Pocas cosas deben ser más importantes en la vida que construir una identidad y encontrar en ese espacio nuestro lugar en el mundo. Porque la identidad, qué duda cabe, es un lugar que nos presenta ante los demás, nos aporta cierta imagen y de alguna manera imprime las delimitaciones de nuestro accionar.
Nos guste o no, esa identidad nos constituye y ofrece las posibilidades que nos corresponden. Fuera de ella, ni un paso más.
Por eso, y porque la identidad es dinámica dado que se redefine permanentemente al compás de nuestras palabras y acciones, es que mucha gente se preocupa por ella. Y la construye con el mayor empeño posible.
Eso es lo que hicieron mis hermanas. Desde el primer día.
Por eso tal vez la lucha encarnecida cuerpo a cuerpo para disputar el lugar preferencial, que les aporte consecuentemente los beneficios que retribuye.
Mi hermana mayor que nació con la ventaja de disponer varios años para operar sin competencia, de inmediato advirtió la posibilidad de volverse religiosa y se encausó en la misión.
De chica nomás, se pasó los años con las biblias infantiles y con la obstinación irrenunciable de ir a misa todos los domingos. Estimulada seguro por la identidad que disfrutaba y azuzada también por el miedo que los sacerdotes de mi pueblo presumiblemente le causaban, advirtiéndole a ella y al resto de los pueblerinos, que la ausencia podría ser causante suficiente para ir al infierno.
Quizás por esos dos estímulos, el personal impulsado por la identidad que quería, y la sospecha de que el sacerdote que hablaba con convicción tenía razón, reafirmó el compromiso por volverse religiosa. Y la decisión de honrarlo desde niña hasta nuestros días.
Lugar que honraba porque mis padres valoraban la religión y le daban una jerarquía prominente en la vida cotidiana.
El accionar de mi hermana mayor es por supuesto muy respetable y yo la acompaño tanto como puedo en profesar su fe. Y en nutrirla, porque creo que es bueno para el espíritu y sin dudas una bendición para el alma.
Pero eso no quita que observe y me inquiete por algunos menesteres.
Sobre todo cuando luego nace mi hermana menor y advierte la posibilidad de ganar posiciones en la materia para disputar identidad. Y obra en consecuencia con un ímpetu similar o tal vez mayor, porque le imprime total determinación y elocuencia. Y compra rosarios, y se alista en grupos religiosos, que habían sido inadvertidos por la hermana mayor, y que ahora le aportan a la chiquita la posibilidad de ganar posiciones y liderar el compromiso religioso de la familia. Que por supuesto supera al de mi padre, que reside en exclusividad a nivel simbólico, de palabras y estampitas, pero que no se materializa con su presencia los domingos en las misas, ni con sus confesiones, ni su disciplinamiento como católico apostólico romano en todas las disposiciones que la religión enuncia y se encuentran vigentes.
Es sin dudas mi hermana menor la que ha logrado aventajarse en la materia y descubrió vericuetos que poco a poco la llevan a construir la identidad más firme como religiosa.
Por eso tal vez tuvo una buena jugada cuando eligió como viaje al exterior irse a Schoenstatt y agarrar del brazo a mi madre para que la acompañe y observe en forma presencial el compromiso mayor, irrenunciable que tiene con la religión.
Sin dudas esa movida responde a sus más íntimas convicciones pero a la vez desplaza a mi otra hermana y la relega a una instancia de menor compromiso, que la hace ceder posiciones en su identidad religiosa.
Estas disputas de identidad son entendibles y tienen finales abiertos.
No creo que mi hermana mayor acepte dócilmente la treta de la chiquita, su viaje pergeñado para ubicarse sin dudas como la más religiosa de la familia, y sus eventuales movimientos que conducen a reafirmar ese lugar.
Hoy está en la cima, aunque no le garantizaría el éxito.
Nadie ha dicho nada al respecto en mi casa, pero todos observamos este tema por la claridad de su evidencia. Y algunos sospechamos que la hermana mayor estaría a punto de tomar una decisión de máximo compromiso con la religiosidad.
La más drástica de todas.
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