No estás, me dijo.
Es que no quiero cansarlos a ustedes y cansarme a mí. Creo más en la estructura de cierta escasez para provocar interés. Si las cosas se dan en demasía, cansan, abruman y se pierde el interés.
Eso supongo, quizás por lo que me ocurrió con el fútbol.
Y qué te pasó, dirán.
Bueno, yo era fanático. De esos fanáticos que se encierran en el auto a escuchar el partido de Boca. De Boquita. Entonces me encerraba en el auto, en la pieza o donde sea. Y ahí se apagaba el mundo mientras se encendía el fútbol. Gritaba, sufría, me alegraba.
Yo sé lo que es ser el más feliz del mundo. Y también el más desgraciado.
El fútbol me lo enseño. Boca y la selección nacional me dieron ese aprendizaje.
Todo se reducía al resultado. Al gol o a la pelota que había pegado en el palo y nos había dejado descalificados para siempre en un campeonato. Ni hablar del mundial, porque eso sí que era terrible. Irnos a casa de vuelta por otra situación azarosa y fallida, no podía provocarme más tormentos. Echarme en la cama y maldecir la realidad, el fútbol y las insoportables contrariedades de la vida.
Maldición.
Encima eso me pasó mucho. Desde el 86` cuando salimos campeones me pasó sistemáticamente. Cuatro años esperando el mundial para corroborar que los argentinos éramos en verdad los mejores del mundo. Y cuatro años más luego para aceptar que el azar se confabuló nuevamente en nuestra contra.
Así de fanático era hace años. No había partido que me pierda y nada me producía una alegría mayor que el triunfo de Boca o la selección.
Pero la realidad cambió, antes esperaba la transmisión de un partido en directo durante quince días. Con el tiempo se acortaron las emisiones y llegaron los partidos en directo todos los días.
Ya no me encerraba en el auto para sufrir. Ya no veía tanto partido en vivo. Y la vida no se reducía a los caprichos de la pelota.
Todo por culpa de la abundancia que no creyó en los beneficios de cierta escasez. Así que atosigado fui perdiendo el interés.
Hoy no puedo nombrar un solo jugador de Boca y cuando voy a la cancha para acompañar a un amigo me cuesta desplegar el grito eufórico y desmedido que provoca el gol.
La otra vez me pasó y fue una verdadera pena. Enloquecieron mis compañeros de tribuna y yo quedé desalineado por completo. Tuve que esforzarme por levantar los brazos y hacer algún movimiento corporal para no quedar completamente ajeno a la celebración espontánea.
Una lástima haber perdido la alegría que solo el fútbol me supo dar.
Gracias a Boca y a la selección.
Y posiblemente culpa de la abundancia que me empachó de partidos televisivos.
*Juan Valentini es autor de “Escritos de la Vida”. Los contenidos de este Blog no forman parte del libro. También es autor del libro de superación personal “El Campeón: filosofía práctica para ganar en el juego e imponerse en la vida”.