La Batalla del Apoyabrazos

#HistoriasDeCharter

Los días pasan, los viajes se suceden, las horas de charter acumuladas suman cada vez más, y la cantidad de millas charteriles ya representan valores más que respetables.

En mi caso, la temperatura de la convivencia, el termómetro de la situación lo marca un evento del cual mucho podemos hablar, e incluso dedicar un libro entero. “La Batalla del el Apoyabrazos”

Apoyabrazos

Esa disputa por lograr ganar el apoyabrazos que divide el asiento doble, marca el punto crítico de la relación con el colega charteril, señala y determina de qué modo, y bajo qué humores, viajaremos la siguiente hora.

En “La Batalla del Apoyabrazos” hay uno de los dos soldados que corre con ventaja: el que llegó primero, siempre y cuando tenga la precaución de bajar el apoyabrazos, y usarlo a pesar de la ausencia de compañero.

No hacerlo, es darle toda la ventaja al que llega, que además, luego de sentarse, lo bajará tranquilo, casi como diciendo “Qué pasó, te dormiste? Ahora es mío.”

Una vez que comenzó la batalla, quien ocupa el lugar de perdedor momentáneo, esperará el instante para contraatacar.

Si el dueño del apoyabrazos está leyendo un libro, será cuando dé vuelta la hoja. Si está hablando por celular, será cuando lo apague. Si está dormido, será cuando realice un reacomodamiento inocente.

En todos los casos, “La Batalla del Apoyabrazos” se define en los detalles, en los segundos de atención, en un instante de descuido.

Siempre habrá ganadores y perdedores del apoyabrazos. Pocas veces se dará el empate. El empate es pérdida para ambos. Los dos brazos en el apoyabrazos, disputándose las migas, no es negocio para nadie.

La victoria me encontró en mi primera vez. Suerte de principiante. Luego, todas derrotas.

Aún hoy puedo sentir la intransigencia de un vecino de asiento desconocido, un “eventual”. Su brazo, firme e inmóvil en el apoyabrazos, no me regalaba centímetro alguno.

Y, vieja táctica del charterista ventajero, fingía estar durmiendo.

Si bien yo con mi brazo buscaba, lentamente, alterar su “sueño” para provocarle un movimiento (como quien en la oscuridad de la noche, intenta atenuar los ronquidos de su compañero/a de cuarto haciendo ruiditos casuales) nada servía.

Codo agresivo sobre brazo de él, nada.

Golpe de rodilla sobre sus piernas, menos.

Justamente este no reaccionar me llevó a confirmar que su sueño era fingido.

Asumí la derrota. Aún espero mi revancha.

El chárter también es una escuela. Como en la vida, de las derrotas es de donde más aprendemos. Si queremos.

Aún, en “La Batalla del Apoyabrazos”.

Acepto consejos.