Debo reconocer que admiro a los valientes y en especial a quienes en vez de no jugarse por nada, se juegan siempre por todo. Dan la vida por sus causas, por sus ideas y por cada una de sus convicciones.
No me importa incluso si esas personas cambian de rumbo y de manera contraria y elocuente avanzan con determinación en dirección opuesta. Aun así, despiertan mi admiración por la energía, la entrega y la lucha con la que llevan adelante sus propósitos.
Además me resulta más virtuoso quien se atreve a asumir los errores y cambiar de ideas, que quien se encapricha con sus perspectivas y honra de por vida la terquedad.
Yo los miro a los valientes y muchas veces me pregunto si no seré un tibio pusilánime, que es incapaz de dar la vida por lo que fuera. Porque no la daría por la patria, por un partido, por mis ídolos, por un club de fútbol, y ni siquiera por mi propia vida. Con lo cual es claro que esa cobardía, quizás resultante de cierto espíritu miedoso y titubeante, si bien sirve para preservarse y conservar la calma, contribuye poco para alistarse en proezas.
Y, desde ese lugar, es claro que el mundo puede esperar poco de uno. Y uno también puede esperar poco de sí mismo, porque el miedo retiene y persuade para evitar el despliegue, encerrándonos en quienes somos en vez de alentarnos a alcanzar quienes podemos llegar a ser.
Obviamente uno exagera, con ánimo de tensar la cuerda y provocar la reflexión. Sin otra esperanza que aspirar a la ilusión del avivamiento. Del darse cuenta cómo son las cosas, para poder reencausarse, pellizcarse o inquietarse, con intención de entenderse y reinventarse.
Por eso la introspección, la percepción, la inquietud existencial y la búsqueda, es un camino prometedor. Porque nos ayuda a definirnos.
Y eso no es poco.
Un día por ejemplo uno descubre que el miedo nos persuade para reducirnos, para seguir siendo los mismos. Para quedarnos en el lugar de siempre, reposar en las certezas de la calma.
Y ese mismo día el miedo nos provoca para que salgamos de la comodidad, afrontemos la incertidumbre, esquivemos los rasgos pusilánimes que nos convocan, miremos el mundo de frente, con la decisión de quien sabe que ha llegado la hora.
Y nos alistemos en el equipo de quienes se juegan por todo, aun sabiendo que siempre podemos estar equivocados.
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