Por: Miriam Molero
Marco Malvaldi empezó a caernos bien mientras lo leíamos. Cómo no dejarse seducir por ese pueblito costero llamado Pineta, por ese cuarteto de jubilados molestos, por ese barman mal llevado llamado Massimo (“La brisca de cinco”). Cómo no reírse a las carcajadas con ese fin de semana clásico en un castillo de finales de siglo XIX en la Toscana, donde el que viene a morirse es un sirviente y no un aristócrata inútil (“El caso del mayordomo asesinado”).
Leer a Marco Malvaldi fue tener ganas de hablar con él. Lo busqué, lo rebusqué y lo encontré.
Y ahora que lo encontré, me cae mejor que antes. Por sus respuestas, por su sinceridad, por su sentido del humor, porque es lo suficientemente inteligente como para no hacer el esfuerzo de parecerlo.
En la Argentina, sus novelas están sólo disponibles en e-book. Y sólo las tres que están traducidas al castellano. No se lo pierdan. No se pierdan de sus textos ni de sus respuestas en este reportaje. Algunas los sorprenderán tanto como a mí.
Hacete “fans” de Malvaldi, el hombre que cuando se enteró de que en sólo dos semanas se habían vendido siete mil ejemplares de su primera novela tenía miedo de abrir los cajones en casa de su madre porque pensaba que era ella quien los compraba de incógnito.
-Usted es químico, con carrera académica. ¿Por qué escribió “La brisca de cinco”?
-Comencé a escribir para sobrevivir, pero a nivel mental, no económico. Tenía 25 años e estaba recluso dentro del departamento de Química de la Universidad de Pisa, que es el edificio más feo de todo el hemisferio norte. De día, pasaba dieciocho horas atado a la computadora mirando correr cifras en la pantalla, después volvía a casa y me ponía a leer “El castillo”, de Kafka. Moraleja, corría el riesgo de volverme loco tanto en el trabajo como en casa. Por lo tanto decidí escribir una novelita policial sin pretensiones, para mantener la salud mental.
-En su primera novela, “La brisca de cinco” hay un protagonista, Massimo, cuatro ancianos, un bar llamado BarLume, y un comisario más o menos estúpido, en Pineta, una ciudad inventada de la Toscana. ¿Cómo concibió estos elementos?
-Cuando comencé a escribir me encontraba, como he dicho, en un departamento (de la Universidad) oscuro y maloliente, así que me pregunté: “¿Dónde querría estar en este momento?”. Fácil: con mis amigos, en el bar, para tomar cualquier cosa. Pero tomar cualquier cosa y jugar a las cartas, en un día laboral, lo hacen sólo los jubilados. Y para gestionar un bar se necesita un barman. Luego, el comisario no demasiado inteligente era necesario para hacer que los que investigaran fueran un barman y cuatro viejitos. Si hubiese sido astuto, habría resuelto todo solo.
-Le dicen el Camilleri de la Toscana, ¿qué piensa respecto de esto? Camilleri y usted son editados por la misma editorial, supongo que se conocen, que habrán compartido actividades…
-Curiosamente, nos conocemos muy poco: nos leemos recíprocamente, y con una satisfacción que espero sea recíproca. En cuanto al “Camilleri de la Toscana”, todas las veces que lo escucho me viene en mente Hakan Sukur, el delantero turco de rara inutilidad, que ha jugado en el equipo de mi corazón, el Torino. Sukur era apodado “el Van Basten del Bósforo”: en realidad, era tan mediocre que daba vergüenza. Ahí está: cuando escucho “el Camilleri de la Toscana” me viene a la mente el Van Basten del Bósforo, y toco madera.
- Al leer “La Brisca de Cinco” uno piensa indefectiblemente en Camilleri. Sin embargo, más que por la propia literatura de Camilleri es por cierta italianidad, cierto encanto de la imperfección, cierta justicia que se lleva a cabo dentro de la ley y otra por fuera de la ley, todos elementos que son más factibles de encontrar en la cultura latina que en la anglosajona (y estamos hablando de novelas de detectives). ¿Se puede pensar en un policial italiano?
-Creo que tenés razón: una de las características del giallo italiano (policial o novela negra) es que el investigador en un punto decide actuar al margen de la ley. Sabe que de esta manera se puede asegurar la simpatía del lector, porque en Italia tenemos un grave problema de justicia. La justicia italiana es lentísima, farragosa e incoherente, y esto nos lleva al hecho de que en Italia se tiene confianza más en los hombres que trabajan para la ley que en la ley en cuanto tal.
- Pero en los hechos con Camilleri tienen repartido el territorio. Vigata (la ciudad inventada por Camilleri) está en el sur y Pineta (la ciudad inventada por Malvaldi) en el norte… hay diferencia cultural, rivalidad y diversidad de ambiente… ¿o no tanto?
-Pineta está en realidad en el centro, no tanto en el norte. Son diferentes, no obstante; principalmente en el modo en que la gente se mete en los asuntos de los demás. En el sur, la cosa se vuelve espesa de manera silenciosa, escondida, susurrada; para mí (en Pisa), las cosas se dan de modo ruidoso y desembozado. Una vez, recuerdo, volví a mi casa y me di cuenta de que no tenía conmigo la llave; mientras hurgaba en el bolso y en los bolsillos me suena el teléfono. Era mi mujer: “Marco, me acaba de llamar el vecino. Dice que te quedaste fuera de casa. ¿Tengo que ir a abrirte?”.
-Bueno… el boca en boca fue la clave de su éxito. ¿Se lo esperaba o, incluso más: pensaba publicar alguna vez?
-“La brisca de cinco” la escribí por placer, no pensé en publicarla. Cuando se publicó, recorrí todo el departamento (de Química) con el envío de la Editorial Sellerio bajo el brazo entrando en cada laboratorio y haciendo preguntas inútiles con el solo objeto de hacerme ver con el paquete bajo el brazo. También colgué en el laboratorio unas hojas con la tapa del libro, y allí alguno aprovechó para escribir abajo con fibra: “Ayuda a la investigación italiana manda a Malvaldi a trabajar de escritor!”. Pero para mí la cosa estaba terminada allí. Después cuando me dijeron que el libro había vendido siete mil copias en dos semanas, tuve miedo de ir a la casa de mi madre: creía que, al abrir cualquier cajón al azar, me habría topado con pilas de copias de mi libro compradas de incógnito… A esta altura yo había escrito un segundo libro, más para mantener el contacto con la editorial que por real inspiración. De hecho, “El juego de las tres cartas” es, sin duda, el peor de mis libros.
-En “El juego de las tres cartas” Massimo ya no es sólo el dueño de un bar sino un ex universitario que ganó la lotería; las obsesiones de Massimo como camarero desaparecen parcialmente y crecen sus habilidades lógico-matemáticas; el comisario Fusco no es tan estúpido; aparece la Química, que es su profesión real… Parece ser más bien una novela bisagra
-Tal como decía, ha sido un libro intermedio. Tenés razón. He tratado de explicar en este libro los personajes de manera más completa para hacer entender de dónde viene Massimo, de qué situaciones es hijo. Además, en ese momento, yo estaba muy en crisis con la Universidad como institución y quería descargar un poco de mi bronca. Es un libro mío y no reniego de él pero podría haberlo escrito mucho mejor.
- En la Argentina están sólo disponibles estas dos novelas de la serie del BarLume. ¿Son en total cuatro, todas con títulos de juegos de naipes? ¿Habrá más? ¿Qué encontraría el lector en esas otras entregas?
-Todas las historias del BarLume tienen un título que refiere a un juego porque para mí son juegos. No son necesariamente juegos de cartas: el tercero, “El rey del juego”, tiene como referencia el billar, del cual soy apasionado. En este momento estoy escribiendo una quinta novela del BarLume, esta vez inspirada en el ajedrez.
-”El caso del mayordomo asesinado” (Odore di chiuso, Olor a encierro, el titulo original) muestra una madurez en el tono, en el ritmo y
en los temas, atravesados por un humor latente que de vez en cuando pega el zarpazo justo. ¿Puede explicar el desprendimiento del BarLume y por qué eligió este repertorio?
-Tenía ganas de escribir un policial clásico ambientado a fines del mil ochocientos cuando no había tecnología y para resolver un misterio delictivo se requería sólo un investigador inteligente y escrupuloso. Soy un apasionado del policial clásico, esos ingleses de principios del siglo XX, y quería escribir algo del género con todos los clichés (el cuarto cerrado, el castillo aislado, la servidumbre, los nobles, etc.).
- No era en la Toscana y su editor le pidió expresamente que “El caso del mayordomo asesinado” fuera situado en Toscana…
-Un policial clásico como el que he escrito debería haber estado ambientado en Inglaterra. Aún más: para no abandonar el lado humorístico, tenía decidido escribirlo como apócrifo, y como apócrifo de Jerome Klapka Jerome. En mi cabeza, el libro se titulaba “Tres hombres de cacería” y tenía como protagonistas justamente a George, a Harris y a Jerome (N. de la R: Malvaldi se refiere “Tres hombres en un bote”, de Jerome K. Jerome). Pero el editor fue categórico: se escribe de lo que uno conoce. ¿Sos toscano, sos contemporáneo, y querés escribir de la Inglaterra victoriana? No me suena bien.
-En “El caso del mayordomo…” aparece otra pasión italiana: la cocina. ¡Y qué descubrimiento el personaje de Artusi, el primer autor de un recetario!
-Es que tuve que encontrar un escritor italiano de fines del siglo XIX que hiciese reír: empresa para nada fácil. La literatura italiana del Resurgimiento es de un aburrimiento sin límites. Por fortuna se me vino a la mente Pellegrino Artusi, gourmet y bon vivant romano trasplantado a Florencia. Para darse una idea: en su cuadernillo sobre crítica literaria antes de comenzar a hablar de Giuseppe Giusti (poeta italiano) arrancaba: “Amigo lector, Dios te salve de los bostezos”.
-Al final de “La Brisca de Cinco” usted cita dos libros, uno de Sardelli y otro de Borzacchini, y subraya su contenido humorístico. ¿Podría decir si los recomienda y por qué a un lector que no los conozca?
-Considero que Sardeli y Borzacchini son mis dioses protectores. Son dos humoristas toscanos geniales que vienen ambos de trabajos diferentes: Sardelli es uno de los máximos especialistas vivientes de la música barroca y es un gran director de orquesta, mientras Borzacchini es un reconocido arquitecto. Los dos tienen un humor particular, basado en la inteligencia demencial (Sardelli) y en el contraste entre dignificado y vulgar (Borzacchini). Los libros de Borzacchini están repletos de piés de página apócrifos sobre evangelios escritos en ruso, jugadores de fútbol que quieren ejecutar un penal de cabeza y de hipotéticas escalas internacionales del mal olor. Estoy seguro de que, si hubiese podido leerlo, el Borzacchini le habría gustado muchísimo a Borges.
-Por último, ¿Cómo se siente en el mundo de la literatura? Es un mundo que por fuera prestigioso –visto desde un químico, por ejemplo- pero por dentro está repleto de megalómanos…
-En el mundo de la literatura me salvo simulando no ser un escritor. Por ejemplo, terminada esta entrevista, iré a hacer parir a una vaca. (Jaja) Pero más allá de la broma, es verdad, son una bolsa de megalómanos y de personas autorreferenciales. Todo lo que hay que hacer es evitarlos.