Por: Adriana Lara
Esta semana, #ProyectoPibeLector se suma a la convocatoria contra el femicidio: #NiUnaMenos
53. Misoginia
El Diablo dedica su Tiempo sin Tiempo a tentar a Dios. Una manera de hacerlo es a través de la corrupción de la Humanidad. Consiguió que los pueblos olvidaran la identidad divina, que se confundieran y perdiesen el rumbo. Ensayó innumerables métodos hasta descubrir el mejor nutriente, el que llevó a los hombres hasta el extremo de la abominación: las demoníacas palabras. Así logró convertir a muchos en verdaderos monstruos.
Se agacha para pronunciar, con placer, las frases sibilantes. Le brotan con facilidad de las fauces repugnantes que tiene por boca. Sus mejores escuchas se convierten en títeres. En muñecos violentos e imbéciles. Luego, les roba el alma.
Deja caer el Diablo turbios enunciados sobre el Mundo. A causa del Secreto, sus preferidos son los misóginos. Para crearlos afirma que las mujeres están hechas para acompañar al hombre, para que no esté solo. Dice que ellas son las que deben poner la mesa, cocinar, lavar, planchar, limpiar, gestar hijos y criarlos, cuidarlos, protegerlos. Servir. En la salud y en la enfermedad. Declara que tienen la absoluta culpa de todos los males de este mundo. Que son Eva y Pandora. Deberían verlo ahí, a plena luz del día o en las sombras, regocijándose y acariciando con su escandalosa prosa la superficie de la Tierra.
No se detiene, el hediondo. Está orgulloso de sus mentiras; es vanidoso. Grita que ellas no son ellas sino cosas, que tienen boquitas para ser besadas, que sus cuerpos existen para ser usados por todos. Que eso es porque tienen cuerpos, pero no los tienen. Porque su deber es comportarse, vestirse, actuar como se-ño-ri-tas. Afirma burlonamente que todos los hombres tienen derecho a verlas, a exhibirlas, a criticarlas. Que eso es porque son criaturas emocionales, débiles, inferiores. “Son damas”, susurra con desprecio. Sin derecho al pensamiento o al saber. “Su obligación es ser bellas y perfectas”. “Agradarnos”. Las carcajadas que pega cuando sus mentiras se meten en cada mujer y la contaminan estremecen el Cielo y provocan la lluvia. Provocan la neblina. Provocan las erupciones volcánicas. La muerte de los seres vivos. Cuando el corrompido es un hombre, esto es lo que sucede: la desolación de los ángeles, el odio, la vejez y las enfermedades. Los celos.
El Diablo se entretiene. Aún es infante, en el Tiempo sin Tiempo. Adora jugar al artista del Verbo, revolcarse sobre el Universo, ensuciarlo con graffitis, orín y excremento. Metérselo en la boca, manosearlo hasta romperlo.
Obsesionado con sus proyectos, encuentra consuelo. Mitiga la existencia de Dios. Es casi feliz con la abominación que causa: sabe que lo atormenta especialmente cada vez que una mujer es asesinada, vejada, torturada o humillada por una de sus creaturas, embrutecida por su nefasto discurso. Y la inmensa marea de desolación humana que sube hasta el Infinito, junto al clamor de los corazones profundamente rasgados de las madres que perdieron a sus hijas, de las abuelas que perdieron a sus nietas, de las hijas que perdieron a sus madres, lo enorgullece.
Dios lo contempla espantado, en silencio. Por momentos su compasión es tal que experimenta la tentación de revelar el Secreto.
“Dios es mujer”, desearía susurrar, cariñoso.
El Diablo le sonríe y chifla, obsceno y babeante, desde el extremo del Universo.
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