Por: Miriam Molero
No sé si leyeron “84 Charing Cross Road”, de Helene Hanff. Es un libro de cartas. No entre amantes, no entre familiares ni entre artistas encumbrados, no. Entre una escritora pobre en Nueva York y un librero de Inglaterra. Eran años de la posguerra y en los Estados Unidos en las librerías no se conseguía literatura inglesa clásica y si se conseguía el precio de un ejemplar era exorbitante. Esos libros en Londres eran baratísimos, sobre todo de segunda mano como se los conseguía Frank Doel a Helene. El intercambio epistolar, iniciado el 5 de octubre de 1949, se mantuvo durante veinte años y dio lugar a una serie de situaciones entre tiernas, cómicas y sorprendentes.
El año pasado Anagrama editó una colección muy simpática y a raíz de esta re-edición leí “84 Charing Cross Road” donde descubrí a Helene Hanff, alguien que inmediatamente se nos aparece con un sentido del humor peculiar. Entonces quise saber cómo era ella, como se expresaba, no por escrito sino en persona. Busqué en Internet e iba a darme por vencida cuando casualmente di con los archivos de los años 70 de la BBC Radio. Allí encontré “Castaway” (Náufrago), el programa de reportajes de Roy Plomley donde a partir de la idea de un naufragio y una isla se invitaba al entrevistado a pasar la música que habría querido tener para esos días a la Robinson Crusoe. A lo largo de varias jornadas fui traduciendo el audio por tramos con las consabidas dificultades de superposiciones de voces, palabras que tuve que escuchar veinte veces para descifrarlas y algunos fragmentos que a pesar de haberlos reproducido hasta el cansancio no logré discernir. El resultado no es perfecto y me permití ciertas elipsis periodísticamente saludables pero creo que en conjunto le hace honor a Helene Hanff. Al final del post inserté la grabación para quien desee escuchar la voz de Helene.
Año 1981. Programa “Castaway”. Entrevistador: Roy Plomley. Invitada: Helene Hanff.
RP: -¿Qué pensaba cuando era estudiante, qué quería ser?
HH: -Yo quería ser escritora. Sólo fui un año a la facultad. Tuve que dejar, ir a aprender a escribir a máquina y conseguir un trabajo.
RP: -¿Qué trabajo consiguió?
HH: -Trabajaba en una fábrica de motores diesel: diez dólares por semana y toda la grasa que podía llevar.
RP: -Pero finalmente usted se convirtió en autodidacta…
HH: -Yo estaba perseguida por el hecho de que no tenía educación y que quería ser una escritora, quería escribir obras de teatro y no me daba cuenta de que había un problema en el hecho de que no me gustaba leer obras de teatro (se ríe). Fui a una biblioteca y le dije a la bibliotecaria que quería aprender literatura inglesa y, Dios la bendiga, ella me llevó a un estante donde di con las clases en Cambridge de Arthur Quiller-Couch. Me las llevé a casa. Ahora resulta que Quiller-Couch daba clases para estudiantes que sabían de literatura inglesa y cada vez que él hacía referencia a algo que él sabía que ellos sabían, yo decía: “Eh, paren”. Así que por ejemplo cuando empieza a hablar de “El paraíso perdido”, de Milton, lo que hice fue tomar clases de latín, leer a Milton y después volver a Q. Me llevó como trece años, creo, hacer primer año.
RP: -Luego viajó a Nueva York…
HH: -Fui a los 20 años a vivir en Nueva York, sin un peso.
RP: -Hubo un concurso de obras de teatro en el que participó…
HH: -Y fue un error. Mandé cuatro obras. Escribía una cada dos semanas y no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Nunca tuve idea de lo que hacía.
EP: -¿Quién organizaba el concurso?
HH: -Lo organizaba el Bureau of New Players pero en realidad detrás estaba la Theatre Guild, que era muy prestigiosa y la única compañía que se dedicaba no a hacer dinero sino a descubrir dramaturgos norteamericanos y europeos. O al menos Theatre Guild se comprometía a entrenar a los ganadores. Creo que ellos produjeron al primer Eugene O’Neill.
RP: -¿Este concurso era el primero que se hacía?
HH: -Era el segundo
RP: -¿Quién ganó el primero?
HH: -Es gracioso que me pregunte esto porque ahí hay una historia. Tuvieron dos ganadores ese primer año y les dieron 1500 dólares. Fue para el segundo año cuando la Guild planteó que estaba mal darles a los autores dinero y mandarlos a casa. Así que nos entrenaron a muerte. Fuimos a seminarios, a ensayos, a estrenos, nos enseñaban autores y directores que habían hecho fracasos. The Guild Theatre tuvo diecisiete fracasos ininterrumpidos en los siguientes dos años. Ni una de las personas que ganó se convirtió en dramaturgo. Los dos ganadores a los que les dieron el dinero y los dejaron por su cuenta eran Arthur Miller y Tennessee Williams. No conviene educar dramaturgos.
RP: -Después siguió trabajando como dramaturga…
HH: -De obras que nadie produjo.
RP: -Y hacía también otros trabajos en el campo del arte.
HH: -El mejor trabajo que hice en esos tiempos fue como lectora de guiones para las oficinas de Nueva York de estudios de Hollywood.
RP: -En esa época usted tenía un sistema para ver todas las producciones de Broadway con un mínimo de gastos…
HH: -No teníamos plata. Mi amiga Maxine era quien tenía un sistema fabuloso para obtener cosas por nada. Siempre esperábamos en un café de la esquina. Cada cinco minutos íbamos corriendo a ver si ya había salido el público a fumar en el entreacto. En ese momento aprovechábamos para mezclarnos con la gente y Maxine, que tenía una visión 20-20 (perfecta), en seguida detectaba los asientos que no tenían sacos. Así que veíamos la segunda parte de todas las obras.
RP: -¿Cuántas obras de teatro escribió?
HH: -Veinte. Una por año.
RP: -¿Cuántas se hicieron?
HH: -Ninguna, ni llegaron a ensayarse. Sí, hubo opciones. Una opción es cuando un productor de teatro reserva la obra por tres meses para evaluarla, te la hacen rescribir completamente y después la descartan. La mayoría te paga. A veces se olvidan de mandarte el cheque y cuando te devuelven la obra viene con una tarjeta de buenos deseos solamente. Con eso no se paga el alquiler.
RP: -Me decía que además de ser escritora usted se convirtió en una lectora profesional…
HH: -Hay lectores internos y lectores externos. Los lectores internos trabajaban todo el día al final de un pasillo como en una mazmorra y leían todo el día y nunca salían, no los veíamos.
RP: -¿Qué leían y para quién?
HH: -Novelas, obras de teatro, cuentos, para el New York Story Department de los estudios de Hollywood que siempre buscaban material. Ahora, un lector externo, éramos ocho o diez, llegaba a las cuatro, se llevaba una novela o una obra de teatro, la leía a la noche, hacía la sinopsis antes del desayuno y después estaba libre para escribir todo el día hasta las cuatro, hora en que volvía a buscar otra cosa para leer.
RP: -¿Ahí comenzó a trabajar para televisión?
HH: -En realidad cuando empecé a trabajar para la televisión fui a la Paramount y les dije que renunciaba. Por un guión de una emisión de TV cobraba más que lo que ellos me pagaban en tres meses.
RP: -¿Era el Show de “Ellery Queen”? Hablamos de 1952, era televisión en vivo…
HH: -Oh… Muy en vivo. Si un actor tenía la última línea en una escena no le podías dar la primera línea en la segunda porque necesitaba diez segundos fuera de cámara para caminar desde el living hasta el dormitorio.
RP: -¿Cuántos personajes se le permitían?
HH: -Me autorizaban cuatro o cinco: Ellery, el padre, el asesino, el cadáver y un sospechoso. Es muy difícil hacer un obra de misterio con menos.
RP: -Pongamos más música. ¿Qué vamos a escuchar?
HH: -Ralph Vaughn Williams, Serenade to Music. Es la escena del Mercader de Venecia. Es una combinación de música inglesa y literatura inglesa, lo cual era terriblemente importante para mí porque siendo escritora de habla inglesa para mí Londres era lo que para un cura de parroquia es Roma: la Meca. Quería ir a Londres antes de morir. En ese momento estaba estableciendo un vínculo con Inglaterra, estaba escribiendo a una librería de libros antiguos, Marks & Co, en 84 Charing Cross Road; les compraba clásicos ingleses de segunda mano que estaban hermosamente encuadernados y habían sido propiedad de alguien que vivía en Inglaterra. Así que era un vínculo real para mí con la literatura inglesa, y esta música me hacía pensar cómo era dar vueltas por la librería. Además, Shakespeare…
RP: -Usted estaba escribiendo para televisión pero además de “Ellery Queen” escribió algunas obras históricas…
HH: -Trabajé para el Hallmark Hall of Fame donde Sarah Churchill era la maestra de ceremonias. Ahora, había tabús en el Hallmark Hall of Fame. Uno de ellos era que no podíamos escribir sobre figuras de la guerra revolucionaria de la Independencia Americana porque el señor Hall de la compañía Hallmark de tarjetas de salutaciones no quería ofender a la hija de Churchill sugiriendo que los británicos la habían perdido (risas). Era muy importante para él no sacar el tema. O sea que trabajábamos historia americana después de ese período.
RP: -Se metió en un lío con los griegos, ¿no es cierto?
HH: -Bueno, sí…pero yo le echaría la culpa no a los griegos sino a un inglés llamado Walter Savage Landor que escribió un diálogo maravilloso entre Esopo y Ródope. Escribí un programa sobre eso. El día que el programa tiene fecha de emisión, a las dos de la tarde, abro a las diez de la mañana la sección de Libros del New York Times y veo una reseña de un libro llamado “A House is not a Home” (Una casa no es un hogar) escrito por Polly Adler (N de la R: es su autobiografía, fue una madama famosa en los años 20 y 30 y se retiró en 1944), y en el medio de la página estaba la foto del busto de una chica griega y debajo, en bastardilla, decía: “Ródope, la prostituta más famosa de Grecia”. Estamos hablando de los años 50… El señor Hall era tan puritano que no podías decir “maldición” en su programa. Él vivía en Kansas City, Missouri. Así que Ethel mi editora me dijo: “No entres en pánico”. Llamó a Kansas, sacó a la ejecutiva de publicidad de la cama y esta ejecutiva se fue manejando hasta los suburbios y sacó la sección Literatura del New York Times que estaba en el porche del señor Hall. Nos salvó el programa.
RP: -Ganó una beca de la CBS, ¿cómo fue eso?
HH: -Gané una beca de cinco mil dólares para escribir documentales para televisión pero luego echaron a todo el mundo así que yo, que era de la vieja guardia, estaba haciendo documentales que nadie iba a ver, ni siquiera producir.
RP: -Mientras usted trabajaba como una esclava en su departamento también mantenía esta correspondencia con Marks & Co.
HH: -Con Frank Doel. Era el hombre que rastreaba los libros que yo estaba buscando y le escribía cartas furiosas cuando enviaba el equivocado. Lo provocaba diciéndole “Frankie” cuando él le escribía a “La señorita Hanff”.
RP: -En esos años de posguerra por algún motivo Inglaterra decidió rechazar el Plan Marshall y tenían desabastecimiento…
HH: -Ah, ¿fue por eso? Nunca supe por qué habían tenido una escasez tan espantosa.
RP: -Fue por eso hasta lo que yo recuerdo. Y usted generosamente les enviaba comida…
HH: -Cómo no hacerlo. Vivían con un huevo por semana, una naranja por mes…Yo no podía soportarlo. Conocía a un inglés en Nueva York que tenía un catálogo de una compañía británica a través de la cual por avión le enviaba huevos frescos a su mamá en Inglaterra. Él me dio el catálogo y yo me volvía loca porque los paquetes eran provisiones para una familia y yo la estaba enviando a una librería donde trabajaban seis personas que se lo iban a dividir. Yo enloquecía pensando si: una docena de huevos y un paquete de bizcochitos dulces, o dos docenas de huevos y ningún bizcochito dulce. Una docena de huevos significaba que cada uno iba a poder llevarse dos huevos a casa.
RP: -Pero fue un gesto muy bonito y la correspondencia entre ustedes se mantuvo durante veinte años…Eran sus amigos, amigos a los que nunca conoció. No visitó Inglaterra…
HH: -Es cierto.
RP: -Qué es lo que quería ver en Inglaterra?
HH: -Oh, Londres, Londres. Quería ver la esquina donde estaba el Globe Theatre (N. de la R.: aunque Helene Hanff que habla inglés americano en el reportaje pronuncia el nombre del teatro de Shakespeare como Globe Theater), y ver donde John Donne predicaba, y la Torre donde la reina Elizabeth se enfrentó a los traidores… Quería hacer que toda la literatura se volviera real.
RP: -Bueno, finalmente vio todo eso pero tuvo que esperar. ¿Ponemos otra canción?
HH: -Ahora tenemos el disco más nostálgico de aquella época para mí. Es Arnold Bax para la Coronación de 1953. Fue escrita para la coronación de Elizabeth pero también fue la canción del episodio del Hallmark Hall of Fame y fue el punto culminante de mi correspondencia con Frank, cuando el desabastecimiento estaba a punto de terminar pero todavía no había sido superado. Esta música me recuerda tanto a Marks & Co y a toda la gente que trabajaba allí, y a toda la gente que yo conocía de la televisión…
RP: -Hubo un cambio en su carrera como escritora. Las oficinas de la televisión norteamericana dejaron Nueva York para mudarse a California.
HH: -Levantaron todo y se fueron a Hollywood, un lugar donde yo no quería vivir, y me dejaron sin una profesión. En mi vida nunca había escrito otra cosa que no fueran diálogos, malas obras de teatro y guiones para televisión mediocres. Me había mudado a un departamento muy coqueto y no tenía ni idea de cómo iba a pagar el alquiler. Como trabajaba por mi cuenta no tenía derecho a un seguro de desempleo. Además de todo, había enfrentado el hecho de que jamás iba a ser Eugene O’Neill. Así que veinticinco años después me dije: “Vas a tener que escribir otra cosa”. La gente escribe prosa, o no? Así que agarré una de mis obras de teatro viejas y la convertí en un artículo de revista y lo mandé al New Yorker que me lo mandó de vuelta, y lo mandé a Harper’s… ¡que lo compró! Me preguntaron si tenía algo más. Les dije: “Esperen”. Escribí otro y se los mandé pero lo mandaron de vuelta así que lo mandé al New Yorker y… ¡el New Yorker lo compró! Después escribí trece más que nadie compró pero no importa, había logrado liberarme del teatro.
RP: -¿Quién le sugirió escribir un libro autobiográfico sobre los desafíos y adversidades de ser un escritor freelance?
HH: -En el artículo que escribí para Harper’s había una parodia sobre la producción del musical “Oklahoma” y fue leída por una editora de las publicaciones Harper’s. Esa editora me escribió preguntándome si tenía un libro en mente sobre eso y le contesté que no, que no tenía ningún libro en mente pero que estaba muy emocionada con esta pregunta de alto nivel. Ella me propuso que de todos modos nos juntáramos a almorzar. Nos citamos para almorzar y en cuanto me vio me dijo: “Tengo una gran idea para tu libro. ¿Por qué no escribís un libro divertido sobre todas las cosas que te pasaron desde que llegaste a Nueva York?”. Y algo dentro de mí me dijo que era mejor no decirle que no había sido divertido porque lo que fuere que pagaran por un libro, yo lo necesitaba. Así que me fui a casa y escribí un libro sin tener la menor idea de lo que estaba haciendo y eso se convirtió en “Underfoot in Show Business”.
RP: -Después tuvo esta idea brillante de hacer un libro con la correspondencia con Marks & Co. ¿Normalmente guarda todas las cartas?
HH: -No guardo nada. No guardo nada y además siempre viví en departamentos muy pequeños. No guardo ni siquiera mis libros malos y todas mis obras de teatro fueron a parar al incinerador hace veinte años. Conservé las cartas de Frank porque eran documentación de la compra de libros que mi contador quería para hacer mi liquidación de impuestos. Mi contador decía que los precios eran hilarantes por lo baratos. Pero decía: “Estás armando una biblioteca de escritor profesional y podemos hacer deducciones periódicas”. Así que las guardé por eso. Pero cuando recibí la carta donde me decían que Frank había fallecido sentí que tenía que escribir algo y no estaba segura de si todavía tenía las cartas así que emprendí una búsqueda hasta que finalmente cuando las encontré me puse a llorar del alivio y una parte de mi pensaba: “¿Cuál es tu problema, cuál es tu problema?”.
RP: -Eso se convirtió en “84 Charing Cross Road”, un libro breve del que no se esperaría que fuera un éxito internacional. Ese libro la llevó finalmente a Londres y pudo visitar las instalaciones de lo que había sido Marks & Co.
HH: -Así es. Fue maravilloso tan sólo poder estar ahí. Estaba vacío y polvoriento y los estantes estaban en el piso pero al menos estaba en Londres, mis pies estaban ahí. Me recuerdo bajando por la escalera y pensando: “’¿Qué tal, Frankie? Finalmente lo hice”.
(..)
RP: -Y al fin (N.de la R: el conductor habla de una visita posterior de Helene Hanff a Londres) vio su nombre en una marquesina de teatro y resultó ser un teatro londinense.
HH: -In-cre-í-ble. Increíble. Todo se debe a James Roose-Evans quien me escribió para decirme que quería hacer “84 Charing Cross Road” para un teatro de Salisbury y me envió el libro, que me pareció que estaba bien. Tuvo unas críticas maravillosas, críticos de Londres viajaron para ver la obra y la amaron, y lo siguiente que supe es que se montaba en Londres y vine para el estreno pero debo decirle que yo estaba muy interesada en conocer a una joven llamada Susan Cougar (?), una joven de Milwakee, Wisconsin, que me dijo que había sido ELLA quien le había mandado el libro “84 Charing Cross Road” a James Roose-Evans. Así que me lo imaginé como un Hands Across the Sea real.
RP: -Hoy en día la obra sigue siendo un éxito en Londres y en Nueva York.
HH: -Increíble. (N de la R: Recién en 1987 se iba a estrenar la película de protagonizada por Anthony Hopkins y Anne Bancroft).
RP: -¿Qué está escribiendo? ¿Cuál es su siguiente proyecto?
HH: -Oh, querido, si lo supiera no te lo diría. Soy muy supersticiosa. Cada vez que le digo a alguien lo que estoy escribiendo se arruina todo..
RP: -¿Sobreviviría en una isla desierta?
HH: -De ninguna manera.
RP: -¿Qué libro le gustaría tener?
HH: -Las memorias de Saint Simon. Son seis volúmenes. Al terminar el sexto no recordaría nada de lo que leí en el primero y podría volver a empezar.