Casi de prepo participé de un mundo pantomímico. Un muchacho con buen pasar ostentaba sus pertenencias. Tenía un auto notable, viajaba por el mundo, lucía su mascota, que en apariencias era un bicho costoso. Suposición que me excede porque desconozco el bicho aunque advierto la única verdad, costaba una fortuna.
Y por qué tenía ese bicho, me pregunto ahora.
Ya sé, me digo espontáneamente. Lo tenía porque era una pieza notable, que con certificados y papeles lo ayudaba a constituirse como sujeto pudiente. Sin importarle siquiera que seguramente ese animal no debería estar en sus brazos y que las disposiciones del derecho del animal indiquen seguramente que es pieza de exhibición universal o patrimonio de la humanidad.
Y qué animal es, me preguntarán. Qué se yo, jamás vi un bicho así. Solo deduzco y alcahueteo la escena porque nunca podré olvidarla.
El con el animal entre sus brazos, como si estuviera inmóvil. Mientras hablaba con cuidado por el riesgo de inquietarlo.
No digo más que eso.
Solo que era un estandarte más de su opulencia. Como el lugar de su propiedad en el que se encontraba y cada uno de sus dichos de intención materialista, para conmover quizás a otro de su misma especie.
Porque es claro que solo alguien de esa estirpe, si es que nos permitimos esa anticuada palabra, puede interesarse y admirar semejantes pantomimas.
La gente más inteligente, no necesita la opulencia, ni la ostentación. Ni la barbarie.
Como apunta el libro El campeón, sabe que nadie es más que nadie. Ni menos que nadie.
Y deja correr su vida por otros carriles.
*Juan Valentini es autor de “Escritos de la Vida”. Los contenidos de este Blog no forman parte del libro. También es autor del libro de superación personal “El Campeón: filosofía práctica para ganar en el juego e imponerse en la vida”.