Por: Fabricio Portelli
A pesar de ser periodista especializado en vinos, esto de “el vino turista” es nuevo para mí y calculo que para muchos más, también. Lo que suena a priori cool es en realidad una iniciativa oficial reflotada del pasado para equilibrar la balanza dentro de una industria cada vez más despareja. La bebida más noble y natural que existe, hoy es un producto disfrutado más por sofisticación que por mera costumbre. Es decir: la mayoría de los que acostumbraban a poner un vino en su mesa a diario (jarra, botella o tetra) lo ha reemplazado por otra bebida, al tiempo que otros lo han incorporado, aunque sólo sea de vez en cuando, para salidas u ocasiones especiales.
Esto derivó en el auge del buen vino argentino y relegó cada vez más al “vino nuestro de cada día”, sector, este último, que por tener márgenes muy pequeños de rentabilidad, básicamente por tratar al vino como un commodity, está sufriendo la coyuntura desde hace varios años.
Muchas familias dependen de él. Debido a esta situación, el gobierno no se queda quieto: declara al vino bebida nacional, promueve a pequeños productores, otorga créditos, etcétera. Pero no alcanza.
Ahora, impulsado por el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, vuelve el vino turista. Un vino de calidad módica o aceptable, que deberá estar incluido en las cartas de los locales gastronómicos del país. Sí, leyó bien… inclusión, pero a la fuerza. Algo que nada tiene que ver con la filosofía del vino.
Entiendo la obligación de brindar bienestar a muchos por sobre el perjuicio de unos pocos. Sin embargo, no es eso lo que más critico.
Me parece que se está enfocando mal el concepto. Si bien no me quejo del vino ni de sus calidades, recordemos que se trata de vinos que tienen más que ver con lo que antiguamente se conocía como vino de mesa. Por eso, considero que estamos malgastando una marca muy valiosa. Porque “turista” es una palabra que debemos cuidar. Un turista es una fuente de ingresos, un cliente, es alguien que consume lo nuestro y, gracias a ello, genera trabajo. Si esperamos atender a los turistas con un vino sin atributos especiales y creemos que sólo por ser barato (saldrá $20 si es genérico y $25 si es varietal) el éxito está garantizado, la estamos pifiando y por partida doble. En primer lugar, porque se está subestimando al consumidor al ofrecerle un vino común, el mismo que hoy se consigue en almacenes y supermercados, pero con seudónimo diferente, que funcionará como gancho más allá de su precio promocional. Y luego, porque se está atentando contra algunos de los mejores aliados que tiene la industria: los restaurantes, bodegones, bares, etcétera.
No me imagino que en Puerto Madero o en el circuito gastronómico palermitano, por ejemplo, incluyan con agrado el vino turista en las cartas. No lo digo sólo por la hipotética pérdida de rentabilidad ni tampoco porque nada tenga que ver dicho vino con una propuesta gastronómica cuidada, sino simplemente porque este tipo de imposiciones es de otra época.
Como no soy de los que tiran la piedra y esconden la mano, me gusta aportar a la causa. Creo que dando un simple golpe de timón, podría estar la solución. Porque si es el vino cotidiano el que está sufriendo y, a la vez, haciendo tambalear la industria, entonces tenemos que ver cómo recuperar el valor de ese vino. Si antes era tan respetado y tenía su lugar asegurado en todas las casas, por qué no reivindicarlo. Trabajar en un concepto que tenga más que ver con recuperar “el vino de la casa” desde los mismos restaurantes y bodegones a los que se pretende someter para promover el vino turista. Si se logra ofrecer un producto noble bajo el afamado, aunque ya en desuso, vino de la casa y con el mismo respaldo oficial, quizás en poco tiempo se revierta la situación y muchos de los que hoy lo han reemplazado se sientan con ganas de volver a tenerlo en sus mesas. Recuperemos entre todos el prestigio de nuestros vino de mesa. Que sean orgullosos vinos de la casa de miles de establecimientos gastronómicos a lo largo del país. Y sigamos ofreciéndoles a los turistas nuestros mejores vinos. Que se lleven el mejor de los recuerdos y, con él, las ganas de recomendarnos. Así estará garantizada la continuidad de un desarrollo exitoso. Porque, sin dudas, si hay algo que estamos haciendo muy bien es vino. Pero mucho más importante que nuestra realidad es nuestro potencial. Por eso me animo a criticar esta iniciativa, más allá de admirar y respetar a quienes tienen la obligación de llevarla adelante. Lo hago con propuestas, con ideas superadoras y con muchas ganas de aportar a la causa… no del vino turista, pero sí del vino de la casa.