Ahora que Facebook y Twitter nos invitan a buscar gente perdida en el tiempo, viejos compañeros de secundario, romances abruptamente concluidos, idilios que en el recuerdo resplandecen como un milagro; nos lanzamos a la pesca del pasado con una energía digna de mejor causa.No vale la pena. Habrá gente a la que le resulta, a la que el “revival” le funciona. A mí no me sucedió. Y no sólo eso. El señor que yo recordaba buen mozo, alto, musculoso y con larga cabellera, mutó en un casi anciano, con panza, sin pelo y encorvado. Pero el aspecto no fue lo más importante. Al fin y al cabo, a nosotras también nos pasaron los años por encima. Lo peor es que el señor en cuestión, ése que rescaté del pasado con la oculta esperanza de revivir una pasión arrebatadora, se quejó toda la noche de su ex mujer, de sus penurias económicas, de sus hijos y de la juventud, que cada vez está más irreponsable e idiota.
Y no sólo atormentó mis oídos con sus quejas. Encima tuve que pagar la mitad de la cuenta porque “andaba corto de efectivo”.
Al pasado hay que enterrarlo, porque los recuerdos no son fieles. Pintan de rosa lo que en realidad es gris. Y de sintonía perfecta lo que fue un manotazo de ahogado.
Es mejor estar sola y con esperanza que acompañada y aburridísima. Antes que perder el tiempo con un vetusto recuerdo, prefiero ir al cine con mi sobrina, comer pochoclo hasta reventar y dormirme con la repetición número 58 de Dr. House. Que cada día canta mejor.