En el primer grado del colegio primario nos lo deberían haber enseñado.
Pero evidentemente no lo hicieron.
Por lo menos en numerosos colegios de la Argentina. A juzgar por lo que se ve en los medios y en distintas situaciones cotidianas.
Opinar distinto al interlocutor de turno parecería ser hoy una acción de riesgo. Más peligrosa que un salto mortal o un acto de equilibrismo sin red.
Quizás eso es lo que habilita la destreza de la antelación.
¿Qué antelación?
La suposición de que una opinión discordante podría desatar la furia del interlocutor. Y el acto consecuente que a veces se adopta para preservarse.
Callarse la boca.
La técnica parece sencilla pero suena un poco denigrante, porque silencia la expresión auténtica y facilita una complicidad mentirosa con el semejante ocasional.
Por eso callarse, es falsearse a uno mismo y engañar al otro. Hacerle creer que vemos la cosa de igual manera y no hay motivo capaz de enemistarnos.
De ahí tal vez es que la cobardía se hace lugar y aparece. Sostiene la pantomima para producir agrado.
Notable.
Así, las lógicas del silencio deterioran la potencialidad de las conversaciones. Impiden su desarrollo mientras amputan sus posibilidades.
El arte de conversar se reduce a darle la razón al otro. O aprobar cada uno de sus dichos. En vez de aprovechar la disidencia como un terreno fértil y necesario para desplegar la intelectualidad.
Por eso más que replegarnos en nosotros mismos, es necesario abrirnos a los demás. La palabra del otro es siempre un aliado para replantear nuestra perspectiva y posibilitar enriquecerla.
Pero ya ven, opinar distinto suele derivar en silencios estratégicos. O discusiones acaloradas, que en vez de agradecer la palabra del interlocutor, provoca enojos enfermizos.
Hasta que llegan las agresiones, que son el despropósito del diálogo.
Todo debe ser por culpa de la señorita de la escuela primaria. Que no nos enseñó a todos que podemos opinar diferente.
Incluso en forma antagónica.
Que nuestras posibilidades de superación, no pasan por escuchar al que piensa igual. Si no, al que piensa distinto.
Y que si no afrontamos la incomodidad de procurar ver el mundo con los ojos del otro, quedaremos reducidos a verlo con nuestra mirada.
Siempre desde el mismo ángulo.
Y con la imposibilidad de verlo desde otro lugar.
*Hasta la próxima!