”. A un cabaret los quería llevar esta mujer, y ellos sin ni siquiera saber. ¿Que tipo de comisión tendría allí?, pensé. Era la señal que necesitaba para saber que había hecho lo correcto. Antes de que pusiera el auto en marcha, le digo que espere para poder definir adonde ir, pero sin escuchar mis palabras arranco. “¿Haber, ustedes que quieren hacer? Mi nombre es María. ¿Cuales son sus nombres? ¿De donde son?”. Al que había agarrado el brazo me dice Jeff y el otro Christian. Somos de Canadá, dicen.

Al decir que eran de Canadá, mi corazón comenzó a latir dada la unión que siento por ese país. Cuando tenía dieciocho años me fui a vivir por casi cinco meses a Ottawa a estudiar en una Universidad un curso intensivo de Ingles como Segunda Lengua. Pero no solo un idioma aprendí, sino que fue mi primer contacto conmigo mismo. Sola me encontraba en un país desconocido con costumbres, clima y cultura diferente, y a la fuerza me independice y comencé a descubrir el mundo. De alguna manera rompí el cascarón del huevo en el que me encontraba, descubrí que había un mundo enorme detrás de la ciudad que había vivido toda mi vida, y que tenía que descubrirlo. Que el mundo no solo estaba conformado por personas provenientes de inmigrantes europeos, sino que había otras culturas y religiones y prácticas que nunca antes había visto y que podían convivir, o que por lo menos en Canadá intentaban hacerlo. Todos esos recuerdos aparecieron en mi mente, pero sólo comente que había vivido en Ottawa algunos meses y que adoraba ese país. ¿De que parte son?-Proseguí. De “Québec” responden. De veras, me encantó Québec, yo justo tuve la posibilidad de estar en el Carnaval de Invierno. Me impresionaron todas esas esculturas de hielo y nieve por doquier. Todas las casas y calles decoradas con delicadeza y fineza por el hielo. Tantos recuerdos pasaron por mi mente: andar en trineo, ver una carrera de canoas con el río a medio congelar, y ni hablar del Chateau du Frontenac, esa magnifica construcción francesa que se convirtió en un hotel cinco estrellas y que predomina la vista de la capital.

La taxista se apresuró a sugerir lugares mientras el auto había comenzado a andar y nuestra conversación se mantenía en su lugar de origen. Propuso la Costanera Norte, o a otros lugares, que involucraban cruzar media ciudad para llegar. Dado que eran las cinco de la mañana no valía la pena ir sin saber si había una buena fiesta. Así que les mencionó donde quedaba el lugar que ella se refería con sus pro y contras. Ellos subrayaban que no les importaba el lugar solo bailar. A lo que digo “entonces no se si vale la pena dar tantas vueltas para llegar a la Costanera, que no solo les quita dinero sino tiempo”. Para que mencione ello. La taxista comenzó a manejar en forma apresurada y encolerizada. ¿Cuál es tu negocio?- Me dice de mal modo. A lo cual pensé, ¿de que negocio me está hablando? Si solo yo pienso en protegerlos, el hecho de que la taxista se bajara del taxi no es algo común ni en Buenos Aires, ni en cualquier parte del mundo. Había gato encerrado, podía presentirlo. Su proceder fue extraño desde el principio. Me dice furiosamente: “Me estas haciendo perder mi negocio, no te das cuenta que me haces perder dinero”. La mujer frenaba con gran ímpetu, haciéndonos el viaje realmente incomodo. Así que la miro y le digo: “Sabes que el país esta como esta por personas como vos, que buscan estafar a la gente. Estos chicos vienen a conocer Buenos Aires, y vos los queres pasear, de alguna forma embaucarlos. Yo he viajado por el mundo y siempre me han ayudado. No tengo ningún negocios con ellos, solo demostrarles hospitalidad y por favor nos bajamos en el bar que dijeron que ahí definiremos adonde vamos. Si queres esperarnos, espéranos, sino ándate”. El bar solo quedaba a pocas cuadras, los extranjeros no entendían nada pero compartían la idea de no estar mas en ese auto.

Nos quedamos un rato charlando de lo ocurrido y terminaron convenciéndome para que los acompañara a bailar. De esta forma nos encontramos los tres en la puerta del boliche. Hacia tiempo que no iba a ese lugar así que no les podía realmente recomendar, pero ante la insistencia de ambos de bailar dado que desde las seis de la tarde se encontraban dando vueltas de bar en bar y ya estaban cansados; no dude en que entráramos y de ultima nos íbamos a otro sitio. No entendían que saliéramos tan tarde los argentinos. Así fue como me encontré bailando con estos dos desconocidos canadienses que por un momento me hacían olvidar de lo que había transcurrido durante toda la noche, y me hacían pensar en la casualidad del encuentro. Disfrute de bailar con ellos sin pensar en nada, me mantuve en mi burbuja disfrutando del momento. Se hizo de mañana y decidimos ir a desayunar medialunas con dulce de leche y mate a casa. Ni bien llegamos, Christian decidió seguir camino hacia su hotel comentando que estaba cansado. A esa altura de la mañana era notoria la atracción que había con Jeff y decidió dar por enterado al amigo que se quedara sin desayuno en una conversación interna entre ellos que no logre escuchar pero que luego me confeso. De esta forma nos quedamos con Jeff charlando hasta muy entrada la mañana para terminar enredados en la cama. Toda la noche había fluido como si hubiera sido digitada, yo solo me atreví a dejarme llevar y no me había equivocado.

Acordamos quedar para cenar. Se unió una amiga al grupo y nos juntamos a la hora acordada. La charla se dio amistosamente en castellano y en francés, tan bello idioma. Comenzamos a contarle a mi amiga como nos habíamos conocido, a lo cual, Christian confiesa que el pensó que yo estaba en asociación con la taxista. Ante mi cara de sorpresa desplegó su teoría que se había formulado cuando había entrado al taxi. Pensó que estaba en complot con ella para pasearlos pero al preguntarles de donde eran y comentarles que había vivido en Canadá, y habiendo dado detalles de que realmente conocía su país; reflexiono que no podía ser cómplice de la mujer. Por eso mientras yo me peleaba con ella, ellos en francés trataban de dilucidar lo que estaba ocurriendo. Les habían dicho que Buenos Aires era una aventura, que se dejaran llevar por lo que les sucediera y eso era lo que habían hecho. Estaban preparados para que los estafaran, por eso la situación no les pareció inusual después de todo lo que habían escuchado. Tenían varias anécdotas para contar y hasta australes les habían dado, moneda que hacia años que no estaba en circulación en nuestro país. En realidad yo era la que tendría que haber tenido miedo dado la situación: Subirme en un taxi con dos hombres extranjeros, de los cuales ni sabía los nombres y con los cuales no había hablado ni una palabra. Pero el sentimiento de que los iban a engañar fue más fuerte, además de su atractivo que no podía negar. Mi conciencia no me hubiera dejado en paz si no hubiera intervenido.

Después conversamos sobre lo que hacían en Bolivia. Estaban trabajando en un programa de cooperación en el medio de la selva, completamente desconectados de la civilización tratando de educar a los que vivían allí. Ambos eran ecologistas y no se conocían antes del programa, de hecho convivían con otras 20 personas de alrededor del mundo. Paradojas del mundo globalizado, querían ayudar a la barbarie, y los indígenas no querían ser ayudados. Venían desde la comodidad y lo previsible de Canadá, donde la tecnología ha ganado a la naturaleza, donde todo se recicla y se aprovecha para buenos usos, y se fueron a las Yungas, tierras de nadie. Nadie se interesa por ellas, ni los que viven a sus costas, y ellos como si fueran “evangelizadores” de antaño iban a enseñarles. Pero se encontraron que ellos no querían escuchar lo que venían a predicar, querían conservar su manera de contactarse con la tierra sin aprovechar al máximo sus recursos, no querían usar preservativos para controlar la natalidad, no les interesaba aprender nuevos oficios para superarse, lo cual hacia su trabajo muy difícil. Hacia un año que estaban allí y era el primer viaje que hacían. A la mañana siguiente ya regresaban después de estar un mes recorriendo el norte, Córdoba y Buenos Aires.

Luego fuimos a bailar a la Costanera, al lado del río alrededor de una gran fogata, rodeada de carpas blancas, llena de gente en una hermosa noche de verano. Disfrutamos de bailar y de contemplar la noche llena de estrellas mientras el sonido constante del agua arrullaba nuestros oídos en sinfonía de la música electrónica de fondo. En un momento, desaparecimos con Jeff para casa, los minutos escaseaban y había que aprovecharlos. Llegamos y nuestros cuerpos se unieron, se fusionaron en la penumbra que la ventana dejaba entrever del exterior. Dos cuerpos que se encontraban y lograban comunicarse. Mezcla de risa y placer, mezcla de explosión de energía compartida por los dos. Quedamos tirados boca arriba pegados mirando el techo sin poder pronunciar una palabra porque la situación nos había invadido. Creía que se necesitaba un tiempo considerado para llegar a ese nivel. La fusión de dos almas sinceras a pesar de la instantaneidad del momento puede provocar cosas impensadas con el raciocinio. Éramos dos espíritus libres.

Y se fue, ¿tal vez hubiera podido retenerlo?, ¿tal vez hubiera podido dejar pasar el hecho de que él apagara el despertador y seguir durmiendo en sus brazos? Pero su amigo y un ticket lo esperaban. No pude, el hecho de saber que cada uno tiene que seguir su camino me impide no actuar en consecuencia. Al observar como apagaba el despertador, a pesar de mi cansancio, a pesar de que solo hacia unas horas que nos habíamos acostado, me impidió cerrar más mis ojos. Me levante y comencé a buscar un cuadro entre mis cuadros para que se lo llevara de recuerdo, no lo olvidaría, la energía que compartimos fue hermosa. No necesitábamos las palabras, hablábamos el mismo idioma. El idioma de las almas que buscan encontrarse, que buscan llegar hasta el punto muy lejano de su propio ser, y para lograrlo necesitan cruzarse con personas como ellas, en las que se puedan ver reflejados, y sentir que no caminan solos, que comparten una misma visión. De esta forma seguirán solos hasta que llegue el momento de parar de caminar, de parar de buscar. Me pregunto si algún día llegara ese día porque parece que crecer nunca tiene un límite definido. Siempre se puede aprender algo nuevo. Lo desperté, tenia que seguir su camino. Le escribí unas breves líneas atrás del cuadro que encontré creyendo que era “justo para él”: La independencia nunca se pierde mientras uno se respete a si mismo”. Una mujer en una noche estrellada, pero que en realidad se encuentra en un día soleado en medio de un mar incierto, donde navega una barcaza sin rumbo definido pero que no deja de navegar. Así lo veía a él, podía sentirse que se encontraba rodeado de estrellas pero en realidad el sol le brillaba.

FIN