Julio me dice que va a vender el auto para reducir sus costos, que mejor se va a comprar una bicicleta, aunque aclara que en realidad no será una, serán varias. Varias bicicletas para toda la familia. Para Gastón, su hijo de 13 años, Luciana, la nena de 11 y él. Aunque tal vez es muy posible que le compre la bicicleta a Alicia, su esposa que hasta el momento se niega con terquedad a la idea de tener que andar en bici en las calles de Buenos Aires.
-Yo no voy a andar arriesgando la vida –me cuenta Julio que le dice su esposa. Y además le pone como reparo el problema climático.
-¿Qué problema? –pregunto.
-El de la lluvia. Dice que en días de lluvia no andaría en bicicleta.
Me cuenta que Alicia aduce otras cuestiones que la llevan a rechazar la posibilidad de dejarse vencer y subirse a su bicicleta. Dice que a veces no se siente bien de salud, que está grande, que no quiere llegar transpirada al trabajo y que lo poco que disfrutan de la vida, que es viajar en auto con frecuencia a Chascomús, se terminará para siempre. Y eso hará que su vida sea un despropósito, una paparruchada, una negación al único disfrute y momento de felicidad que vive ella, Julio y sus hijos.
Aunque en realidad eso último creo que no lo dijo, pero bien se podría deducir de la desazón que con claridad muestra Alicia. Por lo menos eso sí es innegable si uno lo escucha a Julio relatar la firmeza y el desencanto con el que su esposa se niega hoy a andar en bicicleta por las calles de la ciudad.
-Comprá tres por las dudas –le sugiero.
Julio me mira y reflexiona.
-Si no le compro la bicicleta ahora no la convenzo más –me confiesa.
Dice que él está entusiasmado porque además de bajar sus costos, andar en bicicleta es bueno para su salud y la de su familia. Que por eso no tiene ninguna intención de ceder y está decidido a comprar las bicicletas. Aunque dice que su única duda es comprarle o no a su mujer.
Pienso en asumir un compromiso mayor con mi amigo. Ofrecerme a hablar con Alicia para persuadirla, asegurarle que nada es mejor en la vida que andar en bicicleta. Que sólo así uno puede vivir en la naturaleza. Sentir la libertad. Disfrutar del aire en la cara. Conectarse con el universo. Ser feliz en la vida.
Pero repliego la intención y no digo nada. Sospecho que es improcedente involucrarme en un plan engañoso.
Por eso lo escucho sin hacer ningún comentario y veo que empieza a inquietarse. Espera que abra la boca, que diga algo. Que ayude de algún modo a encontrarle una solución al tema.
Pero sólo lo miro y persisto en silencio ante esa turbación ajena.
Es ahí cuando resuelve ir directo al grano y me pide que le dé un consejo.
Le digo que yo no sé qué decirle. Y que encima pienso que el mejor consejo que puede recibir alguien es el que es capaz de darse a sí mismo. Porque nadie como uno sabe lo que siente, lo que quiere, la realidad que quiere construir, la vida que quiere vivir…
Julio me mira con cierto desencanto, como si sintiera que está perdiendo el tiempo. Se para de la silla y va hasta la puerta.
-Creo que se la voy a comprar –dice.
.*¡Hasta la próxima!