Ya fue. Eso de teatro por un lado, cine por otro, circo más allá; esas divisiones se disuelven cada vez más. Vamos a ver una obra, una puesta en escena de algo que nos gusta, que nos atrae, que disfrutamos y punto. No importa qué es. Música, video, actuación, todo se fusiona para que la experiencia sea más ¿interesante? ¿Moderna? ¿Atractiva? No importa para qué. La cuestión es que hoy por hoy, los recursos tecnológicos y creativos posibilitan una fusión de técnicas que impulsaron, por ejemplo, la creación de espectáculos “mainstream” como Fuerza Bruta o más íntimos como Teatro SOLO.
¿Tendencia actual o estética desarrollada por los performers del teatro experimental?
Que desaparezcan las fronteras entre escenario y público o entre actuación y video no es una idea novedosa. Sin embargo, está claro que se trata de una propensión que marca y define un tipo de teatro amalgamado a formas multimediales y/o circenses.
Rafael Spregelburd la tiene clarísima. La Paranoia fue tal vez el clímax de su obra “teatro-cine-absoluto” (por denominarlo de alguna manera). Igual que No más Zzzzs, de Candalaria Sabagh, que vuelca un conjunto de lenguajes y de intertextualidades que transforman el teatro en un juego en el que puede pasar cualquier cosa, pero jamás por mero azar. De una instancia de policial clásico, se puede pasar a una fiesta electrónica proyectada en el escenario. Y se puede con elegancia y sentido. Sabagh y Spregelburd lo demuestran.
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Claudio Tolcachir no se quedó afuera. Más clásico, pero siempre innovador, hace diez años estrenó Jamón del diablo, una obra ambientada en un cabaret, con mesas, vino, baile y música en vivo. La historia transcurre entre el público y un puñado de bailarinas, travestis y madamas. La obra fue reestrenada hace un año y permanece en cartel; todos los lunes en Timbre4, jamón, jamón, jamón!
Entre este tipo de propuestas “diferentes”, tal vez la más singular sea la de Matías Umpierrez. Su obra Teatro SOLO consiste en cinco intervenciones performático-teatrales que se llevan a cabo en cinco puntos diferentes de una ciudad y a la que sólo puede acceder un espectador por “función”. Callejero porque sale de la sala habitual de representación, pero no realmente itinerante como los espectáculos en una plaza o una peatonal. También renovador en el concepto de platea porque disuelve el anonimato del espectador entre la multitud y lo enfrente directamente con la obra en un rol activo.
Desde lo circense, La Fura dels Baus -desde 1971 en España- y De La Guarda –en Argentina- definieron una estética experimental con acrobacias, escenarios de muy amplias dimensiones, elencos multitudinarios y la potencia tecnológica. Así, el teatro se alineó a esta tendencia de lo onírico, la ruptura del esquema tradicional (introducción, nudo, desenlace) y se afianzó la tendencia de un espectador activo.
Para atraer nuevos públicos, para sorprender, por necesidad expresiva, para renovar conceptos. Son varios los motivos que impulsan a directos y dramaturgos a imaginar y llevar a cabo piezas de teatro no convencionales. Sin el clásico escenario y sin la cuarta pared (la barrera imaginaria que separa al público de los actores). Si bien desde hace años el teatro se va reformulando con diferentes apuestas –distanciamiento, crueldad, método, absurdo, etc-, en la actualidad sigue impactando la tendencia de romper las obviedades del auditorio, el escenario y el espacio para los espectadores.