Por: Eduardo Ceccotti
Esa tarde de viernes, cuando ya lo que quedaba por delante era la mejor noche del mundo (la del viernes, pre – sábado), sonó el celular de mi vecino de asiento, que hasta aquí era un ser humano más. El viaje recién arrancaba.
Sus frases fueron:
- “En serio se colgó?”
Silencio
- “Y no llamaste al servicio técnico?”
Silencio
- “Ya reiniciaste?”
Silencio
Cuando escuche la palabra “reiniciar”, supe que a mi lado estaba sentado un “flaco de sistemas” de una de las tantas empresas de Buenos Aires, a quien llamaban en una emergencia.
El diálogo telefónico siguió bajo el estricto y clásico protocolo del “flaco de sistemas”:
- “Proba de apagar y prender el router”
Silencio
- “Ahora cerrá todos los programas”
Silencio
- “Deslogueate”
Silencio
- “Anda a inicio”
Silencio
- ”Andá a propiedades”
Silencio
- “Ves donde dice opciones? Desclickeá la ventana de contraseña autenticada”
Y así seguía. Mi compañero tenía la tranquilidad propia de los “flacos de sistemas”, que aún en el mayor de los incendios informáticos te miran con cara de “Y, viste como son las máquinas…”
Yo sentía que del otro lado, el empleado con la computadora en problemas empezaba a tener problemas mayores. La solución no llegaba . . .
Cosa que confirmé cuando mi compañero de asiento emitió la siguiente frase:
- “Y esto tenés que terminarlo hoy? “
Silencio
El “flaco de sistemas”, cerró su asesoramiento telefónico con un
- “Llamá al teléfono que está pegado en el costado de la CPU y si no te lo solucionan, volvé a llamarme. . . “
Luego de decir eso, cortó la comunicación, reclinó el asiento, apagó el teléfono y le sacó la batería . . . y sonrió.