Por: Silvia Páez
“Cambiar el mundo, amigo Sancho, que no es locura ni utopía;
es justicia”. Don Quijote.
Se aman las revoluciones; ante todo, cuando somos jóvenes y estamos seguros de poder cambiarlo todo. O simplemente, cuando estamos locos.
Pero la verdad, es dura: no todos están dispuestos a hacerse cargo de los verdaderos productos de esos levantamientos. ¿Ejemplo?: Paraguay.
De entre todas las protestas contra los gobiernos y sus abusos – luego del estallido de la impotencia popular con la pólvora del hartazgo- el que concretó esa lucha en algo real es Paraguay. Pero fue condenado y perseguido ante todo, por los gobiernos de sus países vecinos.
Ciudadanos de Brasil, Argentina, Venezuela y otros, desbordan las calles de indignados y revientan cacerolas;pero en las urnas, o en concreto, siguen sin hacer lo que supuestamente esa mayoría clama: El Cambio.
Hasta hoy, fue sólo Paraguay quien concretó su deseo de”BASTA”: se descabezó un gobierno, asumió otro, y finalmente se eligió a alguien “offsider”. Así de directo y drástico, porque así son las revoluciones. Y no se habla de lo bueno o malo que haya sido el cambio, sino de la concreción del objetivo final de una lucha: El Cambio. Que el gobierno de recambio haya defraudado, es tema aparte; pero es una posibilidad; es la bala de esta ruleta rusa.
Se necesita ser un pueblo estoico y casi temerario, para enfrentar el bullying internacional al que Paraguay fue sometido luego de su decisión.
Hoy, ante los fuegos incandescentes que el gobierno de Dilma intenta apagar con ayuda del ocultamiento de los medios de prensa tradicionales, sólo queda desearles suerte. ¿Qué podría ocurrir?, nadie sabe; pero si hasta el Imperio Romano un día cayó, Itamaratí no debería ser tan soberbio.
” El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer.
Y en ese claroscuro, surgen los monstruos “ A.Gramsci
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