El distinguido encanto de la letra fría

#LíneaMaginot

No soy una personal sentimental. Esto no quiere decir que no tenga sentimientos sino que no soy propensa a ellos. Tampoco quiere decir que carezca de emociones sino que mi campo emocional se activa con estímulos, por lo general, no sentimentales. Soy apasionadamente fría. Será por eso que la literatura que me emociona suele ser una maquinaria distante.

Cuando la literatura es desapasionadamente racional no sólo me emociona sino que me coloca en una zona de placer. Y de admiración. Sentir admiración me emociona todavía más.

Ya hablamos aquí de la fría escritura de Muriel Sparks. Y tal vez no lo hice en Línea Maginot pero de la misma editorial, La Bestia Equilátera, se podría citar la conmovedoramente cerebral “Los enamorados”, de Alfred Hayes. También aquí mismo y en protesta por el uso abusivo del adjetivo “gran” nos divertimos con “El paseo”, de Robert Walser.

Si se lo medita un poco se sabe que no hay escritura helada sin destreza; porque no corre con la ventaja de lo sentimental que en tanto nubla la vista oculta los defectos. La escritura fría para mí es, justamente, como el hielo: transparente. Si está bien hecha los reflejos son múltiples, como una joya, como un diamante. Si está mal se ven las sombras de la imperfección.

 

Capricho de la reina

“Capricho de la reina”, de Jean Echenoz (Mardulce, 2015)

Perfección es lo de Jean Echenoz en “Nelson” y en “Capricho de la reina”. Son dos de sus relatos. El primero es una breve biografía del almirante Nelson. En lugar de recurrir al Nació tal día en tal lugar e hizo tal y cual cosa en equis lugares donde le pasó esto y aquello, Echenoz ubica a Nelson como invitado a una cena en la campiña británica. Y luego, lo pone dentro de un barril. Fin. Son cuatro páginas a lo largo de las cuales con la excusa de la lectura de un diario, del temblor de una mano, del manejo de los cubiertos o del destino de unas simples bellotas, nos cuenta no sólo el pasado y el presente de Nelson sino también sus anhelos y su muerte. “Capricho de la reina” es la descripción total de un paisaje por parte de alguien que, parado en una cima apacible, es capaz de contar lo que ve, desde lo más grande hasta lo más pequeño. Nuevamente cuatro páginas. En total ocho y valen más que la mayoría de los volúmenes que se imprimen cada año. (Dicho sea de paso, excelente traducción de Damián Tabarovsky; yo había leído el año pasado el original de Les éditions de minuit, regalo de Jorge Asís).

 

 

Sweig Ajedrez

“Una partida de ajedrez”, de Stefan Sweig (Ediciones Godot, 2015)

Otra maravilla editada recientemente es “Una partida de ajedrez”, de Stefan Zweig (el título en alemán es en realidad Novela de ajedrez).

Un buque de vapor. Un largo viaje de Nueva York a Buenos Aires. A bordo, quien narra la historia y, entre otros muchos pasajeros, tres interesantes: O’Connor, una mezcla de apostador compulsivo y mal perdedor, el campeón mundial de ajedrez Mirko Czentovic, y el misterioso doctor B, que sabe de ajedrez más de lo que cualquiera podría sospechar.

Además, “Una partida de ajedrez”, publicado por Ediciones Godot, es un producto doblemente precioso: por un lado, por la calidad de la historia que contiene; por otro, por el diseño y las ilustraciones que componen el libro.

Si tienen tiempo, pueden darse una vuelta (fuera de este libro) por la biografía de Stefan Sweig, un tipo particular, no tanto como Robert Walser pero particular en serio. Tal vez demasiado en serio.

 

Es muy emocionante que estos libros existan.

Yo los pienso como un acto de amor de alguien cuyo sentimiento por la literatura es tan grande y tan ardiente que no puede concebirla sino en estado de perfección.