¿Usted ha recorrido las calles del barrio porteño de Once?
Permítame contarle hoy, en #PatrimonioBA, que las cámaras fotográficas, allí, no son bienvenidas.
El epicentro del vecindario es la maldita Plaza Miserere, un manantial de historias tristes, donde está sepultado Bernardino Rivadavia, primer presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que luego se transformarían en Argentina.
Intente caminar por ese pedazo de cemento en la esquina de Pueyrredón y Rivadavia, donde tuvieron lugar dos de las tragedias más grandes de la historia nacional, y sentirá el aire de una gran ciudad.
Al atravesar los callejones podrá comprender que el incendio de Cromañón del 30 de diciembre de 2004, donde murieron 194 personas y hubo más de 1.000 heridos, aún no se apaga.
Tampoco callan los gritos de las personas a bordo del fatídico tren que chocó el 22 de febrero de 2012, dejando 51 muertos y 700 heridos.
Como una premonición, en el mismo sitio de las tragedias fue construído, durante 1932 y por Rogelio Yrurtia, el mausoleo de Rivadavia.
Un personaje importante para la historia, entre tantas miserias.
En los alrededores del monumento hay prostitutas, vagabundos, arrebatadores escondidos en la multitud y cabezas bajas.
Los obreros son lo más agradable del paisaje. Atraviesan el lugar a paso acelerado, mientras mendigos les salen al cruce.
Algunos colectivos parten rumbo a lugares desconocidos.
Las rejas limpian, apenas, el contorno de la estatua de Rivadavia: un ataúd gigante en el medio de la plaza. El cadáver insepulto de la historia. Un muerto de concreto levitando sobre la rutina de miles de trabajadores que pasan, y lo ven ahí cada mañana.
El escultor Yrurtia no era un improvisado. Estudió en Europa y ganó varias licitaciones para monumentos antes de encargarse de la tumba de Rivadavia. Algún motivo certero lo llevó a elegir este lugar.
Donde hoy está emplazada la tumba de Rivadavia, durante los años 1806 y 1807, se libraron combates contra la invasión inglesa.
Más de 200 años después, en el mismo lugar, el incendio de Cromañón y la tragedia del ferrocarril se llevó a cientos de inocentes.
Incontables detalles de vidas que ardieron; al final, entre hierros retorcidos de tren.
Zapatillas que los bomberos sacaron de un boliche incinerado penden de los cables como inusual recordatorio.
Los símbolos de la movilización por condenas efectivas se imponen grabados en las paredes.
Las fotos no pretenden otra cosa que ser un homenaje a nuestros muertos.
Intentan mostrar cómo están, actualmente, los lugares donde la irresponsabilidad masacró a parte de una generación argentina. Ahí, junto a los restos del primer presidente.
Estación de Once: 51 muertos y 600 heridos en febrero de 2012
Fotos: Belisario Sangiorgio Trogliero