Por: Fabricio Portelli
Hace poco, en la pared de un flamante Wine Bar palermitano (www.peugeotlounge.com.ar) dejé inmortalizada una línea de vida que resume lo que pienso y siento de él: Dioniso, Baco, Brascó.
Lejos de endiosarlo como hacían los griegos y los romanos con los suyos, considero que a su manera, Miguel Brascó es nuestro dios del vino. Y hoy más que nunca, ya que el vino se ha convertido en nuestra bebida nacional por ley (Ley 26870). Y si bien las épocas son muy distintas, haciendo un breve paralelismo , me van a comprender mejor.
Antes, a los dioses se les pedían cosas, se los invocaba en nombre de, y se les adjudicaban cosas inexplicables. Y no me refiero a Dios, o al Dios de cada uno, al cual tratamos de la misma manera. Me refiero a ese ser superior al cual el imaginario colectivo le suponía poderes sobrenaturales. Hoy, en el Siglo XXI y con el avance de las comunicaciones, donde todo pasa ya; el imaginario colectivo en lugar de agigantar la leyenda, lo plasma en Google o en las redes sociales. Sin embargo, sigo sosteniendo que Miguel Brascó se merece el título de “dios del vino argentino”. Porque durante más de cincuenta años, enseñó a generaciones enteras a disfrutar más y mejor de nuestros vinos. Siempre ponderándolos por sobre los importados. Con un estilo distinto y directo, casi al borde de lo agresivo. Con las dosis justa para llamar la atención del lector común, en un tema que no era lo común que puede llegar a ser hoy. Y una vez captada la atención, le daba el tip necesario, para que a partir de ese entonces, el lector sintiera más confianza frente a la carta de vinos en un restaurante, o en la góndola o en la vinoteca. Mucho, pero mucho después, llegaron los medios específicos dedicados a los placeres gourmet, los sommeliers y los comunicadores como yo.
Miguel siempre dio sin esperar nada a cambio. Un consejo en la cola del supermercado, un dato significativo desde su inolvidable página dominical de la revista La Nación, una anécdota única desde sus guías de vino, o una mueca que todo lo decía en sus tantos programas de TV. Al respecto debo reconocer que Dos de Copas, el ciclo que hicimos juntos en 2007 y 2008 por canal Metro y Magazine, sigue siendo el más recordado por el público; y eso que yo seguí hasta el año pasado con El Conocedor TV.
Siempre fue filoso en cada declaración, ya sea escrita o hablada, ya que no le importa el qué dirán, sino que su misión es hacer que el otro descubra. Por eso es un escritor, es un dibujante, es un artista con todas las letras.
Miguel debe ser la persona que más vinos argentinos degustó, y esa experiencia es invalorable. Además, por su figuración pública, siempre fue el periodista especializado en vinos más reconocido. Y por ende, el que siempre se sentaba al lado del bodeguero anfitrión de turno.
A sus ochenta y tantos años, y con más vinos argentinos encima que la mayoría de los que aquí habitamos, Miguel se merece este y muchos reconocimientos más. Al menos de los que disfrutamos de la buena mesa y del buen vino. Porque inspiró a generaciones de bodegueros y enólogos, también de comunicadores. Incluso, cuando se hizo odiar por enólogos a los que acusó de hacer un Torrontés gay o un Merlot bragueta, generó cambios. Y si no pregunten a los sommeliers; una raza a la que tiene de hijo.
En el mes del Malbec, y al finalizar la cosecha 2014, levanto la copa por él. Y nunca me voy a cansar de citarlo, de nombrarlo o de agradecerle por todo lo que me dio como colega, pero por sobre todo, como consumidor. Sin duda, soy un amante del vino argentino y en gran parte se lo debo a él.