Hernán Ronsino y el solo de bajo de la literatura

Cuando trabajaba en el diario La Nación tenía de “compañero de banco” a César Pradines, el crítico de jazz, que siempre contaba este chiste (alguna vez lo incluyó en una crítica, creo):

Un tipo va a un pueblo africano. Se escuchan tambores. Pasa todo el día, la noche, siguen los tambores. Llega el día siguiente, continúan. Al cuarto día el tipo no da más de escuchar continuamente los tambores sonando y sonando. Está volviéndose loco. Va y protesta. Entonces le dicen: “No se queje que después del solo de tambores viene el solo de bajo”.

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Brain candy para todos y todas

No conocía el término “brain candy”. Al primero que se lo escuché decir fue al talentoso y simpático Demián Aiello -con quien solemos coincidir bastante en Pantalla Pinamar- y fue a cuento de una película, justamente ese tipo de películas que te entretiene, te hace pasar un buen rato y te deja una sensación de placer, todo sin que el cerebro haga ninguna clase de esfuerzo ni se enfrente a ningún tipo de desafío intelectual. Una golosina.

Retengan ese concepto: “brain candy”.

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“Señorita Preaker, dale, cómete unas tostadas”.

Largué el libro y me levanté en busca de un espejo.  Revisé mi cara con detenimiento. Sobre todo la frente. No, no tenía escrito en ningún lado el cartel de “Lectora Idiota”.

Estaba con “Heridas abiertas”, de Gillian Flynn y llegó un punto en que me harté de la traducción. El hartazgo venía por acumulación. El día anterior había leído la primera de las tres novelas de “El Padre”, de Edward St. Aubyn, con personajes meta decir “Dale”. Dale esto, dale lo otro, sin dejar de tratarse de tú. Dale tú. Tu eres una mina simpática. Dale. Una boludez. Tú.

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El Premio del Lector y el oscuro objeto del deseo

Uno de los principales frutos de dejar que la gente vote es que vota lo que quiere. Se debe poder convivir con este simple dato de la realidad. Hace unos años la Fundación El Libro, organizadora de la Feria del Libro, inauguró el Premio del Lector. En este premio los libreros votaban una lista de veinte libros de autores argentinos editados el año anterior. De esa selección inicial surgía la lista de los veinte candidatos que podían ser votados online. Primer resultado, en 2011: ganadora Gloria Casañas por “Y Porã”. Segundo resultado, en 2013: ganador Alejandro Dolina por “Cartas marcadas”. O sea, lo que el público lee y, lógicamente, lo que el público compra. Sin embargo, de la sensación que el hecho de que resulten ganadores los que más venden no es lo que se deseaba al concebir este premio. Entonces, ¿qué se hace? Se modifican las condiciones de votación con el objetivo de influir en el resultado.

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Marco Malvaldi: “Cuando me dicen el Camilleri de la Toscana, toco madera”

Marco Malvaldi empezó a caernos bien mientras lo leíamos. Cómo no dejarse seducir por ese pueblito costero llamado Pineta, por ese cuarteto de jubilados molestos, por ese barman mal llevado llamado Massimo (“La brisca de cinco”). Cómo no reírse a las carcajadas con ese fin de semana clásico en un castillo de finales de siglo XIX en la Toscana, donde el que viene a morirse es un sirviente y no un aristócrata inútil (“El caso del mayordomo asesinado”).

Leer a Marco Malvaldi fue tener ganas de hablar con él. Lo busqué, lo rebusqué y lo encontré.

Y ahora que lo encontré, me cae mejor que antes. Por sus respuestas, por su sinceridad, por su sentido del humor, porque es lo suficientemente inteligente como para no hacer el esfuerzo de parecerlo.

En la Argentina, sus novelas están sólo disponibles en e-book. Y sólo las tres que están traducidas al castellano. No se lo pierdan. No se pierdan de sus textos ni de sus respuestas en este reportaje. Algunas los sorprenderán tanto como a mí.

Hacete “fans” de Malvaldi, el hombre que cuando se enteró de que en sólo dos semanas se habían vendido siete mil ejemplares de su primera novela tenía miedo de abrir los cajones en casa de su madre porque pensaba que era ella quien los compraba de incógnito.

Marco Malvaldi

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Marco Malvaldi, el Andrea Camilleri de la Toscana

Leí sus tres novelas editadas en español en una semana o menos y fue lo mejor que me pasó en lo que va de 2014. Sin embargo, y a esta altura no sé si debo sorprenderme, sus libros no están editados en papel aquí en la Argentina. Por fortuna, vivimos en la era del e-book. 

Les presento a Marco Malvaldi: italiano, químico, escritor, joven, gracioso y creador de una ciudad inexistente en la Toscana: Pineta. Este autor nacido en Pisa no es espejo de Andrea Camilleri pero se le parece; no porque lo copie, para nada; sino porque transmite esa misma loca, tramposa, estrambótica y desbordada italianidad que, asesinato más, asesinato menos, nos sabe poner en estado de risa. Uno en el sur, Vigata. El otro en el norte, Pineta.

Marco Malvaldi

Marco Malvaldi, lectura altísimamente recomendada

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Scorsese: “Tomabas un quaalude y te daba por abrazar a todo el mundo”.

No ganó nada anoche, en la entrega de los Oscar. Los premios son así, arbitrarios y hay que tomarlos como vienen y disfrutarlos como un juego. Por lo demás, como tantos, creo que “El Lobo de Wall Street” es una obra maestra que merecía haber ganado. Tan injusto como el Oscar que Scorsese se llevó por “Los infiltrados”, su pasteurizada remake de una joya del cine coreano “Infernal Affairs”. Such is life.

Quienes más o menos siguen este blog saben que sigo el programa de Conan O’Brien y que, cada tanto, cuando algo me entusiasma, lo subo al blog. Porque sí. Porque un blog es para eso, no para hacerse el creativo todas las semanas sino para compartir entusiasmos. Conan O’Brien entrevistó a Martin Scorsese y no ocultó su entusiasmo por la brillante escena de los quaaludes -metacualona- en “El Lobo de Wall Street”. Lo inesperado -al menos para mí- fueron las respuestas out of the box de Scorsese. Si no lo vieron… acá está.

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Helene Hanff: “Conservé las cartas para mi contador”

No sé si leyeron “84 Charing Cross Road”, de Helene Hanff. Es un libro de cartas. No entre amantes, no entre familiares ni entre artistas encumbrados, no. Entre una escritora pobre en Nueva York y un librero de Inglaterra. Eran años de la posguerra y en los Estados Unidos en las librerías no se conseguía literatura inglesa clásica y si se conseguía el precio de un ejemplar era exorbitante. Esos libros en Londres eran baratísimos, sobre todo de segunda mano como se los conseguía Frank Doel a Helene. El intercambio epistolar, iniciado el 5 de octubre de 1949, se mantuvo durante veinte años y dio lugar a una serie de situaciones entre tiernas, cómicas y sorprendentes.

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Hablemos de “Cuchillito” McEwan y Operación Dulce

“Me llamo Serena Frome (rima con plume) y hace casi cuarenta años me encomendaron una misión secreta del Servicio de Seguridad británico. No salí indemne. Me despidieron dieciocho meses después de mi ingreso, tras haberme deshonrado yo y haber arruinado a mi amante, aunque sin duda él colaboró en su perdición”.

Atención a las opening lines de “Operación Dulce” (Sweet Tooth) porque entre esas líneas y el título Ian McEwan inserta las claves de la novela, a saber:

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