Por: Alejo Bernasconi
El título de la nota no tiene como objetivo menospreciar, despotricar y mucho menos desafiar. O mejor sí, despotricar, pero no a los artistas, sino a los fanáticos. A esos fervientes enfermitos a los que tanta referencia hice, a aquellos eternos disconformes a quienes prometí que les iba a dedicar unas líneas. Finalmente, hoy me dirijo a ellos…o a ustedes…
Así como a la gente le gusta el color rojo y a otros el azul, así como algunos prefieren a Bach antes que a Mozart, así como otros no le encuentran nada de distinguido a Picasso o a Rembrandt, a mí nunca ha podido satisfacerme la música beatle. Y lo digo como una suerte de refugio, de recurso y de pedido, como para saber de qué me estoy perdiendo que no puedo encontrarle la vuelta aun así haya escuchado su discografía completa en miles de oportunidades. No sólo ellos, además, hay un gran número de agrupaciones consideradas las mejores de la historia del rock que no son de mi simpatía. ¿La razón? Por lo mismo que algunos prefieren el rojo al azul, una cuestión de gustos. Gracias a Dios no escuchamos todos lo mismo, no todos somos del mismo equipo, ni todos seguimos a los mismos pintores o escritores. De esa manera todos seríamos seres alienados dispuestos a llenar nuestra cabeza con lo que nos imponen. ¿En dónde dice que para que te guste el rock te tiene que gustar Pink Floyd o Deep Purple obligatoriamente? ¿Quién determina quién es un careta y quién es un rocker? ¿Sus fans? Esos que han logrado que el público argentino sea tomado, sinceramente por algunos y demagogicamente por otros, como la mejor audiencia del mundo son los mismos intempestivos y vehementes alérgicos al disenso.
Con el tiempo, por suerte, intenta cambiar esa lógica, paradójicamente dentro de la lógica. Es decir, yo soy de una época en la cual los Stones y los Beatles o Soda Stereo y Los Redondos pueden convivir, algo impensado hace décadas (en la cual, literalmente, se agarraban a trompadas quienes defendían a determinado conjunto). ¿Por qué digo “paradojicamente”? Porque sigue una coherencia y un hilo conductor, hoy hay cierta armonía entre seguidores de bandas consideradas antagónicas años atrás, se puede ir a ver a Malón con una remera de Almafuerte tranquilamente. Lo que aun no se soporta es “la desvalorización de la música”, no se banca que un artista rockero mundialmente famoso tenga una participación con alguien considerado de otro palo, pero al mismo tiempo, de otra industria. En mi caso, persiste la distancia al ver a uno de mis intérpretes favoritos como Slash, tocando con Fergie, Rihanna o Paulina Rubio, pero no así con el enorme MJ. La vez que me tocó escribir sobre eso tuve que enfrentarme virtualmente a los defensores del morocho que en pos de la idiotez y la ceguera, que no aceptan otras opiniones. No se puede cambiar al otro, desde este lugar no voy a obligarlos a pensar ni opinar ni actuar de determinada manera, sólo es un espacio de catarsis musical. Hay que entender que la felicidad del otro no tiene que ser mi perjuicio (ni prejuicio), si hay millones de personas felices llenando estadios para ver a Katy Perry o Justin Bieber, si acá Tan Biónica es furor, ¿qué tiene de malo? ¿qué daño nos genera? ¿Hace que Iron Maiden deje de sonar bien? Cada vez que canta el Chano, ¿“Ride the lightning” se convierte en un mal disco? ¡No! ¡Todo lo contrario! Produce que esté más contento en la elección musical que realizo día a día. Y además, ¿es pecado escuchar a los hermanos Charpentier? Se basa en términos sociológicos, veo al otro y gracias a ello forjo mi identidad sin denostar en lo que me reflejo.
Por supuesto, es toda una cultura humana que no responde solamente a Argentina ni tampoco a la música, el momento de tensión político-social que se vive en el país es un fiel reflejo…Hagamos memoria y pensemos: eran pocos los estadounidenses que en los ’90 se animaban a declararse fans de Metallica y Megadeth al mismo tiempo. El fanatismo es el peor enemigo de la cordura, de la búsqueda de objetividad, de la capacidad de aceptar que existe otra realidad más allá de la nuestra. Considero que está perfecto ser fiel a los ideales y gustos, pero la defensa irracional daña también al intérprete, propiamente dicho, se lo limita de esta manera aunque no nos demos cuenta. Y al fin y al cabo, eso es lo más importante.
Retomando a James Carville: Es la intolerancia, estúpido.