Por: Pablo Adriano
Ayer Alejo Bernasconi, blogger de #MondoRock - también de la familia INFOBAE – me preguntaba vía Twitter cómo entrenar en días de lluvia justo en el instante en que estaba saliendo a correr. No sólo me pareció una buena idea para escribir al respecto, sino que fue un disparador para tratar de interpretar porqué estaba entregándome al running en medio de una tormenta.
En varias oportunidades ya comenté – y espero no repetirme demasiado – que “esto de correr” se trata más de superación personal que de cualquier competencia. Todavía no puedo afirmar si mi amor por el running fue a primera vista o fruto de un largo trabajo de conquista, lo cierto es que desde el minuto uno pude comprender que placer y esfuerzo se adentraban en una sinergía un tanto especial.
Cuando empecé a correr recuerdo que estábamos despidiendo la primavera y un clima ideal nos abrazaba a todos los #Runners de Buenos Aires. Ese verano fue intenso, pero no lo sufrí demasiado. Cuidando la hidratación y refugiándonos en las horas de alto índice UV y mayor temperatura, podemos entrenar sin problemas. Sin embargo, mi primer muro llegaría después siendo el arco de bienvenida a la temporada otoño invierno. Como ya cité en alguna otra ocasión, Santiago García en su libro “Correr para vivir, vivir para correr”, habla de los golondrinas – aquellos que con los primeros fríos desaparecen y regresan por estas épocas como despidiéndose de su hibernación. Me enfrentaba tal vez a definirme como corredor, a descubrir si sería pasajero o formaría parte de mi vida. Los primeros entrenamientos invernales fueron duros. Debo reconocer que salir con bajas temperaturas, por primera vez, no es cosa fácil. Lo cierto es que el cuerpo da señales y se va adaptando a cada situación.
Recuerdo entonces una tarde gris y oscura con 4º de temperatura en la que tenía cita con mi entrenador Maick. Nuestra hora de trabajo se acercaba y el mensaje de postergación no aparecía. Sin animarme a decir nada, y con el riesgo de un malentendido, fui a nuestro punto de encuentro en los Bosques de Palermo. Y ahí estaba Maick, esperándome como un día más. Yo no podía creer estar en perfecto outfit runner bajo una helada llovizna despidiendo lo poco que quedaba de luz solar. Entre otros trabajos, me tocó un largo de 5K. El me pedía que fuese el mejor, y sorpresivamente así fue. Las manos heladas, el aire frío que quemaba la garganta, y mi precaución – un tanto afrancesada – de no sumergirme en un charco y mojarme aún más, no pudieron vencer la fuerza y voluntad para lograr mi mejor tiempo.
Cuando regresaba a casa en el auto caí en la cuenta de que cada minuto de esa tarde había valido la pena. ¿Quién no tomó frío en un acto en el patio del colegio durante la secundaria? ¿O hizo fila durante largo rato para hacer un trámite en pleno invierno? ¿Cuántos acaso nos congelamos unos minutos para ver el Glaciar Perito Moreno, avistar ballenas en Puerto Madryn o acercarse al fin del mundo en Ushuaia? Sin ir más lejos… ¿quién puede negar haber sentido frío o incomodidad por mucho menos que todo lo que el running me entrega cada día de mi vida?
Minutos después del tweet de Alejo yo estaba corriendo. La gente se refugiaba y trataba de desaparecer en el mismo momento en que me entregaba a varios kilómetros, húmedo asfalto y una lluvia helada. No creo ser capaz de encontrar las palabras justas para expresar la sensación única de correr contra la corriente y el viento, viendo las nubes negras cada vez más cerca y yo cada vez más lejos de casa. Las precauciones son muchas, desde estar más que atento al tráfico hasta tener una pisada segura y contundente para no resbalar ni pisar en falso. Ninguno de nosotros tiene la receta para un gran desempeño y estoy seguro que lo que hoy es para uno tal vez no lo sea para todos; pero está claro que con responsabilidad y sentido común, con fuerza y pasión, no hay nada que pueda detenernos.