Alfredo Vilchis, el cronista del inframundo urbano

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La frase “soy ateo gracias a Dios” describe muy bien el pensamiento contemporáneo. Prevalece en el ambiente la sensación de un secularismo, aunque hay ciertas situaciones que fracturan esta visión, cosas que le muestran a la mente un filamento divino (por decirlo de una forma conocida) que contradice lo que Darwin y sus alumnos se han empeñado en enseñar: que no hay ningún ser todopoderoso detrás de los objetos, sólo evolución. Alfredo Vilchis (DF, 1960) no busca contradecir los argumentos racionalistas; sus exvotos son crónicas de lo milagroso y la fe.

El mensaje es el mismo, pero dicho por diferentes voces, miradas, personas que estuvieron a punto de morir, aunque por situaciones no comprendidas por los hombres de ciencia se salvaron. Otros ejemplos de lo milagroso: una mujer declarada oficialmente muerta por los médicos de pronto se levanta de la cama del hospital sin recordar por qué está allí. Un asaltante da las gracias a San Judas Tadeo por no haber matado a su víctima a la que le quitó un reloj y su cartera. Aquel compadre cínico, pero muy agradecido, que estuvo a punto de ser descubierto en la cama con la comadre. ¿Si eso no es lo milagroso, entonces qué sí lo es?

Hombres y mujeres de todas las edades, oficios y profesiones le han confesado sus pecados y bendiciones para que los pinte en sus pequeñas láminas metálicas; recurren a él para que, a través de sus pinceles, dé gracias a Dios por sus suicidios fallidos, sus amoríos clandestinos, por el amor que llegó cuando menos se esperaba, por haberlos salvado de una cornada de toro o para implorar a lo Incognoscible que no se aparte nunca del camino.

Los exvotos -constancias de agradecimiento por el milagro- llegaron de la Europa renacentista con la invasión española en el siglo XVI. Hay quienes señalan que el primer retablo hecho por un mexicano lo encargó Hernán Cortés tras salvarse de una picadura de alacrán, aunque nunca ha sido demostrado.

Hasta el momento, calcula, ha realizado más de cuatro mil retablos de 35x25cm; más de 70% se encuentran en colecciones privadas de Francia, Estados Unidos, Japón, Bélgica, Alemania, España y Brasil. El sello personal de su trabajo tiene dos marcas que ningún otro cronista de la fe tiene: él aparece en los exvotos, ya sea vestido como el arcángel Gabriel, San Judas Tadeo, voyeur o exhibicionista casual de la historia; así como Alfred Hitchcock en sus películas. La otra característica, su mala ortografía que, ahora ya adrede, le da un aire espontáneo, gracioso, no profesional a su destacado trabajo.

Su historia personal es un ex voto pintado por alguien más. Él lo describe así: cuando tenía seis o siete años, dentro de un templo se soltó de la mano de su mamá y echó a correr sin destino; cuando lo encontraron lo vieron estupefacto frente al muro de los exvotos. ¿Qué vio? De eso quiere hablar, pero años después fue llamado (¿destino milagroso?) a continuar la tradición de los retablitos en México. Tras ser despedido de un empleo matado y mal pagado tomó los pinceles y comenzó a cronicar anécdotas que le contaba la gente o noticias de periódicos. Su ángel lo ha llevado a los lugares más peligrosos en busca de historias que han atraído a intelectuales y comerciantes de arte. Todos han ido a buscarlo a su taller, El rincón de los milagros, en la colonia Minas de Cristo, en la Álvaro Obregón. Ahora es confesor y el pintor personal de prostitutas, homosexuales, ladrones, cónyuges infieles, alcohólicos, desahuciados, impotentes que recobraron la virilidad e indómitos dispuestos a ser partidos por un rayo, como dice Cortázar, en el más pleno cielo despejado.