El backstage de la afinidad

#LaLlaveMaestra

Existen un sin fin de razones de por qué alguien nos cae bien.  De todas ellas, hay una que suele estar siempre presente y es en extremo poderosa. En esta nota, te invito a correr el velo, y dar un paseo por lo que hay detrás de una buena impresión o un bochazo a primera vista.

Cualquier libro de comunicación no-verbal refiere que el reactor principal generador de afinidad entre las personas es la denominada Ley de Semejanza.

Decidimos nuestras relaciones según un filtro de afinidad. El grueso del tráfico de las relaciones interpersonales  se vinculan teniendo en cuenta este principio.

Aunque intentemos intelectualizarlo y justificarlo esta Ley responde a un viejo y básico requisito para la supervivencia de la especie. Característica muy presente en los animales y fuertemente instalada en aquellos que desarrollaron principios de socialización (los mamíferos).

Esta Ley de la que hablamos está estructurada de un modo muy simple de entender. Aquí la ecuación:

Parecido = bueno

Distinto = malo

Esto es tal punto así, que los grupos refuerzan sus parecidos a partir de vestimentas, modos de hablar, de peinarse, estableciendo una serie de códigos particulares de comunicación que los une más estrechamente. El fenómeno puede darse de forma espontánea e ingenua en algunos casos (léxico original producido en el marco de una relación),  funcional (ej. colores de un club de fútbol) y en otro extremo, utilizarse a conciencia como método de sugestión (mecanismos sectarios aplicados a nivel personal y/o institucional). La Ley de Semejanza varía también según la cantidad de integrantes, puede darse en pares, como los que se dan en el marco de una relación de pareja o de amistad, o colectivos, incluyendo un grupo de gente, incluso a grandísima escala: naciones enteras.

Hay un lema escrito en cada ser humano. Los pibes del barrio, los intelectuales, los gallinas, xeneizes, peronistas, rugbiers, gays, cristianos, judíos, y interminable lista de categorizaciones en que se aglutinan los seres humanos, llevan implícito, como contracara de un gusto o conjunto de inclinaciones determinadas, un rechazo concomitante hacia otros. Es decir, esconden tras la adscripción a su grupo, un a priori de afinidad y de rechazo.

La Ley es muy sencilla, tiene un basamento biológico. Desde el punto de vista espiritual, el ego puede valerse de esta inclinación natural para alimentar su hambre voraz de identificación. Cuando esto último ocurre, la Ley de Semenjanza se ejerce no ya adaptativamente, sino con cierta rigidez que puede traernos un sin fin de dolores de cabeza. Sin ir más lejos: que nos haga rechazar a alguien valorable, o que nos acerquemos sin reparos ni defensas a un potencial agresor.

Siendo que esta fuerza de afinidad con los parecidos a nosotros es inevitable, aquellos que busquen expandir sus fronteras, podrían tener a bien reformularla:

Por ejemplo…

Parecido = conocido

Distinto = desafío

LLAVE MAESTRA

Nada puede garantizarnos tener menos problemas, aunque sí problemas menos limitados.

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