Por: Mauro Gago
Eco, la ninfa locuaz que fue castigada a no poder decir lo que quería
Muchas veces hemos jugado a escuchar nuestra propia voz desde un lugar ajeno a nosotros (y no precisamente de una grabación), si bien para llegar a ello primero tuvimos que vociferar alguna frase que se expandiera en el espacio. Pero para que dicha recreación tuviese éxito, debimos encontrarnos en una zona propicia, ya sea un túnel, una montaña o un valle. Por ende, situados en alguno de estos parajes, al pronunciar aunque sea una palabra cualesquiera percibimos las últimas sílabas de la misma y se ha dado a conocer esta singularidad con el nombre de Eco.
Efectivamente, el Eco es un fenómeno acústico que se origina cuando una onda rebota y regresa a su emisor. No obstante, para que ello sea percibido por nuestro oído, se debe superar la denominada persistencia acústica, es decir, el fenómeno por el cual el cerebro humano percibe dos sonidos distintos como uno solo. Pero si ciertamente, la onda acústica supera a la mencionada persistencia acústica, se producirá el fenómeno del eco.
¿Pero de dónde nace la palabra con la que se designa a este fenómeno? En la mitología griega, había precisamente una ninfa llamada Eco, que además de poseer las virtudes de una belleza cabal, era una mujer muy simpática y parlanchina. Se decía de ella que era la ninfa más alegre y que conquistaba a todos los mortales de los que ella apetecía menos por su belleza que por sus seductoras conversaciones… y no era de esperar que el semental Zeus, dios del rayo, posara sus libidinosos ojos en ella. Ergo, en una determinada oportunidad, el dios se apareció ante ella con sólo una porción de su esplendor (toda su magnificencia hubiese fulminado a la ninfa) y la sedujo. Eco, conquistada inmediatamente por semejante virilidad, digamos que mucho no se resistió y juntos se apartaron para hacer el amor de forma desenfrenada . Pero la pasión no terminaría adecuadamente, ya que Hera, esposa de Zeus, que había seguido a su marido tal vez sospechando de sus pretensiones, los sorprendió en pleno acto sexual y su enojo fue tal, que arrancó violentamente a Eco de los brazos ardientes de su infiel esposo y la arrojó por los aires. La ninfa golpeó su cabeza contra un árbol y se desvaneció por unos segundos. Hera, diosa irascible como ninguna, sin contentarse por el brutal golpe sufrido por la ninfa, la exhortó a vivir en montes, montañas y cuevas y la condenó a que no pudiese expresar las cosas que quisiera decir: “Si tu arma de seducción es la locuacidad, ahora ya no podrás conquistar a los hombres de otras mujeres”. Zeus, preocupado por el castigo impuesto por su esposa, palió la desgracia de Eco al otorgarle la posibilidad de que al menos pudiese repetir las últimas sílabas de las palabras pronunciadas por otros.
De esta manera, cuando nos encontramos en una montaña o tal vez en un túnel que simula una cueva, sabemos que Eco estará merodeando por ahí, esperando que alguien pronuncie palabra alguna para saciar sus incontrolables ansias de hablar, aunque sea unas simples y ulteriores sílabas…
En la próxima publicación, conoceremos el fugaz amor de Eco con uno de los hombres más lindos de la tierra, un tal Narciso, que infortunadamente se enamoró de sí mismo…