El origen de la frase “Arde Troya” y la legendaria ciudad descrita por Homero (parte 2)

#GreciaAplicada

El destino se acerca, el calor avanza sigiloso… ¡Que arda Troya!

…Antes de partir hacia Troya, un oráculo había vaticinado varias cosas: la primera es que la ciudad iba a ser tomada en el décimo año de asalto y para ello iba a ser indispensable la presencia de Aquiles. La segunda es que, precisamente, el hijo de Peleo moriría una vez asegurada la victoria. A su vez, el mismo Oráculo había augurado que el primer griego que pisara las arenas de Troya moriría en el acto. En efecto, cuando las naves llegan a la costa, el primero en disponerse a saltar es Odiseo pero, el astuto guerrero, recuerda el vaticinio y coloca el escudo debajo de sus pies, por lo que queda desembarazado del conjuro; con lo cual, el primero en pisar la blanca arena es Protesilao, quien cae fulminado instantáneamente. Comienza la batalla y Aquiles emprende una feroz cacería humana, ultimando­ a todos los rivales que se le interponen. A Ayax y a Diomedes, dos guerreros igualmente sanguinarios, al verlo exterminar a sus adversarios, se les infla el pecho de valor y cometen no menos atrocidades que su inspirador, dejando un tendal de cuerpos despojados de sus almas. Prontamente, las pulidas arenas de Troya pierden su esplendor y se cubren de miles de cadáveres troyanos y también griegos. Héctor, príncipe heredero de la engreída Troya, ordena la retirada y sus soldados obedecen tratando evitar las flechas aqueas…

Aquiles, el más bravo guerrero aqueo (griego). Homero lo describe como el de “pies ligeros” porque luchaba siempre corriendo, aniquilando rivales en pocos minutos.

El algarabío por la victoria es efímero ya que Crises, sacerdote de Apolo, intenta sacar provecho de la euforia helena y reclama la libertad de su hija Criseida, esclava sexual del rey Agamenón. Zeus, que lleva la Égida, escucha sus ruegos y mediante una señal milagrosa ordena la liberación de la doncella. Aquiles alza la voz y sentencia que la orden de Zeus no puede obviarse, por lo que Agamenón, mordiéndose los labios, libera a Criseida. Sin embargo, saciando su sed de venganza, castiga a Aquiles por su insolencia robándole a su amante, de nombre Briseida. Loco de ira, el hijo de Peleo, se retira ofuscado a su recinto, prometiendo no volver a la Guerra hasta que Agamemón le devuelva a Briseida.

La Furia de Aquiles, de Giovanni Battista, representa al héroe queriendo matar a Agamenón por haberle quitado a Briseida. Atenea, diosa protectora de los aqueos, toma del pelo al héroe y lo reprende.

 

Entre tanto, el príncipe Paris recapacita e intenta llevar a la batalla al terreno del honor para evitar más muertes de sus compatriotas. Acto seguido, reta a Menelao a un duelo a muerte, a guerrear por el amor de Helena , desafío que Menelao acepta inmediatamente. El ganador no sólo obtendrá a la bella Helena, sino también los tesoros de cada uno.

“Después de armarse aparte, uno a cada lado de la multitud, enfilaron el espacio que mediaba entre troyanos y aqueos con miradas terribles (…) Se detuvieron cerca uno de otro en el campo acotado, blandiendo las picas y llenos de mutuo rencor.”

(La Ilíada, canto III)

Los guerreros comienzan lanzando sus picas pero ninguno logra herir al otro como consecuencia de las duras armaduras dignas de la realeza, aunque los embates del rubio Menelao son más impetuosos que los del deiforme Paris. Tal violencia y destreza, poco a poco, hacen que el príncipe troyano, menos acostumbrado a las batallas, retroceda paulatinamente. En el instante en que Paris luce ya sin fuerzas, Menelao lo agarra de las crines de su yelmo y lo zamarrea violentamente hasta tirarlo al piso. Mientras, Hades merodea el lugar de combate ante la inminente muerte, pero también lo hace Afrodita, que adora a Paris por haberla elegido la más bella entre las diosas. Por eso, en el instante dramático, envuelve a su protegido en una nube de humo y lo deposita en el lecho del palacio, salvándole la vida. Mientras, Menelao busca lleno de odio a Paris entre las filas troyanas, pero nadie, ni siquiera sus compatriotas lo veían (y de verlo, lo hubiesen entregado sin culpa, dado el odio que le tenían por llevarlos a la guerra). Entonces, viendo que el cobarde Paris no regresaba, Agamenón ordena el ataque inmediato.

Menelao intenta castigar con la muerte la afrenta de Paris, pero pronto Afrodita salvará al troyano por haberla elegido la más bella de las diosas

 Pero esta batalla y las posteriores dan cuenta de las certezas del Oráculo, ya que los troyanos vencen con dificultades pero con firmeza, al punto de llegar hasta las últimas posiciones griegas e incendiar las “cóncavas” naves. Fuera de la pelea Aquiles, quien toma protagonismo es Héctor, “el de tremolante casco” según Homero, que deja a su paso una innumerable cantidad de víctimas que sucumben bajo su descomunal espada, bendecida por Afrodita y por Apolo, protectores de Troya. Testigo de la bestial avanzada del príncipe, sale a enfrentarlo el guerrero griego más valiente detrás de Aquiles: Ayax, hijo de Telamón y primo del peleida. La batalla entre ambos es tan cruenta, que hasta los dioses se abstienen de entrometerse y, ante la ausencia de vencedores y vencidos, ambos deciden darse la mano e intercambiar armas, un presente de sumo honor en aquellos tiempos.

La pelea entre Ayax y Héctor fue reproducida en la película Troya, aunque la versión del director ofrece la muerte del héroe aqueo, cosa que nunca sucedió en el mito. 

 

Con el descanso de Héctor, el troyano más temerario era Reso, soldado fornido y en apariencia imbatible. Para contrarrestar su fiereza, Odiseo y Diómedes planean una emboscada, sabiendo que algún conjuro le permite a Reso ser invencible. Así, cruzan al campamento rival y secuestran al troyano Dolón, a quien torturan hasta que les confiesa que sólo vencerán al tracio guerrero si secuestran a sus yeguas blancas. Así osaron hacerlo los héroes griegos, y mientras Odiseo secuestra a las yeguas, Diómedes le propina a Reso una muerte violenta. Sin embargo, la escalada troyana no cesa y cada vez son más las almas griegas que visitan la laguna infernal del Hades, Estigia.

Pero cuando el desconsuelo comienza a invadir el corazón de los invasores, cuando la sangre helena es vertida ya salvajemente por las espadas troyanas de Héctor, Eneas y Glauco, aparece en escena la inconfundible figura de la armadura, el yelmo, las grebas, el escudo y la espada de Aquiles, secundado por Fénix y los restantes mirmidones, el batallón del máximo héroe griego. Avanza el hombre de cabellera rubia, eliminando contrincantes con la ferocidad inconfundible, hasta que finalmente llega a instancias del renovado Héctor, cuya mera sombra induce al espanto. El combate es parejo pero lentamente el troyano gana terreno y comienza a hacer replegarse al valeroso griego, hasta que la mordaz espada de Héctor muerde mortalmente la garganta de su rival. El alma del heleno huye despavorida hacia el Hades y el estupor de los guerreros asaltantes es indescriptible. Gritan los troyanos desaforados, creyendo ingenuamente que su Héctor ha dado muerte al Gran Aquiles. Pero al retirar el yelmo, pero al ver que el inanimado que yace desangrado no es Aquiles sino su amigo más íntimo, Patroclo, el silencio se apodera de ambos bandos, ya sea en unos por tristeza. ya sea en otros por desilusión. El difunto guerrero, queriendo propagar el valor a su ejército, había sustraído las armas del Aquiles, su maestro en la lucha, llevando a la confusión a propios y extraños.

Aquiles llora la muerte de su mejor amigo, Patroclo, mientras su madre Tetis le alcanza la nueva armadura forjada por el dios Hefesto.

El mutismo comienza a ser más atroz que la propia batalla. El aire se comprime en la negrura de la noche. Unos temen comunicar lo sucedido y otros la venganza inexorable, pero ambos bandos temen, en realidad, la inminente cólera y brutalidad de Aquiles…

Todos saben que ya nada será igual…

 

Continuará…