El cura del pueblo

#EscritosDeLaVida

No voy a decir de qué cura se trata. Ni de qué pueblo.

Y aclaro, no tengo nada contra ningún cura de ningún pueblo.

Sólo observo.

Además, hay muchos curas y muchos pueblos. Por lo cual sería improcedente afirmar que un cura es igual a otro. Que sobrelleva las mismas prácticas, habla de igual manera y ejecuta su función con una precisión elogiable.

cura

En todas partes.

Como si los curas de pueblos estarían funcionando armónicamente. Al unísono. Ejecutando el sonido de una única melodía.

Algo que no creo que pase.

O sí.

Quién sabe.

En los pueblos hay no menos de cuatro figuras emblemáticas. Son como una suerte de protectores de la comunidad y ocupan distintos espacios de jerarquía.

El intendente.

El comisario.

El periodista.

Y el cura.

Cualquier pueblerino podría atestiguar que esto es así. Aunque podría sumar también algún otro personaje.

Quizás el político incordioso que fastidia al intendente de turno, obstaculiza cualquier acción que propicie y se esmera en ofrecer tantas zancadillas como pueda.

Algo así.

Aunque no todos los políticos opositores creen en la maldad. Hay muchos inteligentes.

Pero no nos distraigamos. Hoy le toca al cura.

¿Por qué nos preguntamos por él y su entorno?

Porque es una figura relevante y tal vez observarlo es una manera de comprenderlo. Además de homenajearlo.

A mí me inquieta en principio el núcleo entusiasta que suele rodearlo. Se trata de feligreses empeñados en seguirlo de cerca.

Es un séquito de personas mayores que asisten religiosamente a misas. No sólo los domingos.

Todos los días.

Y acompañan al padre en múltiples ocasiones.

Se trata en general de mujeres muy mayores que rodean al sacerdote. Una suerte de aliadas incondicionales que lo acompañan en todas sus circunstancias.

Y celebran con cierta algarabía sus cumpleaños.

Lo sé porque lo he visto en la televisión. Y he disfrutado con ellas.

Cantan, sonríen y abarrotan de regalos al cura. Algunas van por más y, cuando el micrófono llega hasta sus bocas, se desasen en palabras que ensalzan la figura del cura párroco.

Mientras el cumpleañero se regocija en ese acto tan espontáneo como sentido.

Pero ese detalle no me inquieta tanto. Si no la obstinación por estar cerca del cura en cada una de sus actividades. Como si estuvieran cumpliendo una función divina.

Son mujeres muy grandes, de más de sesenta o setenta años. Que tienen un propósito muy claro.

Mantenerse cerca del cura del pueblo.

Y seguirlo incondicionalmente.

Yo sospecho, siempre en el terreno de las presunciones, que esas señoras mayores están muertas de miedo. Piensan que en cualquier momento se van a morir. Y se acercan al cura con la idea de que de esa manera exaltan la bondad y tendrán mayores chances de salvarse.

Dudo que engañen tan fácil a Dios.

Pero es lícito el intento.

Igual estoy seguro que si le preguntara a alguna de ellas, me diría que no es ninguna treta.

Que lo hace por un impulso irrefrenable del corazón.

Confiemos.

También pienso que algunas podrían estar tomadas por un enamoramiento tan íntimo como inconfesable. La figura poderosa del representante de Dios en la tierra podría estar cautivándolas.

Y el jefe de la iglesia local podría estar ejerciendo una suerte de obnubilación sobre esas viejas que jamás se permitirían un romance de esa naturaleza.

Aunque no me atrevo a profundizar esta posibilidad, por el peligro de caer en el sacrilegio.

Disculpen.

Yo respeto al cura del pueblo.

No le tengo miedo. Es más, lo aprecio.

Pero me mantengo distante, no me gusta que me reten y prefiero disciplinarme a mi propia normativa.

 

Quizás lo más destacable es que el cura está en los momentos difíciles y cumple una función muy valiosa. Acompaña en el dolor a los vecinos y los ayuda a transitarlo. Ejerce así una tarea que merece ser reconocida y elogiada.

Por eso quizás lo aprecio. Por su aporte invalorable.

Pero la realidad viene toda junta y yo soy sólo un observador subjetivo.

Porque hay tantos curas como personas que contemplan.

 

La misa del domingo es un evento relevante en el pueblo. Van las señoras mayores que constituyen el séquito del párroco. Van también muchos buenos vecinos.

Es ahí donde el cura ofrece su sermón, ante la atención de todos.

Se trata del momento más emblemático. Cuando despliega toda su verborragia y habilidad de liderazgo.

Emerge en el altar como un mandamás que define cómo son las cosas.

Remarca la buena senda y alienta los sanos valores. Al tiempo que señala con crudeza el camino equivocado.

Arremete con diestra y siniestra para indicar por dónde se debe ir y cuál es el sendero a evitar.

En el medio, suele amenazar con el infierno.

Para que nadie se confunda.

Todo ocurre entre rituales tradicionales y ante la mirada condescendiente del público presente. Que percibe atónito el transcurso de la ceremonia y acompaña sin chistar.

Quizás los momentos más notables son cuando el cura parece endiablarse.

De pronto se transforma en alguien que es capaz de retar con ímpetu a los mayores y ajusticiarlos ante sus posibles intenciones de disidencias.

Nadie dice nada.

Eleva la voz, llega casi hasta el grito. Parece maldecirlos, vapularlos.

Hasta que en cierto momento se le escapa un insulto, que entreteje muchas veces con otro.

Y otro más.

Es ahí cuando parece detenerse y replegarse. De a poco desanda sus pasos. Baja el tono de voz, desacelera sus palabras…

Recupera la sonrisa.

Y sigue.

Como si no hubiera pasado nada.

Entonces continúa con más calma para precisar cómo deben ser las cosas.

A muchos les gusta que le digan cómo deben vivir. Quizás advierten en esa posibilidad la comodidad de evitar hacerse cargo de construir sus propios valores.

Sus propias filosofías de vida.

Quién sabe.

Sólo interrumpen la misa algunos llantos esporádicos de bebés.

Salvo esos espíritus rebeldes, nadie se atreve a abrir la boca.

Quizás piensan en la conveniencia de acordar con lo que dispone el cura del pueblo.

Sospechan que por algo es el representante de Dios.

Podría ser cierto lo del cielo y el infierno. Así que los entiendo, no está mal preservarse.

En ese caso es mejor consentir, que arriesgarse.

 

*Que tengan un excelente día. Hasta la próxima!

 

 

Escritos de la Vida - Juan Valentini

 

*Juan Valentini es autor de “Escritos de la Vida”. Los contenidos de este Blog no forman parte del libro. También es autor del libro de superación personal “El Campeón: filosofía práctica para ganar en el juego e imponerse en la vida”.