Abro la puerta y digo hola. No me sale la sonrisa.
Vuelvo a mi dormitorio. Me tiro en la cama y doy vueltas.
Cristina vino temprano otra vez y ya tendremos tiempo para arreglar las cuentas. Pienso.
Mientras ella comienza a hacer de las suyas yendo y viniendo por todo el departamento. Habilidad que le toma solo unos breves pasos. Con dos, llega al baño. Con cuatro, a la cocina.
Paso y medio, y está en el dormitorio.
Cristina me anda merodeando. Pienso.
Sus pasos pisan cerca y yo tengo algo de razón.
Ha hecho cuatro pasos. Está lejos.
Seguro llegó a la cocina. Decidió instalarse en ese lugar recóndito. Es porque se prepara té en el reducto. Ahí se aísla como si estuviera sola. Recluida del mundo y alejada de mí.
Parecen kilómetros de distancia porque ya no se escuchan sus pasos.
Debe estar pensando. Diseñando la estrategia para abordarme. Me digo.
Ella permanece distante, ajena. Está centrada en su taza de té humeante, que saca vapor abusivo.
Es como si se hiciera nebulizaciones sin máquina. Creo.
Se tiene que quemar los labios. Pienso. Pero disfruta. Me digo.
No sé por qué me escribo tantos cuentos. Reflexiono.
Cristina da sorbos al té y el líquido humeante obnubila su mirada. Esa tradición la hace siempre y debe ser uno de los momentos más disfrutables. Donde se conecta con Dios.
Exagero.
Aunque algo dudo, porque queda abstracta en esa ceremonia de apariencias irrelevantes. Solo ella sabe en las profundidades de la existencia que se encuentra. Supongo.
Doy vueltas en la cama. Inquieto, enojado.
El aprecio que le tengo a Cristina me persuade a hacerme el distraído. Quizás es mejor mirar para otro lado y olvidarme de todo.
Evalúo…
No creo en la venganza, pero sí en la justicia.
Me levanto de golpe con la intención de hacer mío este día. Aunque en realidad me levanto para saldar deudas o ajustar las cuentas.
–Otra vez me dejaste clavado el lunes Cristina –digo.
Cristina me mira y empieza a entretejer su historia. Pero no doy espacio para que nos entrometamos en la mentira. Sería una pantomima innecesaria para disimular la evidencia.
Permanecemos unos segundos en silencio.
Ya está Cristina. No te preocupes. Otra vez avisame que no vas a venir.
Sin darnos cuenta estamos acercando posiciones. El mutuo aprecio nos une. Sospecho.
– ¿Te escribo en la manito para que no te olvides de venir la próxima semana? –sugiero.
Los dos sonreímos, mientras amago con buscar la birome.
*Juan Valentini es autor de “Escritos de la Vida”. Los contenidos de este Blog no forman parte del libro. También es autor del libro de superación personal “El Campeón: filosofía práctica para ganar en el juego e imponerse en la vida”.