Por: defblog
La crisis política en Ucrania y las sanciones comerciales contra Rusia han puesto de relieve la necesidad de nuevas fuentes de aprovisionamiento para reducir la estrecha dependencia que muchos países del Viejo Continente tienen respecto de Moscú. El Gasoducto Transadriático será el primer escalón en esa estrategia de diversificación energética encarada por Bruselas. ¿Cuál será su impacto geopolítico?
De la Redacción de DEF / Especial para Infobae
“Europa representa el mayor mercado mundial y debe hacer valer sus intereses en la escena internacional para garantizar la seguridad del suministro energético”, señalaba la Comisión Europea en un documento sobre política energética difundido en julio de 2012. Allí se hacía referencia a la estrecha dependencia del exterior y se fijaba como una de las principales metas a mediano plazo el logro de una mayor diversificación de las fuentes de aprovisionamiento. El diagnóstico de la Comisión era el siguiente: “Aunque si se considera la UE en su conjunto, el abastecimiento está diversificado en tres corredores –Corredor Septentrional desde Noruega, Corredor Oriental desde Rusia, Corredor Mediterráneo desde África– además del GNL, algunas zonas siguen dependiendo de una fuente de suministro única”. El gas ruso y su tránsito por una convulsionada Ucrania son una muestra palmaria de esta situación.
Una salida para el gas del Caspio
La Comisión invitaba a los Estados socios a encarar una estrategia común y ejercer puntualmente “toda su influencia en negociaciones complejas para llevar hasta sus fronteras los recursos de gas de la cuenca del mar Caspio”, que deberían abastecer de aquí al año 2020 entre el 10 y el 20 por ciento de la demanda continental de ese fluido, lo que equivale a entre 45.000 y 90.000 millones de metros cúbicos anuales. Las reservas probadas de gas del Caspio ascienden a 13 billones de metros cúbicos, aunque se estima que existen reservas recuperables por unos 26 millones de metros cúbicos. En su trabajo El corredor energético del Cáucaso Sur y sus implicaciones para Europa, el economista español Gonzalo Escribano Francés aclara que la actual aportación del Caspio a la producción mundial de gas “es menor que su peso en las reservas”, representando el 4,7 por ciento de la producción global del fluido.
El Corredor Meridional –o Corredor Sur– supone, para Escribano Francés, “la ruta óptima para diversificar la dependencia de Rusia de los países del este y sudeste de Europa, muchos de ellos incorporados a la UE en las últimas ampliaciones”. Para lograr ese objetivo, precisa la Comisión Europea, será necesaria “una extensa cooperación entre varios Estados miembros y a nivel europeo, ya que ningún país por sí solo necesita incrementar sus volúmenes de gas en una medida suficiente para justificar la inversión en una infraestructura de gasoductos”. Las alternativas que se barajaron para transportar ese gas incluyeron el redimensionado Nabucco West, con una extensión de 1329 kilómetros, que llegaría a Austria pasando por Bulgaria, Rumania y Hungría, y el Gasoducto Transadriático, de 870 kilómetros, que llegaría al sur de Italia a través del Adriático, luego de atravesar territorio de Grecia y Albania.
En junio de 2013, el consorcio operador del campo gasífero Shah Deniz II, ubicado en el mar Caspio bajo jurisdicción de Azerbaiyán, anunció su decisión de exportar la producción de ese yacimiento hacia Europa a través del Gasoducto Transadriático (Trans Adriatic Pipeline, TAP), en detrimento de Nabucco, que ha quedado momentáneamente fuera de carrera. La transnacional BP –en su calidad de operadora–, la noruega Statoil, la francesa Total y la compañía petrolera azerí SOCAR son accionistas mayoritarios tanto del consorcio Shah Deniz II como del TAP. Participan además del consorcio Shah Deniz II la petrolera iraní NIOC, la rusa Lukoil y la turca TPAO; mientras que en el caso del TAP también está integrado por la belga Fluxys, la alemana E.ON y la suiza Axpo. La presencia de grandes transnacionales y de compañías regionales en ambos emprendimientos permite dimensionar la importancia de esta obra de infraestructura para el futuro abastecimiento del mercado europeo.
Turquía, un actor clave
Una pieza fundamental en este rompecabezas es Turquía, que además de haberse convertido en un mercado de consumo del gas procedente del Caspio, es territorio de paso obligado de cualquier infraestructura que pretenda transportar el fluido hacia el mercado europeo. “Ankara parece tomar cada vez más conciencia de que posee la acción de oro en los planes de tránsito desde el Caspio hacia Europa”, afirma la investigadora Natalia Shapavalova en su trabajo Reaching out to the Caspian. “Más aún –añade esta analista–, el creciente consumo de energía de Turquía y la diversificación de sus planes (recientemente decidió cesar sus importaciones desde Rusia) están llevando a Ankara a incrementar sus importaciones desde Azerbaiyán y, potencialmente, desde otros países de Asia Central”.
En ese sentido, cabe señalar que los 9000 millones de metros cúbicos producidos anualmente por el campo Shah Deniz I se destinan hoy en su totalidad al mercado turco, a través del Gasoducto del Cáucaso Sur (South Caucasus Pipeline, SCP), de 692 kilómetros, que fue inaugurado en 2006. En el caso de Shah Deniz II, se calcula una producción anual de 16.000 millones de metros cúbicos hacia 2020, de los cuales 6000 millones serán destinados a abastecer el mercado turco y los restantes 10.000 millones se dirigirán a Europa a través del Gasoducto Transadriático (TAP). ¿Cómo se conectará la producción de Shah Deniz II con el TAP? Será a través del Gasoducto Transanatólico (Trans Anatolia Pipeline, TANAP), bautizado como “la ruta de la seda de la energía” y que atravesará 1950 kilómetros de territorio turco desde su frontera con Azerbaiyán hasta el Mar de Mármara. El acuerdo definitivo para su construcción fue sellado por el primer ministro de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, y el presidente de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, en junio de 2012.
En un trabajo para el Instituto Español de Estudios Estratégicos (IEEE), el analista Francisco Ruiz González admitía que “convertir a Turquía en el corredor clave de recursos hacia Europa, en un momento de reafirmación de ese país como potencia regional y de frustración con la UE por la falta de avances hacia la adhesión, puede no ser la mejor decisión”. En desacuerdo con el argumento esbozado por quienes defienden la necesidad de reducir la dependencia del gas ruso, el citado autor se preguntaba si no hubiera sido una mejor opción “fomentar la relación energética con un país europeo como Rusia, cuyos ingresos de divisas por vena de recursos a la UE son clave para sus cuentas públicas y que además precisa de inversiones y del know-how que las grandes corporaciones de los países de la Unión pueden proporcionarle para actualizar sus infraestructuras de tránsito”.
Turkmenistán: un gran signo de interrogación
Teniendo en cuenta que en el futuro es muy factible que los suministros procedentes de Azerbaiyán no sean suficientes para abastecer este nuevo corredor energético europeo y que será necesario incorporar mayor producción de gas, surge la pregunta respecto de Turkmenistán, país centroasiático que detenta las sextas reservas de gas natural del planeta. Según advierte Gonzalo Escribano Francés en el informe ya mencionado, el acceso al gas turcomano “resulta mucho más problemático, en la medida en que depende de una competencia a tres niveles difíciles de despejar entre la UE y China por conseguir suministros de Turkmenistán; entre Turkmenistán y Azerbaiyán por abastecer el mercado europeo; y entre Turkmenistán y Rusia por la política rusa referida al tránsito del gas” de ese país por su territorio.
El anhelo de la UE es la construcción del Gasoducto Transcaspiano, que permitiría conectar Turkmenistán con Azerbaiyán e incorporar la producción de los yacimientos turcomanos en el Caspio. Sin embargo, el principal obstáculo proviene del diferendo respecto del estatus legal y la delimitación de fronteras en el mar Caspio, discusión en la que se encuentran involucrados los citados países centroasiáticos, además de Rusia e Irán. Al referirse a estos últimos dos actores regionales, a Francisco Ruiz González no le caben dudas de que “tras la posición de Moscú se encuentra la preocupación ante la posibilidad de que el gas turcomano pueda llegar algún día directamente a la UE, el cliente preferente de Gazprom”. Siempre siguiendo la argumentación del mencionado analista, a Irán tampoco le disgustaría que la tensión entre turcomanos y azeríes dilatara la construcción del ducto impulsado por Bruselas.
China mueve sus fichas en Asia Central
Otro actor clave en todo este proceso es China, que ha picado en punta para asegurarse el abastecimiento del gas turcomano. El Gasoducto Centroasiático (Central Asia Gas Pipeline), proyecto construido en solo 28 meses e inaugurado en diciembre de 2009, tiene una extensión de 1883 kilómetros y cuenta con una capacidad de transporte de 30.000 millones de metros cúbicos anuales hasta la región autónoma china de Xinjiang, donde a su vez se conecta con el Second West-East Gas Pipeline que recorre el país de oeste a este hasta llegar a Hong Kong. El Gasoducto Centroasiático es operado por la estatal china CNPC, que inició en 2007 su cooperación estratégica con la compañía nacional turcomana (Turkmengaz) y espera alcanzar un volumen total de 65.000 millones de metros cúbicos anuales de gas importado en 2020.
La región de Asia Central se ha convertido en un “laboratorio para la política exterior china”, según explica el analista François Godement, en su introducción al informe The Great Game in Central Asia publicado en 2011 por el European Council on Foreign Relations (ECFR). No está de más recordar que China ha sido un convencido impulsor de la Organización de Cooperación de Shanghai (Shanghai Cooperation Organisation, SCO), un foro intergubernamental que también integran Rusia, Kazajstán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán. Si bien Turkmenistán no forma parte del organismo, mantiene con sus vecinos centroasiáticos relaciones muy estrechas y el Gasoducto Centroasiático ha significado también un impulso para las economías de Uzbekistán y Kazajstán, cuyo territorio atraviesa antes de internarse en China.
Europa, en busca de su “seguridad energética”
Más allá del análisis geopolítico, los especialistas advierten sobre los regímenes autocráticos que llevan las riendas de los países de la zona, entre los cuales se encuentra el hermético gobierno de Turkmenistán. “No se puede ignorar que los países de la región del Caspio son democracias inestables, plagadas de corrupción, represión política y virtual ausencia del estado de derecho”, sostiene Nika Prislan, investigadora del ECFR. Al mismo tiempo, reconoce que no se puede soslayar el hecho de que tal vez sea para la UE “la última oportunidad” de diversificar sus fuentes de aprovisionamiento y asegurarse el gas para el futuro. “En consecuencia, si la UE tomara en serio la región del Caspio y jugara un rol activo en el desarrollo de gasoductos no solo hacia Europa sino también entre los países que rodean la zona, ello podría tener un efecto positivo para su propio abastecimiento y el de esos países, los cuales no tendrían que depender tan fuertemente de Rusia”, añade.
El primer paso ya ha sido dado, pero aún queda por recorrer un largo camino para que Europa logre materializar su tan ansiada política de seguridad energética. De no conseguirlo, concluye Prislan, la UE se despertará un día y descubrirá que “su dependencia de los suministros energéticos del exterior será tan alta, en un orden energético en el que los poderes emergentes dominarán el mercado internacional, que la geopolítica prevalecerá sobre la geoeconomía y las oportunidades de revertir la situación serán prácticamente nulas”.