No todo el mundo tiene un enemigo. Varios enemigos. O muchos enemigos.
Sólo algunos los tienen, en especial aquellos que los construyen. Porque si algo hay claro en este tema es que un enemigo no nace, se hace. Y se hace en especial en la cabeza de quien quiere tenerlo, porque es la instancia crucial para construirlo.
Sin esa predisposición a pensarlo y diseñarlo, es muy difícil producirlo. Por eso es esencial la disposición para crearlo y la intención de sostenerlo con el tiempo. Dado que, caso contrario, el eventual enemigo corre el riesgo de desvanecerse y dejar de existir. Lo cual implica muchas veces una pérdida irreparable para quien lo necesita de algún modo, vaya a saber por qué.
Quizás porque cree que en verdad existe. Tal vez porque piensa que el mundo está contra él. O porque de muy chico tuvo un enemigo, algo que fue muy cierto, y esa memoria emotiva se muestra caprichosa e irreversible, razón por la cual el mundo es así, el enemigo existe y seguirá existiendo, más allá de cualquier intento persuasivo que pretenda cuestionar esa concepción irrenunciable.
Así que es muy posible que la obsesión por vivir con uno o varios enemigos sea una opción indeclinable, una necesidad de cierta subjetividad o identidad que necesita tener con quien enfrentarse para transitar la vida y seguir siendo quien es.
Y nadie va a cuestionar esa elección, porque cada uno sabrá si quiere cambiar o seguir siendo el mismo. Los precios al fin y al cabo los paga cada uno. Como cada uno recibe también los beneficios de sus decisiones.
Por eso es muy cierto que nadie escapa de las consecuencias de sus actos. Y queda encerrado en el mundo que construye.
De modo que quien quiera tener enemigos, que tenga.
Y quien quiera evitar la violencia, los enojos, la energía desalineada y maliciosa que procura dañar al otro, es mejor que se quede tranquilo.
Que se quede piola.
Evite construir enemigos y viva en mayor bienestar.
.*¡Hasta la próxima!.