Debo agradecer este día.
Es uno de esos momentos en los que uno siente que se despabila.
Se despierta.
Abre los ojos como un niño. Y cree ver la luz.
Equivocado.
Hoy pensé que en realidad no eran los otros que se equivocaban. Que tenían una mirada fallida de ciertas circunstancias.
Era yo.
El tonto era yo, que creía estar en lo cierto y erraba.
Pifiaba de algún modo el entendimiento sobre determinada situación, que disparaba discrepancias de opiniones.
El error es que uno piensa que siempre está en lo correcto. Que su forma de ver las cosas son las apropiadas. Que toda la batería de supuestos, proyecciones, informaciones y datos, sustentan en forma adecuada y contundente la perspectiva.
¿Qué perspectiva?
La que logra vislumbrar cómo son las cosas. Cómo se han articulado y qué ocurrirá si uno procede de tal o cual forma.
Es decir…
Uno perfectamente puede andar equivocado y pensar que está en lo cierto.
Que la capacidad de abstracción y el análisis estratégico están bien fundamentados.
Y por eso son claras las cosas que al otro le resultan difusas.
Error.
Uno se equivoca porque tal vez cierta trayectoria lo envalentona. Le dice que está en lo cierto. Que las cosas son como las percibe.
Etc. Etc.
Pero es posible que toda esa verborragia parlanchina carezca de fundamentación. Sea así impropia.
Invalida.
Inconsistente.
También podría decirse, imprecisa.
Desafortunada.
Lo cual demuestra, evidencia en verdad. Que uno ha andado por la vida equivocado.
Creía que tenía la razón. Que era infalible y el otro no despertaba.
Por eso tal vez cada tanto lo pellizcaba o tiraba de la camisa.
He ahí la relevancia de la equivocación.
Porque uno creía que estaba en lo correcto. Cuando en verdad podía estar perfectamente equivocado.
Convencido y fundamentado.
Pero equivocado.
*Juan Valentini es autor de “Escritos de la Vida”. Los contenidos de este Blog no forman parte del libro. También es autor del libro de superación personal “El Campeón: filosofía práctica para ganar en el juego e imponerse en la vida”.