Cómo es hacer dedo (autostop) en Nueva Zelanda

#KiwiArgentino

Como muchos de ustedes sabŕan una de las cosas que más me gusta hacer es viajar (¿y a quién no?). Es por eso que lo que intentamos hacer es que el viaje sea parte de nuestras vidas, o mejor dicho, nuestra forma de vida. Me gusta viajar de la forma que sea, disfruto tanto de un lindo viaje en auto (lo que algunos llamarían un roadtrip), navegar por cualquier río o mar o un viaje de avión, aunque tenga un antipatía especial por los aeropuertos. De chico me encantaba tomar el tren a Mar del Plata desde constitución, aunque cada vez sea más difícil hacerlo en estos días. Aunque de todas las formas de viajar existe una en particular que la disfruto mucho más, hacer dedo. Durante este post les voy a ir contando por qué me hace tan feliz esta forma de viaje, tan tabú para muchas personas, y en especial el viaje que hicimos este últim fin de semana, en el que durante 4 días recorrimos 700 km en 9 vehículos distintos. ¿Se suben con nosotros?

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Acá está el recorrido completo

Comenzamos nuestro viaje de una forma un tanto peculiar, o mejor dicho la previa al viaje, lo fue. Estábamos dejando el departamento en el que habiamos vivido por 3 meses en el centro de la ciudad para mudarnos nuevamente a New Lynn, por lo que además de prepara las cosas que nos queríamos llevar para pasar esos 4 días, tuvimos que mudar todas nuestras cosas de una casa a la otra. Es increíble la cantidad de cosas que se pueden juntar en pocos meses, y sin embargo hemos vivido durante muchos sólo con lo que teníamos en nuestras dos mochilas. Así fue que dos días antes de salir a la ruta, ya nos habíamos quedado con lo del viaje, pero en el departamento. Llegó el jueves y después de limpiar todo salimos a la calle. La pequeña angustia que se siente al dejar cualquier casa (por poco que se haya vivido en ella) fue dejada rápidamente atrás por las ansias de empezar nuestra pequeña aventura.

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No puedo decir que soy un experto haciendo dedo, sino todo lo contrario, hice mi viaje de bautismo hace apenas un año y medio de Buenos Aires a Tandil (si les interesa pueden leer las crónicas de ese viaje en Aventuras360, haciendo click aquí). Lo que más me gusta de hacer dedo es la libertad y la cantidad de giros impensados que puede tener un mismo viaje. Sin embargo eso no quiere decir que no haya que estar preparado, sino todo lo contrario. Hay preguntas que son típicas y en mi opinión es mejor conocer la respuesta antes de armar siquiera la mochila. ¿Es seguro? ¿Dónde me tengo que parar para que me levanten? ¿Cuánto me van a llevar? ¿Tengo que subirme al primer auto que me pare? ¿Si tengo un hacha en la mano, me van a llevar más fácil? Algunas de las respuestas pueden parecer obvias pero otras no. Si lo que buscan es consejos de como hacer dedo luego pueden leer el post de Juan Pablo Villarino aquí. Existe una gran variedad de sitios en internet sobre el tema, pero uno que es de gran ayuda es http://hitchwiki.org/ que incluye un mapa con los ejores puntos para parar en todo el mundo.

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Sabiendo esto último nos dirijimos a la subida más cercana a la autopista que teníamos cerca de casa. Muchas veces hace falta tomarse un colectivo o tren para alejarnos un poco del centro de la ciudad. Sin embargo nosotros confiábamos que nos llevaran y así fue que a tan sólo 10 minutos de esperar nos levantó nuestro primer auto, una camioneta 4×4 manejada por dos surfers italianos, que aunque si bien no entendimos muy bien a dónde iban nos subimos inmediatamente porque queríamos salir de la ciudad. De esa forma fue que nos dejaron en una rotonda dónde era casi imposible que nos levantara nadie y luego de una hora de esperar decidimos movernos.

Mientras estuvimos esperando yo me preguntaba dónde estaría la gente con un día feriado tan hermoso. Cuando caminamos hacia la próxima subida a la autopista encontré mi respuesta. Resutó que para acortar camino nos era más fácil entrar y salir de un Shopping que rodearlo. Para nuestra sorpresa el centro comercial estaba tan lleno como un tren en horario pico. Para mi es muy triste como la idea de diversión de muchas personas es gastar parte del sueldo que han conseguido sacrificando horas de vida, para comprar cosas que no se necesitan. Al salir del shopping habrán pasado menos de 5 minutos cuando una chica sola en un Clio nos paró y se desvió unos 20 KM para llevarnos unos 40km más al norte en una ruta más transitada. Cuando nos bajamos nos pidió perdón porque lo único que tenía para darnos era una botella de agua, que de todas formas no la aceptamos. Al llegar a Orewa, un destino de playa muy popular para los locales, una señora que estaba estacionada se nos acercó para preguntarnos si no queríamos que nos llevara. Lamentablemente no iba muy lejos y como estaban en un buen lugar, preferimos esperar a que nos llevara alguien más lejos. Nuestra sorpresa fue cuando vimos que estaba en un Chrysler 300, con sus dos hijos de menos de 10 años de edad.

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Sé que muchos de ustedes estarán pensando que esto pasa únicamente en un país como Nueva Zelanda. Sin embargo cuando tuve la oportunidad de viajar a El Salvador por trabajo, aproveché el fin de semana para recorrer un poquito este pequeño país. Tomé transporte público, siempre preguntando a la gente local (y nunca en el hotel) dónde era seguro hacerlo, e hice los últimos kilómetros a dedo ya que no quería seguir caminando cuesta arriba en el volcán. Una familia, con dos nenas, de 5 y 3 años, me paró a los pocos minutos. Como estaba sólo nos pusimos a charlar y pasé toda la tarde con ellos, me invitaron a almorzar en un lugar al que sólo los locales van y me dejaron en la puerta del hotel a la vuelta. De la misma forma, cuando decidimos viajar de Zárate a Gualeguaychú, ningún camión nos quería llevar con la excusa del GPS o el seguro, sin embargo una pareja, con la madre del novio, nos frenó en otro Clio, a pesar del miedo que luego nos confesaron ellos mismos.

Habremos esperado allí unos 20 minutos, cuando dos hermanos irlandeses, nos frenaron con su VAN recién comprada a una chica argentina. Charlamos con ellos gran parte del viaje, y terminaron cambiando su destino para poder llevarnos unos cuantos kilómetros más al norte.

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Para hacer nuestro último tramos del día, no habremos ni esperado 5 minutos, cuando un maorí nos frenó en su Ford 4×4 doble cabina. Iba más lejos de lo que necesitábamos así que era genial. Nuestra idea era hacer unos kilómetros más y luego cambiar de ruta para llegar hacia donde teníamos pensado ir. Sin embargo, la neblina se hizo cada vez más espesa, la llovizna que apenas mojaba se convirtió en una lluvia fuerte y decidimos ir con el lo más lejos posible. Así una hora más tarde estábamos en la ciudad de Whangarei, también muy turísitica. Nuestra idea era acampar, pero la lluvia ya era una gran tormenta y el viento hacía que el agua viniera de cualquier lado. Terminamos nuestra noche en un bonito hotel que habría sabido ser de gran categoría en sus años mozos.

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Estábamos contentos, habiamos recorrido tan sólo 170 km, pero los habíamos hecho gracias a la bondad de la gente. Conocimos personas de todos lados, con los chicos de Italia conversamos de comida, vinos y café; los irlandeses nos contaron como pensaban viajar por Nueva Zelanda, en ese viaje tan típico para ellos entre la universidad y conseguir un trabajo; y finalmente nuestro amigo Maorí nos comentó que el feriado se debía al día en que se debieron rendir a los ingleses, muy al contrario a la versión de mis compañeros de trabajo, que me expliaron que era por el acuerdo de paz entre los nativos y los europeos.

Al despertarnos la lluvia seguía, pero era una llovizna que apenas molestaba por lo que decidimos volver a las rutas. Un auto nos sacó de la ciudad dejándonos a 10 km, en una estación de servicio, donde una abuelita de película, que parecía estar horneando un pastel, nos ofreció llevarnos unos kilómetros más, aunque tuvimos que decirle que no. Luego un chico maorí nos llevó en su auto hasta la ciudad más cercana, dónde almorzamos y esperamos para hacer el último tramo del día. Un camionero nos llevó 30 km dejandonos en el medio de la nada. Sin embargo cuando le preguntamos dónde podíamos acampar nos dejó hacerlo en el parque de su casa. Una granja ubicada en la pradera de la montaña con una vista increíble, dónde tomamos unos mates y dónde comprendí por qué me hace tan feliz viajar a dedo.

Nos fuimos a dormir cuando ya empezaba a llover de nuevo. La tormenta fue mucho para nuestra carpa sin sobretecho (la cual estamos regalando) y por primera vez en mi vida sufrí de una carpa inundada, con grandes charcos de agua. Dormimos como pudimos, y a la mañana siguiente secamos todas nuestras cosas ya que gracias a dios había salido el sol. Si hubiésemos tenido otra carpa seguramente esto no hubiese pasado, pero ahora no es más que una anécdota graciosa.

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Después de haber secado todo, haber desayunado unos mates con galletitas hicimos coraje y fuimos a la ruta. Realmente estabamos en un pésimo lugar. Un camino de montaña, nos hacía estar en medio de dos curvas, aunque nos pudimos parar en la entrada a una granja. Con pocas probabilidades pero con muchas energías empezamos a hacer dedo. Pasaba un auto cada 5 minutos, mientras que las vacas y toros de la granja obligaron a que Maru se tuviera que poner una campera para taparse su remera roja. Parecía increíble pero era cierto, no importaba donde fuera la seguían, mujiendo con gran desesperación.

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Habremos esperado unos 20 minutos, cuando volvió un lujoso auto que había pasado sin siquiera disminuir la velocidad. Era una pareja de jubilados, la mujer danesa, el hombre de Bélgica. Media hora más tarde estábamos dónde queríamos llegar. El bosque de Waipoua, que contiene enormes árboles de más de 2.000 años y con circunferencias que llegan a los 40 metros. Nos bajamos del auto sacamos unas fotos y le preguntamos a la pareja si podíamos seguir viaje con ellos, que no teníamos destino fijo y que si no molestábamos estábamos agradecidos de seguir con ellos. Accedieron de buena forma y así fue que pasamos todo el día juntos. Nos invitaron a almorzar, luego nosotros los correspondimos con una cerveza a orillas del mar y visitamos varias ciudades y pueblos, entre ellos la ciudad de Waitangi dónde se firmó el acuerdo de paz o rendición, como quieran llamarlos. Anduvimos tanto en auto que casi nos quedamos sin nafta, y finalmente, luego de unos 300 km aproximadamente nos terminaron dejando en el mismo hotel en el que habíamos parado dos noches antes. Terminamos nuestro largo día deleitándonos con una exquisita comida india.

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Llegaba el domingo y era hora de volver a casa. Con la particularidad que “casa” no era la misma de la que habíamos salido. Así fue que a las 12 del mediodía estábamos en la ruta en un día soleado. Empezamos haciendo dedo en un lugar al que no le tenía mucha fe, ya que estaban arreglando la ruta y había poco lugar para frenar, pero intentamos de todas formas. No llegamos a estar ni 10 minutos cuando frenó un auto, y para mi sorpresa, se bajó un compañero de trabajo que nos dejó en el centro de la ciudad. De esa forma terminamos un viaje asombroso, con sus cosas malas también, pero que nos había llenado de alegría. Mientras volvíamos, disfrutamos del paisaje que no vimos a la ida, culpa de la lluvia, y ya deseábamos salir en otra aventura.

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