Visita al odontólogo

#EscritosDeLaVida

La odontóloga revisa con convicción. Tiene el propósito de descubrir la causa de la dolencia. Lo que en verdad motiva el dolor de cabeza y repercute en toda la parte izquierda de mi cara. Por eso explora con un espejito sobre el final de la dentadura y mira con compromiso para dilucidar el problema.

Persisto quieto en el sillón y la miro de reojo mientras empieza a golpear una muela y pregunta si duele. En esta, dice. Un poquito. Golpea con más determinación. Un poquito, digo. Sigue con la otra, pero golpea más fuerte. Ahí sí, le digo. Aunque no tengo la precisión. Quizás sólo me asusto de la convicción con la que golpea con ese instrumento de metal. Golpea de nuevo comprometida. Ahí sí. Es ahí, le digo. Permanece unos segundos más entre golpeteos. Saca el espejito y la barra golpeadora de metal, se aleja de mi boca y dice. Es ahí. En la última muela.

La miro aliviado, como si el diagnostico fuera infalible y lo que quedara de la consulta fuera resolver el dolor para siempre.

-Estuviste nervioso –me dice.

-Puede ser –respondo.

Dice que es porque se contrae la mandíbula, la muela presiona y hace doler. Y me pone un papelito violeta.

-Mordé y friccioná.

Obro como paciente disciplinado. Muerdo y fricciono.

Saca el papelito. Pone otro renovado.

-Mordé.

Muerdo y fricciono.

-Voy a gastarte la muela –escucho.

Siento que ha sido desafortunada la visita. Que no estoy en el lugar adecuado. Y que en realidad quizás tanto no me duele. En verdad, me convenzo que con seguridad no es para tanto. Que bien podría haber dejado pasar el tiempo y en uno o dos días se terminaba con el asunto. Maldigo la idea de haber ido tan rápido al dentista. Motivado quizás por esa convicción insana de enfrentar de inmediato los problemas.

-No quiero que me gastes la muela –digo al instante.

-Un poquito –avisa mientras busca algo.

odontólogaTrato de decir que no es necesario. Que el dolor se ha atenuado. Y que si eran los nervios ya todo está solucionado.

-Apenas –escucho.

Me resigno sin oponer mayor resistencia. Abro la boca y prende el torno. Empieza el ruido con agua que va purificando la zona. Y acciona decidida. Opera con ese ruido apabullador mientras la observo imposibilitado.

Saca el torno. Me pide que muerda.

-Ahí está –le digo.

Pero me dice que apenas la ha tocado, que necesita un poco más.

Abro la boca y arremete convencida. Otra vez se abalanza sobre la muela y empeña el torno sin restricciones. Tiene la mirada enceguecida sobre las profundidades de mi boca y la mano indeclinable.

Presiona y persiste.

Ahora parece que se ha tranquilizado. Retira el torno y aleja su cuerpo. Agarra otro papel violeta y me pide que muerda.

-Perfecto –afirmo.

Ella corrobora y cree que es necesario un poquito más. Así que agarra el torno y arremete de nuevo.

-Apenas –dice.

-No quiero que me gastes la muela –protesto.

-Es apenas –confiesa.

Abro la boca contra mi voluntad. Y persisto al torno incansable. Siento que estoy resignado, que soy un hombre vencido. Un pusilánime que no enfrenta la adversidad para detener el atropello.

Pienso que debo reaccionar, pero me encuentro doblegado.

-Ya está –avisa-. Ahora no te va a doler aunque te pongas nervioso.

Me siento aliviado, creo que llegó a buen puerto. Y sonrío como si hubiéramos hecho un buen trabajo.

Se saca los guantes y apaga la luz que iluminaba el sillón.

Me comenta que puede blanquear mis dientes y dejarlos perfectos. Abre un cajón, saca una jeringa con un líquido y un molde de dientes. Me lo muestra.

-Son un par de sesiones –cuenta.

Le digo que lo que me preocuparía es gastar el esmalte. Me dice que puede hacerse algo leve. Y le digo que puede ser interesante, pero le reitero que me preocupa que se gaste el esmalte.

Afirma que no me preocupe porque es algo leve y no hay ningún riesgo.

Guarda el molde, la aguja y el líquido. Mientras me dispongo a levantarme del sillón.

Siento que ya no me duele la cabeza. Que ahora la muela no podrá presionar mucho más. Y que quizás vuelva para hacer los dientes más blancos.

 

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