TERRENO NEUTRAL final

#ColoresDeMilagros

mandala 2010 2

“El hombre atraviesa el presente con los ojos cerrados. Solo puede intuir y adivinar lo que de verdad está viviendo y después cuando le quitan la venda de los ojos puede mirar el pasado, comprobar que es lo que ha vivido, cual era su sentido”. 

                                                                                                          Milan Kundera

 

Al otro día el ensueño todavía me atrapaba en sus redes pensaba en lo que no había acontecido y en lo que había sucedido. A la tarde, sin estar a la expectativa, suena el teléfono de mi casa. Era mi acompañante de viaje, que tímidamente quería saber como había llegado. Sentía en su voz su lucha interna, podía adivinar que no había podido dormir pensando en lo vivido y en la decisión que había tomado. Sentía que quería volver atrás el tiempo pero ya era muy tarde. Sin seguridad, con su voz temblorosa me dijo de vernos al otro día, que iba a volver a llamarme. Cortó y quede pensativa ante este llamado inesperado. Pensaba que tal vez el río nos llevaría más lejos de lo que quisiera, y cambiaria el curso de mi vida de una forma que no buscaba.

El otro día pasó sin que su voz apareciera, sin que nos encontráramos. Esta ausencia produjo que pensara si valía la pena terminar este sueño, o si dejarlo pasar era lo más indicado. Él tenía su vida e interrumpirla solo porque nuestros caminos se habían cruzado no creía que era suficiente, que fuera una razón valida.

 

El tercer día llego y como si el día anterior no hubiera existido, llamo a la hora prefijada anteriormente con voz decidida de no haber dormido pensando en lo que quería. Me dijo “quiero verte, nos encontramos, voy a la plaza donde nos separamos”. Así fue como salí caminando hacia ese espacio neutral. Estaba ansiosa por volverlo a ver luego de todo lo vivido, pero a la vez conciente de que no jugaría con sus sentimientos si no estaba convencida. Él ya me estaba esperando, podía verlo desde la lejanía. Cruzo la calle a mi encuentro, seguro de sí mismo, convencido de que tenia que encontrarme, de que quería seguir soñando. Al verlo, sentí que de alguna forma ya me había despertado, no podíamos retomar el sueño ya que una distancia nos separaba. Los prejuicios está vez nos separaban, formaban una cortina invisible que nos alejaban, a pesar de que quisiera no darle importancia. Habíamos recobrado nuestra piel.

Le sugerí sentarnos en un banco de la plaza dado que el día era soleado, y así podríamos conversar. Dudaba en llevarlo a mi casa, sentía que de esta forma conocería mi yo interno y sería mucho más difícil olvidarme. Podía ver en su mirada que lo había desconcertado, que un terremoto había hecho estragos en sus entrañas, que una puerta se le había abierto y que ahora no quería parar hasta terminar lo empezado. Me miraba a los ojos y me contaba que desde que había regresado no dejaba de pensar en lo que compartimos, que se reía solo al recordarlo, que no había pasado sin dejar rastro. “no quise dejar pasar más el tiempo, desde que nos despedimos en este mismo lugar no he dejado de pensar en vos. Tenia que verte”. Íntimamente, yo sabía que tampoco había dejado de pensar en él.

Al tenerlo tan cerca y tan sólido me dio miedo a que tuviera esperanzas en un futuro juntos el cual no podía darle. Tenía miedo de que creyera que el sueño podía convertirse en realidad. Tal vez yo era la que estaba más aterrada.

Estaba completamente entregado a mis brazos, me agarraba la mano con firmeza, me planteaba sus sentimientos desde lo profundo de su alma. Desde hacia dos años y medio que le era fiel a su mujer, y nadie más le había importado hasta cruzarme en su paso. Sentía que no tenía que rendirle cuentas a nadie, que no tenía hijos, y que lo nuestro era obra del destino y creía en que todo es por algo. Quería llegar al fondo de esta historia porque sino sabia que nunca iba a poder cerrar la historia, archivar mi recuerdo.

Hacia calor, el sol estaba fuerte y brillaba a nuestras espaldas. Me dice ¿Comemos una ensalada de fruta con helado? Era tan simple y eso me encantaba. Lo miraba y no sabía lo que quería. Me atraía pero sabía que éramos de mundos diferentes, de mundos irreconciliables. Recién se había bañado y vestido para la ocasión, estaba perfumado y con la ropa recién planchada, de alguna forma brillaba con su prolijidad premeditada. Quería seducirme, poseerme, se arrepentía de haberse ido el lunes sin terminar lo comenzado. Con el paso del tiempo, volví a encantarme de su mirada sincera, de sus rasgos masculinos, de su primate interno. Yo necesitaba ser sincera, decirle que no teníamos futuro, que yo quería estar sola porque tenia que pensar en mí, que el no conocía mi realidad, y en ella no entraba.

 

Los naipes estaban sobre la mesa. Sabíamos que si no consumábamos lo que se había iniciado, nos quedaríamos siempre con la incertidumbre de lo que hubiera acontecido si hubiéramos decidido diferente. Me dijo que le hubiera gustado poder dejarme ir sin llamarme, pero que no podía. Estaba claro que nos atraíamos y que ahora solo estaba en juego consumarlo, no teníamos que seguir dando vueltas, charlando sobre una amistad que nunca llegaría a buen puerto, que siempre se desviaría o estancaría en otro lado.

La amistad entre un hombre y una mujer luego de haber pasado el limite se convierte en casi una utopía, una ilusión, siempre hay una ventana abierta a una nueva oportunidad. Le fui sincera, desde el fondo de mi alma quise decirle todo lo que me pasaba, y en ello estaba implicado llevarlo a mi casa. Le di las razones que hacían que nos hubiéramos detenido en la plaza. Hablábamos con las miradas, los tambores comenzaron a escucharse nuevamente haciendo mi cuerpo tambalearse hacia sus brazos. Él me agarraba con determinación y me besaba, y yo aunque indecisa no podía separarme. No podía resistirme a sus encantos. No dejábamos de pensar en supuestos, dejando pasar el tiempo sin aprovecharlo cuando era claro que lo nuestro se resolvería entre las sabanas.

 

Llevarlo a mi casa implicaba un coste que no sabia si quería afrontarlo, la posibilidad de que me buscara nuevamente, sabiendo que no era lo que quería me imposibilitaba desearlo. ¿Cual era la otra opción que nos quedaba?, un albergue transitorio era lo único que quedaba ya que su casa no estaba considerada como opción a pesar de que el la sugirió ante mi indecisión. El problema residía en que nunca había estado en un albergue transitorio, y el hecho de que el fuera el primero, y por la historia como se planteaba, resultaba tan explicito el acto que me disgustaba. A su vez el hecho de encontrarme tan cerca de mi casa me planteaba la disyuntiva de que alguien me viera al entrar al hotel de parejas clandestinas o que conociera mi casa. Así que decidimos dejarlo a la fortuna.

Dos papelitos escritos en la mano con dos espacios para concretar lo que ya estaba decidido de antemano. Lo que había llevado a que me buscara. No cansaba de repetir”Morocha estoy acá, vine, te busque, no dejemos pasar esto que nos ha pasado”. Al sacudir mis manos se cae uno de los papelitos sin buscarlo y espío el cual se había quedado en mis manos: “en el telo” decía. Volví a tomar los dos papelitos y le dije que el tenía que sacar uno. Me mira y me dice que estábamos dejando nuestro destino en manos de dos papeles que no valían nada. A lo que le contesto, que no estaba preguntando si lo haríamos ya que eso ya estaba decidido, sino el lugar en donde lo llevaríamos a cabo. Así fue como volvió a sacar el mismo papelito que había quedado entre mis manos.

Me dice de ir a tomar un helado, y lo miro y le digo los dos sabemos que es lo que nos esta esperando y lo que buscamos, vayamos al grano. Así fue como luego de unos minutos de tubetear en la esquina del albergue transitorio, dada mi vergüenza y ante su incertidumbre dado mi accionar, nos embarcamos en la canoa que volvía a retomar el curso del rió que habíamos dejado unos días atrás, desconociendo que la corriente ya no era la misma, y que no la podríamos recuperar.

 

Entramos por un pasillo largo a la recepción, un hombre detrás de una ventanilla de vidrios oscuros, con luz tenue nos preguntaba cual habitación deseábamos, y sin muchos rodeos elegimos la más barata. Habitación numero trece, primer piso al fondo escuche de un hombre mayor al cual de la vergüenza no pude verle la cara. Había un cuadro de Pérez Celiz, pintor argentino de trayectoria en la entrada, imagen que no pegaba con el lugar de lamparitas rojas y paredes negras. Subimos la escalera, una pareja mayor nos cruzamos que bajaban luego de consumar su acto. Recordándome, a pesar de mi sorpresa,  que no había edad para hacer el amor, que es una necesidad constante.

Mi vergüenza me superaba, era la primera vez que recurría a un lugar de estos para consumar el acto. Llegamos a la habitación, abrimos la puerta, y espejos por doquier nos encontramos, en el techo en la pared de enfrente y en la del costado. Un baño con ducha y toallas embolsadas se encontraban esperándonos. Lo mire, y mi cara me develo como una niña inocente que se encontraba en un lugar que no le gustaba. Él me mira y me agarra de la mano. Me dice, no es el mejor lugar pero es lo que necesitábamos. Yo seguía dudando pero ya me encontraba en ese lugar, así que decidí seguir lo que había empezado.

Dulcemente me beso en la boca, y me tomo de las manos mirando con una profundidad que me asustaba por el temor de que su vida se cayera en un abismo que le destruyera la felicidad, la cual me había conquistado. Su cuerpo se unía al mío y me llevaba a sentarme sobre la cama ancha de dos plazas. Podía observarme por el espejo del techo que me mostraba temerosa al punto que me pregunto si era virgen, ya que me sonrojaba. Nos besamos hasta apasionarnos, las manos comenzaron a encontrarse con el cuerpo del otro, las ropas se fueron saliendo con cierta reticencia y calma. Sus manos me agarraban con una firmeza y un deseo casi incontrolable. Yo me sentía deseada a un punto inimaginable, no podía esconder su deseo que se había despertado. De a poco fuimos quedando desnudos, pero la pasión ya nos había inundado. Mi sexo ya se había despertado y podía sentir que el suyo también lo estaba. Todavía nuestras prendas íntimas nos separaban y de esta forma concentrada estaba.

Me tocaba como si fuera porcelana, como si no pudiera creer lo que le estaba pasando. Sus besos a diferencia de lo que pensaba eran dulces, tranquilos se desparramaban por todo mi cuerpo sin descanso. Mi timidez era evidente, no podía soltar mi mujer interna. Aferrada a que no lograra conocerme me encontraba. Estaba poseída por una mezcla explosiva de deseo carnal mezclado con novedad. Yo no hacia nada, dejaba que sus manos hicieran todo el trabajo, miraba mí alrededor y me desconcertaba. ¿Qué estaba haciendo?- me preguntaba. Desnuda sobre el acolchado de seda dorado, donde miles de parejas se habrían consumido en el deseo, me miraba por el espejo del techo; mi alma se encontraba lejos. Lo observaba como si no pudiera cambiar la situación dada, y tampoco sabía si quería dejarlo pasar.

Me penetro aunque mi mente se encontraba separada de mi cuerpo. Aunque me estremeció tenerlo dentro de mis entrañas, había algo que lo rechazaba que no podía controlarlo. Su cuerpo se movía como si los tambores tocaban. Pero con el paso de los minutos, a pesar de que juntos nos encontrábamos mi mente impedía sentirlo, gozarlo. Era como si hubiera pausas en la fusión tan esperada. Cambiamos de posición, yo arriba el abajo y viceversa pero ninguno de los dos estaba conectado, los fantasmas de ambos no dejaban consumirnos en la pasión que existía.

 

Había algo en su cuerpo que me disgustaba, no podía definirlo, su olor no era de mi agrado. El aroma que desprendía su cuerpo al rozarnos me impregnaba, sentía que no era mío. Su cuerpo no me pertenecía, podía percibir que era a su mujer a la que amaba y que solo la fruta prohibida era lo que lo había llevado a mis brazos. A pesar de estar unidos me sentía separada, lejos en otro lugar donde mi mente solo me decía que no tenía sentido estar a su lado. Así fue como se freno todo, la mente pudo más que el cuerpo, y no dejamos llevar a la explosión de nuestra alma. Aunque él intento volver a crear el clima, yo ya me había despertado. No había futuro, y por lo tanto el presente ya se nos había marchado.

El lunes la corriente me había llevado a sus brazos, y la consumación de lo vivido, lo cual él no se había animado, hubiera sido la culminación de la alucinación en la que nos hallábamos. Ahora estábamos de nuevo en Buenos Aires, de nuevo con las riendas de nuestras vidas en la mano, era difícil dejarnos llevar sin pensar en nuestra realidad cotidiana. Me sentía que ya había crecido, ya era adulta, y no me satisfacía compartir una cama sin poder llenar mi alma. Sabía lo que quería y sabía que él no me significaba nada, solo el actor principal de una historia de cuentos de hadas pero a la cual yo quería ponerle final, ya estaba predeterminado de antemano. Él se arrepentía de no haberse decidido en ese momento, sentía que había dejado pasar la oportunidad y que nunca se lo perdonaría, que yo quedaría como un trofeo en la estantería de su vida, fijo, preciado. Le conteste, que no olvidara que la vida muchas veces nos pone piedras que parecen esmeraldas y que no siempre hay que agarrarlas.

Me mira intensamente y me dice no sabes todo lo que aprendí con esta situación. Yo me drogaba y ahora hace ya varios años que deje de hacerlo. Pero ahora muchas veces estoy con mis amigos, rodeado de gente que se droga y pienso en volver a hacerlo, pienso que con una vez no pasa nada, y seguramente  luego me llevaría una desilusión. Porque eso es parte de mi pasado, que gracias al amor he podido superar y ahora gracias a esta situación lo puedo observar. Vos me hiciste renacer, volver a recordar lo que era desear a una mujer, ya que con mi novia la rutina me había hecho olvidarlo. Tenía tantas expectativas y al final nada es lo que resulta, ella aparecía en mi mente en cada momento que te tocaba. No te preocupes que continuare mi vida, no iba a tomar mi bolso y mudarme a tu lado, me costo trabajo construir todo lo que tengo, y no voy a perderlo en la primera oportunidad que se me presenta. Eso si, te tengo que ser sincero, siento que toda mi vida voy a arrepentirme de no haberme arriesgado el lunes de no haber llegado al fondo. Lo abrace fuerte y le dije que le deseaba lo mejor, que a veces no había que desviarse del camino a pesar de las tentaciones que se nos presentan. Había sido un placer conocerlo, pero no tenía sentido continuar el sueño.

 

El río te trae cosas y te deja pasar otras, no todas hay que agarrarlas, cuesta pensar como saber cual es la correcta, cual es la que te conviene. Sentía que ya habíamos llegado demasiado lejos, y que al no haber un futuro compartido, ya no tenía sentido consumir algo que solo nos dejaría con un sabor dulce que con el paso de los días se convertiría en amargo. Hablamos y nos abrazamos fuertemente, había sido hermoso conocernos, pero no tenia sentido continuarlo. La magia que nos había omnibulado se había terminado, la realidad nos inundaba. No podíamos continuar el sueño, ya era tarde, ya nos habíamos despertado. Cada uno ya era el mismo que había dejado de ser ante las circunstancias. Mi vida no tenía ni un punto de intersección con la de él, y eso imposibilitaba que mi mente me dejara en paz. El cuerpo unido al alma esta y no se pueden separar.

 

Nos vestimos, y salimos del cuarto. Devolvimos la llave no usamos ni media hora de las tres que nos correspondían. Salimos apresurados a la calle. Llegamos a la esquina donde me miro y me dio un papel enrollado que guardaba en su billetera. Era el papel donde había anotado mi número de teléfono.

Al devolverme mi número de teléfono en el papelito de embarque con mi nombre y apellido, sentía que me estaba devolviendo la llave del cofre que de alguna forma le había dado y que sin saber me había arrepentido de entregársela. El curso del río me había llevado por la corriente, ciega sin ver me había entregado a su providencia y sentía que se había equivocado. De alguna forma me había devuelto mi identidad, ya no tendría forma de contactarme, ya no habría oportunidad para cambiar el rumbo de nuestras vidas.

Su sombra desapareció por la misma plaza que nos sirvió de escondite para no traspasar más camino transitado, para no conocer mas historia, más vida del otro y terminar recordando más sin un futuro determinado. Mi número me devolvió la calma, el sueño de alguna forma en pesadilla podía convertirse y de esta forma todo estaba terminado. Nuestros caminos seguirían su curso, ya no había de que preocuparse.

FIN