Cuento sobre la libertad

#ColoresDeMilagros

La princesa Jaqueline

CASTILLO TENTACION

Había una vez, una princesa muy presumida que se había mudado a un gran castillo para vivir. La princesa que se llamaba Jacqueline, era de baja estatura por lo cual usaba siempre altos zapatos para que no se notara. Tenia, pómulos salidos y el pelo castaño y corto, siempre bien recogido por su coronita de rubíes rojos.  Jacqueline era naturalmente bella pero necesitaba siempre estar a la moda para sentirse bien. Los vestidos y zapatos se desparramaban a lo largo de la casa y a veces no eran usados porque se olvidaba de su existencia, perdidos en algunos de los armarios.

El castillo quedaba en las afueras de la ciudad. Dado que se había imaginado que continuamente tendría recepciones, fiestas y banquetes, contaba con varios cuartos. Pero las visitas nunca llegaban. Espero y espero pero nadie arribaba a pesar de la hermosura del lugar.

Un día salio a caminar por el bosque, y se encontró a una ardillita que juntaba felices sus bellotas; no necesitaba mas que eso para ser feliz. La princesa Jacqueline la observo por algunos minutos, y luego se acerco y se presento. Le contó que en su jardín contaba con distintas especies de árboles y que si viviera en el castillo serian solo para ella, por lo tanto no necesitaría tener que buscar su comida ya que esta se le proporcionaría sola, con la ayuda de sus sirvientes. La ardillita, no tenia problema de facilitarse su comida, pero la invitación era tentadora. Así que le pregunto: ¿Con quien vives en ese gran castillo que resplandece a lo lejos? La princesa le contesto que sola. La ardillita entendió que la princesa necesitaba compañía y decidió dejar su casita por un tiempo para compartir con la princesa. Ambas marcharon felices para el castillo.

Al llegar al jardín, la ardillita comprobó que no le había mentido Jacqueline, había toda clase de árboles para ella sola. La ardillita, corrió a treparse a los árboles con gran felicidad cuando Jacqueline la llamo. “A pesar de la abundancia que te rodea, mis sirvientes te alcanzaran tu porción diaria con solo decir lo que te gustaría comer ese día”, le explico. Continuo diciéndole, “De esta forma las bellotas, nueces y almendras no se desparramaran por el jardín. Es importante que los jardines luzcan bellos, por eso no hay frutos caídos,  todos son recogidos a primera hora de la mañana. Tendremos que buscarte un nombre apropiado para ti, te llamare Mía”. La ardillita, acepto el trato creyendo que era lo correcto dada la generosidad de la princesa.

Los días empezaron a correr y la ardillita se dio cuenta que al no tener que proporcionarse la comida le quedaba mucho tiempo libre para jugar. Pero no sabia como la princesa lograba acaparárselo todo sin que quedara tiempo para divertirse. Al principio la tentaban los paseos en carruaje, la decoración de los cuartos de visitas, o la sala de juguetes de porcelana, ya que eran novedad para ella. Compartía con la princesa, las comidas diarias, con vajilla de plata y pocillos de cristal. Nunca había visto nueces y avellanas tan perfectas, que brillaban. Hasta una silla a medida había sido confeccionada para su preciada amiga la ardillita para que concordara con el resto del mobiliario. A la semana de encontrarse en el castillo, Jacqueline, la sorprendió con una colección de vestidos a medida para que Mía usara cada día. Una coronita con un rubí le fue regalada que pesaba en demasía pero la ardillita no quería decepcionar a su amiga y la usaba, a pesar que la limitaba en movimientos. “La princesa solo quiere agasajarme”, se repetía continuamente.

 

Un día de primavera, una amiga de la princesa llamada Enriqueta, que era aun más presumida que esta, llego de visita al castillo. Dos carruajes la acompañaban para traer su equipaje. La princesa Enriqueta vivía en otra comarca y no quería perderse ninguno de los bailes y banquetes que se llevarían a cabo en los distintos castillos de la región. En ese momento se acordó de la princesa Jacqueline que vivía sola en ese gran castillo con tan buena ubicación. Jacqueline, feliz por recibir visitas le cedió la habitación principal que hasta ese momento usaba la ardillita que sin protestar se cambio a otra. “Era lo mismo para ella, pero porque la princesa no se daba cuenta que la había invitado primero”, pensaba en sus adentros.

 

Enriqueta, era esbelta de nariz respingada y de larga cabellera rubia. Viajaba continuamente en búsqueda de los mejores vestidos y joyas que se usaban en la temporada, lo cual le competía a Jacqueline en su gusto por la moda. Así comenzó el desfile de sedas de oriente confeccionadas en occidente, de vestidos de todos los colores acompañados por zapatos con tacos trenzados en Egipto o con diamantes engarzados, de accesorios traídos de Paris y una guía de peinados sofisticados. Los baúles no dejaban de abrirse mostrando sus contenidos. Jacqueline y Enriqueta no salían del castillo para probarse los atuendos que usarían en cada velada durante los próximos quince días. Ningún detalle podía dejarse a la ligera. Así fue como la rutina cambio. Los juegos se dejaron de lado para cumplir con los requisitos que se necesitaban para lograr estar aun más bellas. Peluqueros, maquilladores, y modistos no dejaban de transitar por los pasillos para cumplir con sus pedidos de cada día. La ardillita, cada día que pasaba sentía un malestar que no sabia de donde provenía. No se daba cuenta que sus paseos por el bosque y su diversión de encontrar su comida por la amplitud de este donde siempre algo la sorprendía; los había cambiado por largas horas encerrada frente al espejo dándole el beneplácito de que vestido usar para determinada ocasión a sus amadas princesas. “Estaré mas gorda por no treparme mas a los árboles y por eso me siento mal”, le decía a Enriqueta cuando le preguntaba que le pasaba que tenia esa cara de aburrimiento. Las princesas no entendían que ha ella no le importaba el color de moda de esa estación. Claro que para participar de los eventos tenía que cumplir con las indicaciones de la moda, o sea de ellas. Así que Mía, cambiada de atuendo según la ocasión. Un día llevaba un moño azul índigo en la cabeza y al otro día una capelina de seda color escarlata, hasta le quemaron sus pelos por tratar de hacerle un peinado del coiffeur del año. Pero eso no era todo. La princesa Jacqueline que al principio parecía dulce y amigable, comenzó a mostrar sus cambios de humor ¡Había que hacer lo que ella quisiera sino se molestaba! Lo cual implico que la ardillita muchos días terminara mareada entre tantas idas y venidas por los cuartos. En realidad, Jacqueline se había olvidado de jugar,  ya no tenía tiempo de divertirse con Mía y esta debía acompañarla a todos lados ya que era su amiga.

Los quince días de fiestas y bailes continuos pasaron y la princesa Enriqueta se esfumo como había llegado. Sus dos carruajes volvieron a buscarla con todo su equipaje. La ardillita pensó que al fin se restablecería la calma en el castillo, pero algo en su interior le decía que ya nada era igual. Pensó que era buen momento para marcharse pero la princesita quedaría sola en ese gran castillo y decidió quedarse un poco más.

 

Pero un día Mía, llego mas tarde de lo costumbre a cenar, dado que se entretuvo conversando con unas mariposas en el jardín que le habían hecho recordar la belleza de su casa. Ese día la princesa decidió, sin explicación, ausentarse al almuerzo en el jardín que había de desarrollarse con un circo de gitanos. Hombres que tragaban fuego, mujeres que se contorsionaban, payasos que bailaban y monos que hacían piruetas fueron pasando uno a uno por el teatro montado para la ocasión. Pero la princesa, a pesar de las risas y el jolgorio, no apareció. La ardillita que le gustaba el aire libre decidió asistir a pesar de que ella no la acompañara y juntarse con los amigos que había invitado. El espectáculo termino y la ardillita se encontró con tres mariposas amigas que solían visitarla en su casita y que al no verla allí, salieron a buscarla ¡la extrañaban! Mía, se olvido del horario compenetrada en la charla. La aguja marcaba las nueve de la noche al entrar en el castillo. Se había retrasado solo unos veinte minutos. El comedor se encontraba en oscuridad, solo una vela alumbraba a la princesa al final de la larga mesa para veinte comensales. El silencio se convertía en vació. La princesa no la había esperado para comer. Su cara de malestar era notoria y la ardillita se sentó frente a ella para conversar sobre lo que había hecho en el día. ¡Estaba entusiasmada de haberse encontrado a sus amigas mariposas! Pero la princesa no pronunciaba palabra y por primera vez su plato no estaba dispuesto. A los pocos segundos, Jacqueline la mira y le dice con tono altivo: “Mía, me vas a mirar comer sola, anda por favor a hacer tus actividades a tu cuarto. ¡No quiero escucharte! ¡Ah! y me olvidaba si quieres hoy comer los sirvientes se olvidaron de juntarte tus bellotas y sabes que no estas autorizada a treparte a los árboles del jardín. Lo cual implica que… ¡te quedaras hoy sin comer!”.

La ardillita salio corriendo con una gran angustia porque no entendía la actitud de su amiga. Pero al entrar a su cuarto, comprendió que la princesa le había hecho un gran favor ¡la había liberado!  Ya había cumplido su tiempo allí, tenia que volver a su verdadero hogar. Así fue como miro el cuarto con sus vestidos a medidas y sus accesorios varios. ¡Nada de eso le serviría donde ella pertenecía! Así que, volvió a salir del cuarto y se despidió de su amiga agradeciéndole las bondades que le había dado. La princesa Jacqueline recién en ese momento comprendió que se quedaría sola de nuevo. Comenzó a ofrecerle cosas, bellotas con cremas, fiestas de payasos al atardecer,  paseos en carruajes por otras monarcas. Como Mía, no cambiaba de parecer, la obligo a retractarse ¡Por que no te llevas los vestidos y accesorios que te regale! No te das cuenta que sos una ingrata, son tuyos ya no me sirven- le decía.  Pero ya era demasiado tarde. A pesar de los zorollos y gritos de la princesa, la ardillita ya estaba en camino.

El precio de su amistad con la princesa había sido muy alto, no disponía más de su tiempo y ella no podía realmente valorarla. Lo que parecía que daba para agasajarla, en realidad no le importaba porque le sobraba. Todo giraba en torno de ella. Recién al quedarse sola aprendería su lección. Estar solo puede llegar a ser una elección pero cuando no lo es, mortifica. La princesa, parecía tener mucho pero le faltaba lo mas importante saber compartirlo desde el corazón.

La ardillita se había obnubilado,  el bienestar del castillo la había apresado. Nunca había valorado su libertad por no saber lo que era su falta. Recién pudo liberarse al ser rechazada por la misma que la tenía controlada. Por más comodidad que tuviera en el castillo, el bosque era ilimitado. Tal vez no tenía siempre abundancia en el alimento pero podía controlar sus horarios y siempre tenia tiempo para mirar las estrellas que brillaban en el espacio y eso era impagable.