Por: Mauro Gago
No es de extrañar que la gran mayoría ha oído hablar del Complejo de Edipo, piedra fundamental de la teoría psicoanalítica de Sigmund Freud. Tampoco es raro, asimismo, que otra gran mayoría atesore dentro de su acervo cultural el discernimiento de que ese tal Edipo mató a su padre para casarse con su madre. Sin embargo, este reduccionismo pedagógico revela cómo el mito se fue tergiversando con el correr de los siglos, ya que precisamente el tiempo y el consecuente deterioro de la tradición han puesto a Edipo en el sillón de los acusados, como si la contingencia de su tragedia hubiese sido transformada y considerada un acto premeditado y deliberado. Tal es así que hasta el propio Freud retomó el mito en forma negativa para explicar su teoría. Pero vayamos primero a comentar muy por encima la teoría del Complejo de Edipo del neurólogo austríaco.
En Freud, el Complejo de Edipo designa la primera pulsión sexual que el niño o la niña experimentan inconscientemente para con su progenitor del sexo opuesto y el deseo, también inconsciente, de eliminar a su progenitor del mismo sexo. A estos sentimientos de “amor incestuoso” y posterior “parricidio” (que se dan en los niños de3 a6 años), Freud los intenta graficar con la tragedia escrita por Sófocles, dónde se especifica el funesto destino de Edipo que ya conocemos. Dicho Complejo se termina con el período de Castración, en dónde el padre (en el caso de los niños) le ordena a su hijo que se busque otra mujer porque su madre ya es de su propiedad.
Ahora bien, explicada de manera muy entusiasta la teoría freudiana, pasemos a lo que nos compete, que es la verdadera historia de Edipo.
Edipo era hijo de Layo, rey de Tebas, y de Yocasta. Al nacer, un oráculo vaticinó a los progenitores que el niño (aun sin nombre) iba a matar a su padre y a casarse con su madre, por lo que ambos tomaron la triste decisión de deshacerse del infante y ordenaron a un sirviente del reino que lleve al niño a un descampado y lo asesine. En consecuencia, el asistente emprendió su viaje con la criatura, pero llegado el momento de darle muerte, se enterneció y sólo atinó a dejarlo abandonado en un terreno retirado. Más tarde, un pastor que pasaba por allí al haber extraviado a una de sus ovejas, oyó el llanto del niño y descubrió el inesperado souvenir. El hombre lo llevó a su reino de Corinto y entregó el bebé a los reyes, quienes al ver las ronchas que tenía en sus pies lo llamaron Edipo (que significa “el de pies hinchados”) y lo adoptaron.
Lo cierto es que Edipo adquirió un amor extremo por sus padres adoptivos y creció sin saber su verdadera identidad. La felicidad que había encontrado pronto cambió abruptamente cuando un oráculo le reveló su trágico destino. Apesadumbrado, decidió fugarse del reino de Corinto para evitar semejante crimen, sin saber que en su afán de huir de él, no hacía más que acercarse a su desgracia. En efecto, en su camino se encontró en una encrucijada con dos hombres bien vestidos que venían a caballo. Uno de ellos le exigió de mala manera que cediera el paso y, ante la negativa de Edipo, mató a su caballo. Nuestro héroe, inflamado de ira, asesinó en la trifulca al verdugo de su animal y también al otro hombre, sin saber que éste último era Layo, el rey de Tebas y su padre.
Edipo prosiguió su camino, en el que se encontró con la Esfinge, un monstruo con cuerpo de león, cara de mujer y alas de águila. El engendro lapidaba a todo aquél que no respondía correctamente a su acertijo, lo que mantenía afligidos y atemorizados a los tebanos. Para poder avanzar, Edipo se vio obligado a enfrentarla y aceptó el reto. De esta manera, ante la pregunta de cuál era el animal que caminaba primero con cuatro patas, después con dos y por último con tres, respondió resueltamente: el hombre, que en su primera etapa se traslada gateando, en la segunda caminando normalmente y en la tercera ayudado por un bastón. La Esfinge, ofuscada y furiosa, no cumplió con su promesa y sometió a Edipo a otra adivinanza: Son ellas hermanas pero una engendra a la otra y al mismo tiempo es engendrada por la primera. ¿De quién se trata?, le inquirió. Edipo, sin dudar, respondió de forma acertada que se trataba del día y de la noche, con lo cual la Esfinge, burlada y humillada, se lanzó de un monte, dándose muerte.
Al enterarse los tebanos de la muerte del horrendo animal, agasajaron a Edipo por liberarlos del mal que había aquejado a varias generaciones, nombrándolo rey y cediéndole como esposa a Yocasta. Sin embargo, los males para los tebanos no terminarían allí, ya que al poco tiempo una peste atacó a la ciudad y provocó innumerables muertes. Consultado el adivino Tiresias, el anciano respondió que los males no se irían de Tebas hasta que no se descubra al autor del asesinato de Layo. Fue así como el rey Edipo inició una investigación, prometiendo que al autor se le dictaría la pena del destierro. La indagación fue avanzando y avanzando, hasta que finalmente se descubrió que el verdugo era, ciertamente, el propio Edipo. Los tebanos no podían salir de su asombro pero lo peor estaba por venir: Tiresias, al ver el cadáver de Layo y el rostro de Edipo, reveló que éste era hijo del difunto rey y que se había casado con su madre. Edipo recordó en ese instante lo que había avizorado el Oráculo y se aguijoneó los ojos por su aciago destino, quedando ciego. Por su parte, Yocasta se suicidó estrangulándose, presa de la locura. Dentro de los infortunios vividos, madre e hijo dejaron cuatro descendientes: Polinicies, Etéocles, Ismene y Antígona, quienes serán los protagonistas de Los 7 contra Tebas, pero esa ya es otra historia…
¡Pobre Edipo! Nunca imaginó que además de padecer su tragedia, debía soportar la condena post mortem de las sociedades venideras, incluso la de un austríaco barbudo que decía ser el padre del psicoanálisis…
Hay veces en las que cuando uno pretende alejarse de su destino, no hace otra cosa que adosarse y someterse más a él.