Por: Natalí Ini
Homeland es terriblemente atrapante. Es la adaptación de una serie israelí. La historia es muy buena y el modo de contarla también. Claire Danes interpreta a Carrie, una agente de la CIA que cumplió misiones en Irak. En el primer capítulo, un prisionero iraquí le cuenta a Carrie que un soldado estadounidense se había unido al grupo Al Qaeda, pero no le dice su nombre. Poco tiempo después, Nicholas Brody, un soldado estadounidense que había estado cautivo por ocho años en Irak es liberado y vuelve a su país a reencontrarse con su familia y sus compañeros. Carrie sospechará de este soldado y comenzará una investigación que la llevará a la obsesión. Este año lanzarán la tercera temporada de la serie que ganó seis premios Emmy.
Con el correr de los capítulos, descubrimos que Carrie es bipolar. Por supuesto que nadie lo sabe pues la CIA no podría tener entre sus filas a una mujer desequilibrada mentalmente. El personaje de Carrie es, en mi interpretación, una perfecta ilustración del órgano de máxima seguridad estadounidense. Es obsesiva y paranoica. Quiere tener todo vigilado, al punto de poner cámaras ocultas en la casa de Brody, inmiscuirse en la intimidad de su vida, ganar su confianza y todo lo necesario para poder acusarlo. Nada más temido para estos organismos de máxima seguridad que un infiltrado.
El personaje de Carrie forma parte de las sociedades en las que vivimos actualmente. Ella caracteriza el miedo que vivimos todos pero sobre todo la sociedad norteamericana frente al terrorismo. El avance de la tecnología revolucionaron los dispositivos de vigilancia. Ya no se trata de encerrar a los delincuentes sino de vigilarnos y controlarnos en nuestras vidas cotidianas. El Panóptico del filósofo Michel Foucault pensado como concepto y dentro de la arquitectura de la cárcel hoy está en cada cámara de seguridad, cada máquina que nos desnuda en los aeropuertos, cada pulsera electrónica y tarjetas magnéticas para entrar y salir de la oficina.
En su artículo Posdata sobre las sociedades de control, el filósofo francés Gilles Deleuze explica que estamos pasando de las sociedades de disciplina a las sociedades de control planteando que los lugares de encierro como la cárcel, la fábrica, la escuela y el hospital están en crisis y en ese artículo escrito en 1990 dice: “No es necesaria la ciencia ficción para concebir un mecanismo de control que señale a cada instante la posición de un elemento en un lugar abierto, animal en una reserva, hombre en una empresa (collar electrónico). Félix Guattari [filósofo y psicoanalista que trabajó con Deleuze] imaginaba una ciudad en la que cada uno podía salir de su departamento, su calle, su barrio, gracias a su tarjeta electrónica (dividual) que abría tal o cual barrera; pero también la tarjeta podía no ser aceptada tal día, o entre determinadas horas: lo que importa no es la barrera, sino el ordenador que señala la posición de cada uno, lícita o ilícita, y opera una modulación universal”. ¿Hace falta agregar algo más?