Marruecos – Diario de viajes

#ColoresDeMilagros

mar

14 de agosto de 2001
Nos levantamos a las 6 de la mañana con Sera y salimos caminando hacia la estación de trenes para conseguir un pasaje, todavía no habíamos decidido cual era nuestro próximo destino. Las calles estaban desiertas a la mañana. La ciudad permanecía aun dormida. Yo estaba hambrienta ya que no habíamos cenado el día anterior dada la precariedad de los lugares que habíamos encontrado. A su vez el relato de la chica canadiense del hostal que había estado ocho días en un hotel de maraquesh sin poder moverse dada la enfermedad que le había causado la comida, produjo que las ganas de conocer Marruecos fueran mas grandes que la falta de alimentos. No pensaba en mi estomago que clamaba por comida, pero primero teníamos que sacar el pasaje. A lo lejos divisamos un Mc Donald cerca de la estación, nunca fui tan feliz con ver uno. Significaba tantas cosas una sola palabra en estos momentos: Occidente, limpieza, comida potable. Entramos a la estación y los trenes a Maraquesh o a Fez tenían el mismo horario por lo tanto era una cuestión de elección. Sugerí que decidiéramos por el medio del “Alquimista” dado que las dos lo habíamos leído y creíamos. Puse dos papeles, cada uno con el nombre de una de las dos ciudades que serian nuestro destino. Y preguntamos cual seria el mejor destino a seguir. Yo mantenía las manos cerradas con los dos papelitos al interior y Será se encargaba se sacar el papelito que nos indicaría el destino. Tres veces salió el mismo papelito con el nombre de la ciudad de Fez, sin dudarlo ni por un segundo sacamos el pasaje hacia allí. Teníamos una hora de espera, así que decidimos dirigirmos al Mc Donald, a mi me ponía nerviosa que Será no tuviera hambre, que no me acompañara con esta desesperación de falta de alimento. En el camino pasamos por una panadería marroquíes, el olorcito de los bizcochos recién hechos, las vidrieras me hacían agua la boca, pero no quería enfermarme. No teníamos muchos días no podíamos perderlos en un baño o cuarto de un hotel, por fiebre vómitos o diarreas. Llegamos al Mc Donald, todavía estaban limpiando el piso a baldazos pero ya se podía comprar. En realidad llegue allí y me di cuenta que la situación no cambiaba en nada, dado que utilizaban el mismo agua para lavar los vegetales, el mismo agua para hacer el pan de las hamburguesas, la carne era local. En mi fantasía inicial al dirigirme con gran felicidad hacia Mc Donald, creí que se exportaría el Big Mac, o las cookies se harían en USA y llegarían por avión a Rabat. Pero al ser los únicos clientes a la mañana, vislumbre sin el movimiento usual y viendo como los chicos que trabajaban lavaban las lechugas en los fregaderos de la cocina, que el nombre americano del negocio no implicaba que estuviera fuera de la misma realidad i condiciones de vida del país. Me puse a pensar mientras miraba el cartel para elegir lo que pedía, que entre comer hamburguesas donde cabria las posibilidad de enfermarme, prefería hacerlo con comida local, con especialidades del país. Por lo tanto con la cara cabizbaja dado que la realidad me mostraba lo que todavía no quería aceptar que estaba realmente en otro lugar donde las condiciones no eran las europeas, salí del Mc Donald con dirección a la panadería que habíamos dejado atrás, no me importaba ya enfermarme, necesitaba comer. El lugar era bien típico, adornado con azulejos, tenia unas mesitas y sillas para sentarse a desayunar o tomar el te. Nos sentamos mientras las dos tomábamos un te de menta (único elixir tomado con placer y seguridad de que no nos enfermara) y yo elegí unas cuantas masitas de granos, de forma pequeña pero de gran atractivo por su forma y color. Y comí, saboree las seis pequeñas masas que comí hasta que Será comenzó a hablar que tuviera cuidado dado que eran granos que podrían provocar que fuera al baño con mas facilidad. Dado que las masas son hechas con el agua contaminada, Este comentario provoco que dejara las otras dos masitas restantes, y que no pudiera volver a comerlas más. Pero las había disfrutado mi estomago no estaba lleno, pero se había satisfecho dado que el día de ayer solo helado había comido. Nada sólido había pasado por mi boca desde el domingo. Salimos de esta panadería con dirección a tomar el tren. Esperamos unos minutos más hasta que el tren arribara. Nos dispusimos a subir, habíamos hecho una cola civilizadamente, un grupo de mujeres tapadas, se abalanzaron hacia nosotras, impidiéndonos el paso, terminamos ultimas. La brutalidad era una constante que cada vez se nos hacia mas visible. El viaje se nos hizo placentero al compartir el camarote con dos franceses. Su aspecto no era de tal país, dado que el hombre era negro de gran estatura, y ella llevaba un turbante azul en la cabeza con unos ojos que te hacían recordar a una hindú y un rostro totalmente encantador, que mis lápices tuvieron que inmortalizarlo en la contratapa del libro que estaba leyendo. Eran estudiantes de filosofía que venían de paseo por un tiempo indeterminado. Hacia un mes que se encontraban y todavía no se habían enfermado y comían gran variedad de alimentos teniendo sola la precaución del agua. Si tan solo no hubiéramos sabido de la posibilidad de enfermarte hubiéramos comido sin preocuparnos. Mi preocupación sobre la comida era latente. Los paisajes que se observaban hacia que mi lectura se frenara. Terracotas y ocres por doquier. Viviendas con las mínimas condiciones se observaban. Nómades, carpas, desplegadas por zonas áridas, desérticas. En el camarote se encontraba también un marroquí con cultura que no dejo pasar ocasión para deslumbrarnos con sus comentarios. Percibí que me miraba con ojos de interés, que hizo que mis ojos se focalizaran más y más en mi lectura. Al llegar a Fez, una corriente de calor sofocante, nos inundo al parar en la estación. La pareja seguía camino hacia Casablanca, nos despedimos y al bajar sentimos que alguien nos seguía con paso apresurado. Era el marroquí del camarote que nos invitaba a almorzar dado la cantidad de veces que había repetido que me estaba muriendo de hambre. Nos miramos con Será y le agradecimos su gentileza pero teníamos que buscar hotel y la verdad queríamos aprovechar el día. Nos insistió varias veces y luego como todo marroquí salió en defensa propia, que no nos iba a hacer nada, que no tuviéramos miedo, etc. Salen a la defensiva ante la negativa, cuando en realidad era por realmente por una cuestión de tiempo. El calor realmente se sentía. Decidimos con mapa en mano, empezar. A caminar desde la estación a la avenida en busca de hotel y de comida. En el camino compre un helado para engañar al estomago. Pelea mediante con el comerciante ya que cambio los precios como tres veces del helado. En sus ojos podes observas que te están engañando. Seguimos caminando, las miradas libidosas nos seguían en nuestro caminar. Los bares eran centros masculinos, no había ni una mujer sentada afuera. Otro de los tantos privilegios de los hombres en este país. Empezamos a ver el mapa de los hoteles y nos faltaba una hoja pensamos que se nos había caído así que volvimos atrás nuevamente, estábamos cansadas con hambre. Al rato desistimos de la búsqueda por el piso de las calles que habíamos transitado. Y empezamos a caminar, preguntamos en varios hostals y estaban llenos. Eso si perdimos mas de media hora dentro de un baño como la gente de uno de los hoteles, éramos felices, tenía papel higiénico, limpio. La cosa es que al salir del hotel Sera encuentra la hoja que creímos perdida, la había puesto en el bolsillo del bolso. Seguimos caminando y conseguimos un hotel relindo cerca de la gran avenida, pagamos la habitación dejamos las cosas y salimos a caminar. Estábamos en la ciudad nueva y teníamos que ir para la Medina. Caminamos y caminamos, en realidad podíamos así observar más la realidad. Llegamos a un gran portón de bellas decoraciones con oro y azulejos de colores, donde nos sacamos algunas fotos, era el Palacio Real de atrás. Nos internamos por unas callejuelas donde luego de dos cuadras retrocedimos dado que nos dio miedo, era realmente precario el mercado dispuesto en la calle, todo tirado, con canastos y gente que llevaba carretillas con vegetales, No había turistas y todos nos observaban, Volvimos al camino, queríamos comer. Seguimos caminando nuevamente por una calle hasta llegar a un gran portón en forma de cerradura donde el encanto se vislumbro ante nuestros ojos, mujeres con pañuelos danzaban a nuestro alrededor (hipotéticamente) con bolsas de algodón para vender alrededor. Nos internamos en los mercados que había por doquier, almohadones, ropa típica, utensilios de metales, zapatos. Eran todas tiendas en su mayoría juntadas por rubros. En realidad a diferencia de Rabat, las tiendas eran de un gran colorido. Pero a su vez estas tiendas pasaban de las muy elaboradas a las muy precarias, hasta llegar a la gente que vende la mercadería en el piso sobre una colcha. Los precios también oscilan constantemente y te siguen, y te cambian el precio constantemente. Eso realmente me saturaba. Seguimos caminando y a nuestro paso no dejaban de preguntarnos si queríamos un guía. Pasamos por la entrada del Palacio Real y seguimos caminando, estábamos cansadas y con hambre, en realidad tuvimos que preguntar ya que eran todos caminos y uno no sabia cual elegir. En realidad yo me había hecho cargo del mapa, y se hacia mas difícil de lo que pensaba, ya que a Fez se la llamaba “Laberinto”, por la distribución de las calles y callejuelas. Llegamos a la entrada de la Medina y comenzó el encanto. La puerta era de un gran esplendor toda trabajada con mosaicos de colores, y los edificios que se observaban a lo lejos, con la mezquita predominando las alturas, era un espectáculo. Seguimos caminando y los turistas aparecieron ante nuestros ojos provocándonos cierta tranquilidad. Nos sentamos a comer dada la gran cantidad de gente que se encontraba en todos estos restaurantes con mesas en la calle. Comimos tajina, plato tipo de vegetales cocidos en un plato de barro, con te de menta. Descansamos, observamos a la gente pasar, ese es uno de los mayores placeres de Marruecos, sentarse a contemplar el ambiente. Uno comienza a observar las diferencias entre las mujeres, las diferentes alturas de los velos, los atuendos de los hombres, las mulas y burros que se mezclan entre la gente, transportando las mercancías. El bullicio de la multitud. Luego de una hora de disfrute nos internamos en la Medina. La Medina esta caracterizada por tener una gran amplitud y una gran probabilidad de perderse. Por lo tanto la mayoría de los turistas contrata a uno de los miles de guías que se te ofrecen al pasar. Hay de todas las edades, y los precios oscilan constantemente. Pero a nosotras Beth, una chica que habíamos conocido en Málaga, nos había dicho que no era necesaria contratar uno, que era fácil encontrar los lugares con un mapa, así que decidimos tomar el riesgo de la aventura. Luego de caminar varias cuadras, en realidad las calles son como túneles, largas cuadras donde no se puede dar la vuelta, y luego una cantidad de pasadillos y callejones. De repente observo tres alemanes que estaban con un marroquí guía, que doblaban por una callejuela, yo sabia que lo conveniente era seguir el recorrido del mapa para no perdernos -hay que tener en cuenta que las calles no están señalizadas no tienen nombre-, pero me pareció divertido comenzar a seguir a los alemanes que nos llevarían por un camino mas típico. Pensaba que luego podríamos volver siguiendo el recorrido del mapa y así veríamos otra parte del gran laberinto que es Fez. Así fue como empezamos a seguirlos con cierta timidez y dándoles cierta distancia, para que no nos descubrieran. Para esto Sera no entendía nada, cuando le dije “Dobla, tenemos que seguir a aquellos”. Luego entendió, al comenzar a ver el verdadero Marruecos. Las calles eran un verdadero laberinto, en su mayoría blancas, con puertas de distintos colores, los niños en las puertas de las casas jugando, los burros atados en las esquinas como si fueran autos estacionados. Subías y bajabas escaleras, pasadizos cubiertos, túneles sin luz, callejones sin salida. Era como un sueño en el cual no encontras la salida, dado los círculos que continuamente dábamos siguiendo a los alemanes. En realidad nunca no hubiéramos animado a internarnos en el corazón de la medina. Las mujeres tapadas sentadas en las puertas de las casas. El suelo era de tierra en su mayoría o a veces de piedra. Los alemanes a veces se paraban a comprar algo y nosotras nos frenábamos atrás. En realidad resaltábamos dada la falta de turistas que había en esas calles. Todo parecía que iba bien, hasta que apareció un viejo poniéndole la herradura a su burro, de fondo blancas casas con portones azules y verdes que se intercalaban, al fondo la calle doblaba hacia un túnel de madera. Era una foto viviente. Con Sera no pudimos resistir la tentación de sacar una foto, yo lo hice son suma rapidez, con mi mirada a lo lejos para no perder el rastro a los alemanes, ya que no sabíamos adonde estábamos. En cambio Sera se tomo el tiempo que una buena foto necesitaba. Se puso a hablar con el viejito dueño del burro, mientras yo atrás le decía que se apurara que los alemanes se iban. Pero ella no me hizo caso, mientras los alemanes desaparecieron en el túnel de madera, yo tenía la esperanza de que tuviera solo una salida y que luego los alcanzaríamos. Estaba realmente enojada con Sera porque no se apuraba y ella decía que ella también disfrutaba de eso, y que no podía imponerle los tiempos. La cosa es que no quise perder tiempo discutiendo y nos internamos en el túnel de madera, a cada diez metros había una puerta con un nuevo callejón. No lo podía creer, estábamos completamente perdidas en el interior de la Medina de Fez, por el solo hecho de querer sacar una foto de un viejo poniéndole las herraduras a un burro. No creí que corríamos riesgos siguiendo a los alemanes dado que no me había ocurrido pensar que cabía la posibilidad de perdernos. Pero así fue, mi instinto de preservación, nos salvo, seguimos doblando, metiéndonos por puertas que parecían que no tenían salida, ni perdimos tiempo preguntando a los que pasaban por ahí, con la seguridad de quien sabe logre encontrar la salida. Luego de un rato, nos dimos cuenta que estábamos a salvo, pero eso nos hizo darnos cuenta que necesitábamos ayuda si no queríamos perdernos nada. Vimos a un chiquillo que se nos acerco de buen modo y sin dudarlo decidimos contratarlo para que nos lleve a ver lo que nos faltaba. Así terminamos en las piletas de tintes, el olor fuerte de estas nos marcaron la salida, y seguimos recorriendo bazares y mezquitas. El niño era un encanto y el mapa termino guardado en mi bolsillo. Luego de una hora de recorrido nos despedimos del encanto de niño y terminamos comiendo tarta de paloma, por mas que hasta por un momento me convencieron de que era de pollo. Sera estaba feliz por sus fotos al burro sacadas, como si fuera a ganar un premio guardaba el rollo con recelo. Después de seguir de paseo terminamos en un lugar de Internet donde conocimos a tres atractivos chicos, uno se puso a hablarme a mí y terminamos conversando los cinco. Eran australianos, a Sera ni les intereso el contacto, pero a mi me parecían divertidos y lindos, y ellos nos convencieron de que nos fuéramos a Maraquesh esa noche.
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Decidimos luego del encuentro, ir a sacar el pasaje para irnos en el tren nocturno, así no perderíamos otro día en Fez, agradecíamos haber encontrado al niño que nos recorrió toda la ciudad. Sacamos los pasajes y volvimos al hotel, descansamos un rato, y a las dos de la mañana del día 15 de agosto decidimos caminar hacia la estación ya que no vimos ningún taxi al salir del hotel. Empezamos a caminar y el silencio de la noche te asustaba, comenzabas a ver sombras que te espantaban, las dos caminábamos con prisa por las callejuelas que a pesar de la cercanía de la estación se hacían interminables. Eran solo 7 cuadras a lo sumo, pero autos perdidos aparecían con hombres que te apuntalaban con sus miradas. Comenzaban a desacelerar los autos y nos seguían a la par. Yo ponía mi mochila en mi cabeza para tapar mi rostro. Sentía que era una inconsciencia lo que estábamos haciendo pero los taxis que pasaban eran de a dos hombres y eso nos daba mas inseguridad que el ir caminando. De pronto nuestros pasos comenzaron a tener eco nuestra respiración se aceleraba dado que apareció un auto con unos cinco o seis hombres en su interior y prendieron las luces altas como atrapándonos entre tanta oscuridad. Apareció otro auto, y yo ya estaba aterrada, empezamos a correr hasta ver un taxi que nos encerró en nuestro camino y nos dimos vuelta otro auto nos iluminaba también lleno de hombres, agarramos y vemos un taxi que venia a lo lejos comenzamos a hacerle señas y no subimos a él, solo dos cuadras hasta la estación era la distancia que nos separaba pero nuestro corazón ya no aguantaba a otro auto mas. Le pague de mas al conductor ya no me importaba. Estaba completamente desfasada, había sentido el miedo a flor de piel, en una milésima de segundos se me paso todo lo que nos podrían hacer. Eran hombres, bestias que no respetaban a las mujeres, los había visto con navajas peleando en el día, me costaba no pensar en lo que eran capaces de hacer. Sentí terror al imaginarme que se bajaran del auto y nos agarraran como defendernos, cinco contra dos mujeres occidentales que jamás serian defendidas por la población, que jamás serian reclamadas. Jamás se haría luz lo sucedido, como la noche nuestra existencia se oscurecería, desapareceríamos de nuestro mundo para entrar en otro con reglas y tradiciones que aun no comprendía y que todavía no podía aceptar sin juzgarla dada mi “normalidad”. Llegue a la estación y más hombres, mirándonos con esa mirada lasciva, de deseo prohibido, de mente censurada. Esas miradas que encontraban a cada paso me estaban ahogando, me estaban haciendo presa. Empecé a llorar, no podía dejar de hacerlo, quería irme, no aguantaba más tanta presión, tanta inseguridad. Llore sin poder parar, se había rebalsado el vaso, muchos sobresaltos. No entendía sus miradas, no podía ver porque miraban a las mujeres como objetos de su propiedad, como pájaros que deben estar enjaulados. No podía entender sus malos tratos, su brutalidad, su cambio de precios cotidiano a los turistas que comprábamos. La lucha por conseguir precios aceptables, sin que movieran los ojitos varias veces y pensaran por unos segundos que precio ponerle a la mercancía.
Tomamos un te de menta mientras mis lagrimas se agotaban, Será se mantenía firme y me decía que exageraba, pero mis piernas nunca habían temblado con tanta persistencia ni nunca había sentido tan cerca que podría ser raptada. Era un país donde sentías que no tenías derecho a nada. Las miradas persistían en el bar de la estación, las agujas del reloj que colgaba en la pared no dejaban de correr, yo no dejaba de rezar para que aparecieran los australianos. No quería ni pensar en el viaje que nos esperaba. Necesitaba descargar todo el miedo contenido, toda la inseguridad pasada. Había estado mostrando una fortaleza que en este país te la perforaban de adentro sin ni siquiera notarlo. El hecho de no poder casi comer sin sentir que vas a terminar contaminado, que vas a terminar enfermo dado las faltas de anticuerpos para los alimentos que se consumen a diario La suciedad, los olores se impregnan por doquier sin poder escaparte. Hacia solo tres días que estábamos y casi no habíamos comido, solo lo mínimo para seguir caminando.
Así fue como luego de terminar le té, y consejos mediante que les dimos a dos chicas australianas que llegaron a la estación solas, nos fuimos al anden a esperarlos. En su mayoría hombres esperaban el tren al igual que nosotras. Las cabezas rubias no se asomaban, vimos solo dos chicos con mochilas a los que nos acercamos, Eran dos franceses a los que les pedimos estar en el mismo camarote. Cuando llega la hora de partida, los australianos no se divisaban y ellos nos comentan que habían sacado pasajes de primera clase. A nuestro alrededor solo marroquíes encontrabas, las dos nos miramos con Será y agarradas de las manos subimos al tren entre medios de empujones dada la brutalidad con las que estas personas se han caracterizado desde que comenzamos el viaje. Empezamos a caminar por los vagones buscando un lugar, todo ocupado, eran todos hombres. Los camarotes a su vez cerraban las puerta a nuestro paso y nos decía que no. De repente encontrábamos un vagón con dos mujeres y niños donde quedaba espacio pero ellas no nos daban lugar, cerraban la puerta y decían no. Y encontrar un vagón de mujeres era un promedio de uno sobre 200. En todo el tren debía haber solo 15 mujeres sin exagerar. Vagones con gente loca, que hablaba sola, con caras lascivas. Estábamos cansadas. Creímos al llegar a la estación que se había terminado la pesadilla cuando no nos dimos cuenta que recién comenzaba. Marruecos no esta preparado para mujeres nos consolábamos con repetir entre nosotras. Ya nos reíamos de nuestra situación. Caminamos hasta el final del tren sin encontrar un lugar, decidimos volver, probar en primera clase pagaríamos lo que fuera necesario. No sacamos pasaje de primera clase dado que se habían agotado, y en realidad la diferencia era nula, la gente estaba en los pasillos de pies igual , no había mas lugar tampoco allí. Ya habíamos pensado en pagarle lo que fuera necesario con tan solo podernos sentar.
Decidimos intentar nuevamente conseguir un lugar sin resultado positivo. Éramos las extranjeras, por primera vez sentimos que no éramos bienvenidas. Buscamos algún mochilero en los camarotes sin encontrar a ninguno; ni a los franceses volvimos a ver. Hacia una hora desde que había partido el tren y ya lo habíamos recorrido varias veces, las miradas no solo provenían de los hombres, sino las que más nos intimidaba eran las de las pocas mujeres que había en el tren. Tenían odio, esos cuerpos sin vida que transitaban cubiertos de mantos oscuros ocupaban asientos completos del tren sin molestarse en hacer un poco de lugar ni a sus propios hombres. Así que decidimos desistir de la búsqueda. Volvimos al lugar por el cual entramos. Vimos una cabina de teléfonos decidimos instalarnos allí, cuando un hombre se apresura y se avalancha sobre nosotras y entra a dormitar allí. Solo nos miramos, yo ya no tenia lagrimas. Será mantenía una calma que me daba fuerza para no desplomarme y a ella la mantenía fuerte mi debilidad que cada vez se hacia mas evidente. Me acorde de Bolivia, el mismo tipo de olores, el mismo tipo de miradas. Yo esperaba que fuera como Turquía pero Marruecos no tenia comparación, realmente sentía que estaba en un país musulmán. Decidimos turnarnos para dormir sobre la mochila en el piso de la intersección del tren dado que los pasillos también estaban atestados de gente. El piso estaba sucio, realmente sucio, engrasado, mojado, lleno de papeles, bolsas y restos de comida. Por lo tanto la idea de dormitar en el suelo se dilucido al instante. Solo agradecíamos no tener las pesadas mochilas sobre nosotras, dejarlas en Algeciras fue la mejor decisión.
Al rato de intentar dormir parada, mientras Será me controlaba. Dios nos ayudo. Un hombre apareció entre las penumbras del tren ya que la luz se apagaba de repente de vez en cuando. Y nos dijo que lo acompañemos que no podíamos estar allí de esa forma. El hombre nos llevo por el pasillo a un camarote de 3 hombres dos mujeres y dos niños. Una de ellas se desplegaba en la mitad del asiento, ya que sus hijos se encontraban en el piso. Haciendo que el hombre que nos había rescatado comenzara a hablarle con tranquilidad. Pero dado que la mujer no reaccionaba. El hombre comenzó a moverla con cierta brutalidad dada la reticencia de la mujer, para que nos diera espacio. No lográbamos entender lo que decían dado el árabe que utilizaban, pero podíamos comprender perfectamente que la mujer no nos quería a su lado. No lo dudamos, necesitábamos sentarnos así que no dimos vuelta atrás. Para esto llego el guardia del tren que legitimo nuestra situación allí. No dejábamos de agradecerle al hombre en francés, y Será ya había aprendido a decirlo en árabe. Y yo que recordaba el tren de Milano a Venecia en Carnaval años atrás, como caótico, no sabia lo que me faltaba vivir. Lo mismo tomamos precauciones con Será y nos turnamos para dormir mientras era de noche. Yo no dejaba de rezar, había sido un milagro que el hombre nos respaldara, nunca lo hubiéramos logrado solas. Descansamos, estábamos realmente cansadas.
A la madrugada observamos una situación que nunca olvidare. Los hombres que habían estado durmiendo en nuestro camarote se bajaron en una estación y la llegada de otra mujer musulmana tapada con tres niños, provoco una pelea de la cual no creí poder presenciar. La mujer que nos había cedido lugar no la dejaba entrar al camarote, provocando que la otra mujer llamara al guardia; él cual se puso a discutir con la mujer en árabe. Para esto Será dormía mientras los gritos retumbaban en árabe, hasta que la mujer acepto a la fuerza a la otra mujer. La situación se volvió tensa. La nueva se sentó en un rincón casi sin moverse, como si consumir el aire del camarote fuera un pecado.
Al rato la nueva integrante del camarote saco unos bizcochos caseros y agua en un termo y luego de darle a cada uno de sus hijos les compartió a los hijos de la mujer que le había impedido la entrada, provocando un acto de bondad inimaginado, Dada la condición más precaria de la segunda. Los hijos de la primera mujer no aceptaron los bizcochos provocando que la mujer se los comiera. La niña mas pequeña de la segunda mujer comenzó a jugar con la hija de la segunda demostrando la igualdad de los seres humanos. La primera mujer al rato saco su termo con sus galletas mas elaboradas y también les compartió a los hijos de la otra mujer mostrando cierto arrepentimiento y solidaridad. Era como si se sintiera en falta. No sabia si había reglas de convivencia pero parecía como si todo lo que se da de alguna forma se devuelve. Mientras esto sucedía, el bebe de la segunda recibía toda la atención del hijo de la primera. La segunda mujer se bajo primero, mostrándole tanto amor a la primera que me sentía conmovida ante la situación. Eran mujeres rudas, el corazón se le había helado luego de tantos maltratos luego de tanto encierro. Sus velos escondían partes o totalidad de sus rostros pero sus ojos clavaban lanzas invisibles al que osara mirarlas. Las veía de lejos como almas en penas, grises, ni te miraban a los ojos si estaban acompañadas de hombres, desaparecían del ambiente, se transformaban en un objeto más, una valija, una silla, sin vida, sin alma. Eran mujeres sin sueños, sin esperanza, todo estaba predeterminado. Su destino ya no les pertenecía.
A las ocho de la mañana llegamos a Casablanca donde cambiaríamos de tren. Salimos del camarote, Será había dormitado la mayor del viaje. Nos encontramos en una estación de tren atestada de gente, sin cartel que indicara cual era el andén para Maraquesh, decidimos seguir a la multitud. Al rato volvimos al mismo lugar al cual habíamos llegado, gracias a un marroquí que nos observo perdidas y nos indico que volviéramos. Esperamos en una estación que no tenia vida a pesar de la cantidad de gente que estaba esperando, era un silencio que se mantenía en el aire. Al frente observo nuevamente una mujer que se encontraba tapada de pies a cabeza, sus manos cubiertas con guantes negros, ni sus ojos se observaba, pero denotaba que era joven, su contextura delgada, su altura. Su situación me atraía sin poder sacar la mirada. La observaba, su marido se encontraba adelante, con una señora que podría ser la madre de ella. Poseían gran cantidad de valijas mostrando su condición. Se peleaban, por el movimiento del cuerpo estaban discutiendo. Pero sentía que el siempre tendría la ultima palabra. Ella estaba apresada. El tren llego al andén y yo observo a lo lejos que los australianos que habíamos conocido en Fez estaban subiendo al mismo tren. Sin decirle nada a Será la dirigí hacia los camarotes de adelante, para que pareciera casual nuestro encuentro. Estábamos salvadas, no paraba de repetir en mi interior. Así fue como terminamos con los tres australianos, Brad, Gav and Guy, compartimos el mismo camarote y continuamos el viaje protegidas y divertidas. Las horas que faltaban a Marraquesh se tiñeron de relatos de viajes, y de cuentos de que como llegamos a donde estábamos.

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A partir del encuentro nuestro viaje a Marruecos dio un giro de 180 grados, los hombres marroquíes ya ni nos miraban, nos respetaban y al mismo tiempo lidiaban los precios con los chicos que claramente hacían mejores negocios que nosotras. Desde la estación hasta la plaza de la ciudad, todo había cambiado. Entendimos que nos respetaban porque estábamos acompañadas por nuestros hombres, ellos nos veían iguales, morochas de pies trigueñas y eso hacia que fuéramos infieles ante sus ojos por nuestra vestimenta y actitud de viajar solas. Los australianos tenían reservados una habitación en un hotel llamado Essaouira y nosotras decidimos acompañarlos. A pesar de no correr con la misma suerte, dado que no había más habitaciones, nos dieron unas frazadas para que durmiéramos en la terraza, sin dudarlo decidimos tomar la opción. No éramos las únicas que compartiríamos la terraza por 3 dólares la frazada, verdaderamente era una aventura. Luego de una ducha fría salimos a recorrer Maraquesh, mi sonrisa ya no se despegaba de mi rostro, y al ver que los chicos comían cuanta comida se les presentaba empecé a relajarme con todas las ideas que habían contaminado mis días y pensé que porque tendría que compartir la misma suerte. Nos perdimos en los mercados de especies y datiles, de lámparas de las mil y una noches, de cajitas de colores, de velos de fantasía. Terminamos en una farmacia de pócimas secretos y de polvos de colores que curaban todos los males, Brad se sentía mal del estomago, finalmente su no cuidado en la comida hacia su efecto. Así que después de una hora de escuchar todos los remedios que tendríamos que comprar para distintos malestares, salimos con unos polvos que frenarían la diarrea y el dolor de estomago y maquillaje para los ojos que nos convertirían en mujeres del desierto. Después de dar vueltas terminamos en una agencia de viajes cerrando nuestro viaje al desierto en 4 x 4, los chicos lograron un fantástico precio para los 6 integrantes, un nuevo australiano llegaría la mañana siguiente para unirnos en nuestro plan. La camioneta estaría a nuestra disposición por tres días. Mejor imposible pensábamos con Sera. Volvimos al hotel y nos cambiamos para salir a comer en la famosa plaza Djemma el Fna, el verdadero corazón de la ciudad, todo acontece ahí. Los chicos se pusieron a bailar con unos músicos marroquíes y terminaron haciendo un show poniéndose los sombreritos típicos, eso si al final trataron de hacerles pagar por el baile pero los australianos no dieron nada porque tendrían que ellos haberles pagado por la destreza mostrada. Comimos, charlamos y nos perdimos de nuevo en el mercado. Vimos serpientes encantadas, tomamos te de ginseng y terminamos en el hotel conversando de la vida en la terraza hasta que llego la hora de acostarnos. Fue una noche inolvidable, dormí en una frazada en la intemperie bajo el abrigo de miles de estrellas que brillaban encantadas. A las cinco de la mañana, los gallos y los rezos de la ciudad que ya no dormía me levantaron, la vibración energética de las plegarias hacia vibrar a la terraza, la sensación de unión que sentía era difícil de explicar, los rezos y la sirena de las mezquitas hacían que mis ojos se mantuvieran despiertos pese al cansancio. Ya no pude dormir, me quede meditando en todo lo acontecido. En pocas horas me encontraría por primera vez en el desierto, finalmente andaría en camello como en mis aventuras de niña, un nuevo sueño que cumpliría.

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