Esta Chica, la Renga del destornillador

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24. Esta Chica, la Renga del destornillador

A Esta Chica, con dieciséis años y varios capítulos de CSI como experiencia en criminalística, el plan le había parecido perfecto. Lo había soñado, pensado y repensado, imaginado, dibujado, ensayado ante un espejo y con una almohada. Le había buscado la quinta pata al gato, el pelo al huevo: era una genialidad. En la “Libreta-bitácora de planificación del asesinato” hallada entre sus objetos personales, en la primera página, se puede leer:

 . La vieja Casilda tiene más de noventa años, no tuvo hijos y vive sola en semejante casa

. Para qué va a necesitar una vieja semejante casa; en cualquier momento se muere y no tiene herederos. Sería un desperdicio. 

.Esta vieja es de las que no se mueren nunca. No queda otra solución que apresurar las cosas para poder ocuparle la casa. Nadie se va a dar cuenta porque hace años que casi ni sale y los vecinos que la conocían ya están muertos de viejos, como Dios manda.

"La Renga del destornillador" Proyecto Pibe Lector

“La Renga del destornillador” Proyecto Pibe Lector

  

A continuación, una ilustración indica el procedimiento para llevar a cabo el asesinato. Ésa era la parte del plan que más enorgullecía a Esta Chica, la ocurrencia que había elevado su concepción de sí misma hasta las nubes, lo que le había demostrado su propia y descollante inteligencia. Ayudaba a Casilda desde hacía siete meses, pero el arma asesina estaba oculta, esperando su momento, desde que había cumplido los doce años. Se le había ocurrido pegarse un destornillador a la pierna por miedo: era chiquita y se había quedado sola. Que alguien se atreviera, que alguien tuviera el atrevimiento. Esta Chica le había ensartado imaginariamente el destornillador en el cuerpo a cientos de personas durante cuatro años y se consideraba experta. Toda ella, un arma letal.

Además, la renguera falsa que le producía tener la herramienta adherida a la altura de la rodilla desde su niñez tenía sus ventajas.

Había conseguido así, sin más, trabajo en lo de Casilda. Todos los viejos le tenían lástima. Viajaba siempre sentada, en el tren o en el colectivo. Le regalaban cosas, la ayudaban. Una señora le llevaba comida caliente casi todas las noches, en invierno. Nadie sabía, nadie podía sospechar; ella era superior y si alguien se hiciera el vivo, ¡zas!, con un ademán preciso le hundiría el destornillador en el cuello y se sentaría tranquilamente para verlo desangrar. Si era un violador, ¡zas!, ahí se lo iba a clavar, ahí, para que recapacite y se acuerde. Ya iban a ver quién era ella, ninguna renga, ninguna inofensiva lisiadita.

A Casilda la pensaba asesinar ensartándole la herramienta en una arteria, para que no sufriera y se desangrara rápido. En el corazón le daba impresión. Había buscado en internet los sitios exactos y tenía todo planeado. ¿Qué podía salir mal? ¿Qué?

La cosa es que pasó lo que pasó porque la vida, cuando es perra, es perra.

Esta Chica viajó en el colectivo, como siempre, en el asiento reservado para personas con discapacidad. Al bajar, una chica amable la ayudó con los escalones y le dio un papel de color amarillo, al que ella no prestó atención porque era el gran día y confundió con una publicidad cualquiera. Para no ser descortés, lo guardó en el bolsillo de su campera. Llegó a la casa de Casilda, pensó por millonésima vez que por semejante casa valía la pena cargarse un muerto, abrió con su propia llave y, en el momento soñado, imaginado, calculado y perfecto, despegó de un tirón el destornillador, pegó un grito seco y se abalanzó sobre la vieja. Ésta (la vieja), levantó una mano férrea digna de los reflejos de un jugador de playstation, le sacó el destornillador en una milésima de segundo y se lo ensartó en la mano, dejándola clavada literalmente a la mesa de madera del comedor, sangrando como una descosida y gritando como una loca. Quién iba a pensarlo, ¿no?

Hoy le dan el alta a Esta Chica, la asesina fallida, la falsa renguita. Casilda sigue vivita  y coleando. A causa de la popularidad que ganó con el suceso (los periodistas la apodaron “la abuela ninja”), le aparecieron varios sobrinos nietos y amigos de toda la vida. A Esta Chica la bautizaron “La Renga del destornillador” y se hizo tan famosa como Casilda, pero a ella no le causó ninguna gracia. La “Libreta-bitácora de planificación de asesinato” fue publicada en la primera plana de los diarios más importantes del país, hecho que la consoló un poco. La comparaban con el Petiso Orejudo, decían que era una futura Yiya Murano. Pero nada de lo que leyó y escuchó en los medios tiene comparación con lo que va a leer en este preciso momento. A Esta Chica la espera un proceso judicial, porque está acusada de intento de homicidio agravado, y no sólo eso la espera: ahora se está poniendo la campera ayudada por una mujer policía, está metiendo la mano que le quedó sana en el bolsillo y topándose con el papel amarillo que le diera la muchacha en el colectivo aquella fatídica mañana de la ejecución del maltrecho plan. Sale el papel con la mano, Esta Chica lo despliega ante sus ojos y mientras lee siente que le flaquean las piernas, que se disuelve, que la bajan de un cachetazo del podio donde figura la gente lista e inteligente, que la vida se tiñe de color gris.

El papel amarillo dice esto:

“Esta Chica: 

      ¿Te acordás de mí? Fuimos juntas a la primaria en Salta, y mi mamá me dio tu dirección cuando viajé a Buenos Aires, pero no te encontré fácil porque ya sabrás vos que tu casa está incendiada y tus papás se fueron andá a saber dónde. No sé cómo te la aguantaste tantos años, sos buena para rebuscártelas, por eso entiendo lo de que te hagas la renga y esas cosas. Te pregunto: ¿hacés eso para viajar gratís? ¿Es para que la gente te ayude? ¿Para que no te molesten y sean buenos con vos? Querida, no hace falta que finjas una cosa así. Además, todos en el colectivo y en el barrio saben que tenés un destornillador pegado con cinta a la pierna y que por eso andás como con pata de palo. Hasta la Casilda sabe, si hace chistes en el chino sobre eso y dice que un día la vas a querer matar. No te preocupes, sabemos que sos buena chica. No vamos a decir nada, nunca, si nos das mucha pena. La Casilda dice que cuando se muera te va a dejar de regalo su casa. Te la merecés, no seas tonta. Dejá de sentarte en el asiento de discapacitados con pollera que no sólo se ve el destornillador pegado en el espejo sino muchas otras cosas que para qué te voy a contar. 

Llamame, te dejo mi teléfono anotado. Besos, nos estamos viendo.”

“Flor de boluda resulté, planeando asesinatos”, pensó Esta Chica. Eso fue lo último que pensó estando en libertad.

 

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