Por: Adriana Lara
PROYECTO PIBE LECTOR es un blog de FICCIÓN. Cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia.
2. Trabajo Infantil
para Nora
_¿Y Ortega?
La pregunta rasgó el aire espeso de la pecera y provocó que absolutamente todos sus compañeros lo miraran. La profesora nueva volvió a pensar en el cardumen que se había figurado cuando había escuchado por primera vez el nombre del salón: todos separados… de golpe juntos para mirar al otro… de nuevo todos separados…
_ Ya les expliqué hace como diez minutos, se jubiló, ahora estoy yo.
Vladi bajó la mirada para disimular su enojo, pero cerró los puños. Iba a extrañar a Ortega, no parecía tan vieja como para jubilarse, seguro que era una mentira, eso, los había abandonado, se había ido a un trabajo mejor, no iba a volver más. Clavó la vista en la fotocopia que la nueva le alcanzaba y leyó al pasar: “Día mundial contra el trabajo infantil”. Pensó: “No soy ya un niño, qué me tienen que hacer leer eso. Yo trabajo desde chico porque mi papá me está enseñando un oficio, una profesión; yo voy a ser alguien en la vida y eso gracias a que no estoy todo el día en la calle, estoy en el negocio ayudando y atendiendo a la gente y eso no tiene nada de malo, si Ortega sabe que trabajo y ella entiende, qué me dice esta otra que andá a saber de dónde salió.”
_ ¿Y cuando mi mamá me dice que limpie la pieza y me arme la cama, eso no es trabajo?
“Ahí pregunta la bobada, la princesa. Bien que todos saben que ella no sirve para nada… pero Priscilla sí sabe, ahí baja la cabeza, está de mantera con la tía desde hace mil años, si yo la veo con frío y con calor ahí cerca de las vías, un frío que ni acá en la pecera se pasa, y no se queja nada de nada, porque nosotros no somos unos inútiles y tenemos que ayudar.”
_ ¿Y si me piden que cuide a mis hermanos, eso no es ilegal? ¿No puedo denunciar a mi mamá?
“Y dale con las bobadas, la princesa. Si todos acá cuidamos a nuestros hermanos, si nuestros padres trabajan, si ahí está Mariana que está en la panadería todas las madrugadas, y Lorenzo, que se acuesta a las mil quinientas porque se queda hasta que cierran el locutorio de al lado del bar.”
Vladi se encuentra a sí mismo oliéndose las puntas de los dedos, en el ademán que lo avergüenza tanto como ese vozarrón grave que desde hace meses se cuela sin permiso cuando articula la voz. Esconde la mano como si le quemara…
_¿Qué tenés ahí?
_ Nada… mi mano.
_ ¿Qué pensás acerca del Trabajo Infantil?
_ Nada… que está mal.
Interrumpe la princesa:
_ ¿Y si los padres obligan a trabajar a los menores, dónde hay que hacer la denuncia? ¿Qué se debe hacer? Si una va caminando y ve chicos trabajando por todos lados y nadie hace nada…
Enmudece la pecera… se vuelve turbia… los ojos se ponen espesos… Se va hundiendo, liviana, la frase inconclusa… qué pensás, qué pensás…
(Que está mal porque me tengo que levantar temprano y porque tengo frío a veces y la gente me asusta cuando se hace de noche y el negocio se pone oscurito.)
(Que está mal porque no puedo ir a jugar a la pelota, ni siquiera los domingos.)
(Que está mal porque cuando tengo tarea la tengo que hacer con la carpeta apoyada en cualquier lado.)
(Porque siempre tengo que comer en la calle.)
(Porque no puedo ni siquiera conversar con alguna amiga.)
(Que está mal porque yo estoy todo el día ahí y nadie nunca me paga. Como si fuera un esclavo.)
Toca el timbre, justo. Alguien abre la puerta de la pecera con una tijera (ya un picaporte es impensable a esa altura, al igual que paredes verdaderas) y los alumnos desaparecen tan rápido que la nueva queda con la boca abierta, articulando algo inaudible. Si fuera Ortega, piensa Vladi, hubiera sabido qué contestarle a la princesa. Y se siente tan solo, que otra vez, sin darse cuenta, se lleva la mano a la cara, buscando el olor de su casa en sus dedos.
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