La historia que voy a contar es una mas de las que se suman sin final. Una historia donde la magia cumple su papel y te envuelve como si un hechizo te hiciera hacer sin poder controlar el sentir, el desear y por sobretodo el vivir.
La mañana había comenzado temprano para Mara y para mi, decidimos nuevamente que cada una seguiría su camino, veníamos de dos noches sin dormir, de fiesta en fiesta sin ningún ingrediente extra. Disfrutaba observar la masa humana en movimiento. Yo decidí ir para una playa alejada. El camino hacia allí se hizo largo, mi mirada estaba perdida agregando nuevos paisajes a mi haber. Llegue a las playa Salina en Ibiza, era un gran hueco en el mar, donde este se convertía en una gran pileta de natación. Me senté a descansar sobre la arena, no había llevado toalla ni bronceador, solo mi presencia. Disfrute de la soledad, del mar, y los colores que se fusionaban en el ambiente. Luego de descansar y disfrutar de la tranquilidad de la playa, me fui para la playa Bora Bora. No sabia si era el colectivo correcto dado que solo uno te llevaba a la ciudad y comencé a preguntar si iba para allá. Así fue como conocí a un argentino que tenia la misma dirección. Nos bajamos en la ruta, y continuamos juntos conversando. Me contó que lo habían echado de la otra playa por vender artesanías y que por eso se venia a esta. También que hacia 24 años que andaba recorriendo el mundo con sus artesanías y que era feliz teniendo la libertad de hacer lo que le gustaba. “Cada uno elige su forma de vivir” pensé.
Llegue a la playa y me quede allí un rato mas, disfrutaba del mar. Me dirigí a la parada de autobuses pero el autobús no llegaba, dado que Mara, que no había querido ir a la playa, me estaba esperando en el puerto de la ciudad decido hacer dedo. Luego de un rato con intentos fallidos, en realidad no estaba muy convencida de hacer dedo sola, un chico me dice que me llevaba pero que teníamos que esperar a un amigo. El amigo se convirtió en tres chicos. Comencé a tener miedo ya que el auto iba a gran velocidad y eran extraños estas personas. Uno era italiano, el otro marroquí, y los otros dos hablaban en un idioma que no podía descifrar. Me decían que eran egipcios, luego israelíes, al final no pude sacar en conclusión de que nacionalidad eran. Yo casi no pronuncie palabra, estaba retraída en la ventana de atrás del auto, pero luego de sobresaltos producidos por la velocidad con la que manejaba el tano el auto me dejaron en destino. Me encontré con Mara, estaba sentada en un banco abajo de unos árboles al frente del puerto. Charlamos un rato y le comento mis pretensiones de subir al castillo o fortaleza que se encontraba en la cima de Ibiza. Ella decide que no quería subir conmigo ya que tenía una ampolla en el pie que le molestaba y que se quedaba esperándome en el puerto. Me había acostumbrado a estar sola, así que no me molesto su decisión. Por primera vez sentía que viajaba sola acompañada, una nueva forma de viajar. La cosa es que me dispuse a caminar para arriba. Hacia mucho calor. Las callejuelas hasta la cima te encantaban, la ciudad a pesar de la hora estaba dormida, desierta.
Subí primero hasta un mirador a contemplar la vista. Desde arriba podía observarse patios traseros de casas que dejaban de tener el glamour de lo que se observaba por doquier. La pobreza convive con la riqueza también en todos lados. Hombres y mujeres compartían una ducha a la intemperie con gran bullicio haciéndote recordar por primera vez que estaba en España. En realidad la Isla te hace olvidar que te encontrabas en un punto del planeta, dada la diversidad de nacionalidades que encontrabas a tu paso. Luego me encontré con dos posibilidades de caminos a seguir pero recordé la primera noche donde me había internado por las callejuelas, y decido volver al camino que había dejado por la mitad. Por lo tanto camine hasta el otro lado, en realidad disfrutaba de conocer estas callejuelas ya que eran como estampas vivientes de Ibiza. Todo se disponía de una forma que parecía que fuera una producción de una película de época, no se podía creer la disposición de las macetas en las ventanas, los detalles de las puertas y ventanas, los faroles que enmarcaban el pasado.
Al doblar por una esquina, veo a lo lejos a una señora sentada con una amplia pollera azul y camisa blanca, rodeada de palomas en un callejón de ensueños, blanco con ventanas azules, era sublime la posición de los elementos, que decidí tomar una fotografía para recordar que la realidad supera la ficción. Pase a su lado y ni siquiera percibió mi presencia, su mirada se encontraba perdida en su acción. No dejaba ni por un segundo de alimentar a las palomas, parecía como si se comunicara con ellas. Seguí caminando por una calle que parecía interminable, el camino parecía una escalera caracol dado que no se podía doblar para ningún lado, solo subir o bajar, y a medida que caminabas hacia arriba las callejuelas se iban angostando. De repente observo que entre dos casas había un pequeño corredor. Un espacio que se transformaba en una intriga para mí, dado que solo se podía divisar el cielo azul de fondo. En principio no le di importancia al callejón y seguí caminando unos metros hacia arriba, cuando no pude seguir haciéndolo mi mente me frenaba mis movimientos. Necesitaba descubrir que había al final del callejón, así que decido volver. En realidad estaba cansada, hacia un buen rato que me había sacado los zapatos, porque eran altos. Quería solo llegar a la cima ver lo que había que ver y bajar, no le daba mas importancia que la de sumar una vista mas. Era un trámite que tenia que hacer para mí, para completar la visita. Pero no podía con mi naturaleza aventurera de ver mas allá de lo que hay que ver en cada lugar. Así que decido bajar por el callejón. A la mitad del camino cuando aun solo podía divisar el puerto, me digo a mi misma que era ridículo lo que estaba haciendo dado que después tenía que subir hacia el mismo lugar. Pero realmente no podía darme cuenta que había al final, así que me digo que ya había decidido volver unos metros mas no me costaban nada para descubrir el misterio que me había echo yo misma en mi imaginación. Yo misma no me permito dejar pasar cosas que me llaman la atención. Es como si mi olfato me fuera detectando lugares a los que tengo que asistir, ver, aunque para otros no tengan significado.
Bajo hasta el final y un gran farol de antaño aparece con todo su esplendor en esa esquina de color durazno que surgía de repente con un camino que continuaba bajando con dirección al centro de la ciudad. Con toda satisfacción por descubrir este callejón me doy vuelta y de una puerta sale un chico hermoso que atrae mi atención. Me quedo pasmada ante su rostro. El encuentro era imposible de impedir dado que justo al pasar por la puerta él sale y me sorprende dado que yo solo había bajado por el callejón sin observar las puertas que se encontraban en él. Al verlo no pude impedir a mis ojos que se encontraran con los suyos. Pasaba sorprendida a su lado, dado que mi mente no dejaba de pensar en que yo solo había bajado por ese callejón y veo a alguien que me atrajo sin conocer. Fueron milésimas de segundos en que todo esto transcurría. Su salida de la casa fue instantánea a mi encuentro y al mirarnos, un “Hola” de la profundidad de mis entrañas se me escapo sin poder reprimirlo. La atracción fue más fuerte. A lo que él me respondió sonriente, mirándome directamente a los ojos y seguí caminando, como si estuviera en una película romántica en blanco y negro donde para ponerle más énfasis a la situación se desarrollaran las imágenes en cámara lenta. Retome el camino maravillada ante lo sucedido, encantada por su rostro de hombre. Haciéndome la disimulada miró para atrás, con el fin de ver donde se había metido el caballero del callejón misterioso de color durazno. Con la sorpresa de que él se encontraba atrás mío. Era como si me estuviera siguiendo. En realidad quería que fuera así, pero me costaba imaginar que él sintiera lo mismo. Una energía invisible pero poderosa llega a atraparte cuando sucede la atracción, no tiene lógica.
Sigo caminando en subida, exaltada por saber que se encontraba atrás mío. La escalera caracol de las callejuelas no se terminaba por lo tanto no sabia adonde me dirigía, pero ya eso no tenia importancia. Quería volver a ver su rostro otra vez, pero la vergüenza de que se diera cuenta de que lo quería me impedía darme vuelta. Estaba nerviosa, sobresaltada. Luego de caminar unos metros más observo que se abría un mirador, así que decido ponerme los zapatos. En realidad buscaba de esta forma hacer tiempo para ver si aun se encontraba atrás mío, si seguía en mi misma dirección. Con la alegría de que allí estaba, caminaba despacio pero con firmeza daba cada paso. El vacío de esas callejuelas no se sentía con su caminar espaciado. Su presencia era notable. Al llegar al mirador hecho con rocas, me siento, y al rato veo que se acercaba lentamente y se sienta en frente mío sin mirar ni por un segundo la maravillosa vista que teníamos ante nuestros ojos. Yo miraba hacia el puerto, buscando la forma de controlar la pasión que comenzaba a florecer por dentro al sentir su cercanía, al sentir su aroma de hombre. Aunque el viento no dejaba de soplar dada la altura a la que ya nos encontrábamos, no podía llevarse su aroma. Luego de unos segundos, ya que una pareja que se encontraba sacándose fotos se va, nos quedamos solos. Solo la intemperie nos hacia de testigos. Me doy vuelta a su encuentro y sus ojos me penetraban y nos miramos: No necesitábamos explicar nada, solo nos observábamos como si un hechizo nos hubiera embrujado y nos había llevado a este paraje de ensueño. Sin querer perder la oportunidad que surgía dada las sonrisas que tímidamente ya nos intercambiábamos, le digo si me podía sacar una foto. La foto propicio un continuo de palabras que no podíamos frenar. Como si los minutos anteriores hubieran contenido más palabras de las que se puede guardar. Fue el inicio de un comienzo, que por suerte, no termino ahí.
Paul, era su nombre, de Italia del norte. En realidad no necesitaba que me dijera que era del Norte, su forma de actuar lo delataba. Era hermoso, tenía marcadas mandíbulas que lo hacían completamente masculino a su rostro, rodeada de una barba de solo dos días sin afeitar. Llevaba lentes negros que escondían unos hermosos ojos azules. Tenia 26 años, cumplía el 3 de julio, trabajaba en un banco internacional en el área comercial. Hacia mas de un mes que estaba en Ibiza con sus amigos. Entendía castellano aunque no lo hablara con tanta facilidad como le hubiera gustado, por lo cual nuestra conversación se iba dando en una mezcla de palabras. Un popurrí de ingles y castellano con algún toque de italiano para completar.
Luego de charlar un rato frente a frente, me dice de subir hacia la muralla. Para esto yo ya me había olvidado el propósito de estar ahí, me había encantado. Caminamos hacia arriba, hablando más de nuestras vidas. Me comenta que justamente para el verano, diciembre-enero, se iba para Buenos Aires y Punta del Este. Luego de un rato de caminar, llegamos a la cima, donde nos encontramos con una gran plataforma de rocas que cumplía la función de mirador. Estaba lleno de turistas a nuestro alrededor. Le comente que en una horas mi barco partía hacia Mallorca, él se quedaría solo un día más y luego volvería a Italia. Nuevamente nos encontrábamos los dos juntos charlando, frente a frente. La atracción era totalmente transparente entre los dos, yo no podía creer estar con este hombre en ese lugar y de esa forma. No era real. Se saca los anteojos y me mira profundamente con sus ojos color del mar del Caribe, y me besa tímidamente pero con un sabor en sus labios que no me pude resistir. En el camino ya me había dicho que era muy “bella” como dicen ellos. Tal vez el beso no pudiera ser explicado por los seres humanos, al necesitar de tiempos que para mi no existen, que son arbitrarios. Era como si nuestras almas se juntaran luego de largo tiempo de estar separadas, en esa colina de murallas antiguas, de historias de caballeros y de piratas rescatando doncellas.
Su beso fue el comienzo de un largo beso que no terminaba. Nos abrazábamos, nos mirábamos, nos gustábamos. Me contó que me había seguido por el caracol interminable de callejuelas hasta el mirador, ya que había salido a hacer unas compras y que se sintió profundamente atraído por mi, de la misma forma que yo de él y decidió cambiar su camino sin saber el porque se encontró siguiéndome. Su instinto fue más fuerte que su deber. Comentábamos lo inimaginable que era esta situación. Como si existiera la magia nos habíamos encontrado. Le decía lo oportuna que había sido su salida a comprar algo y que justo Mara se arrepintiera de subir, era más que casualidad. Nos desparramábamos caricias y nos besábamos con una profundidad de años compartidos, no había explicación racional. Era todo cuestión de dejarse llevar, de encuentro y pasión, de permitirse expresar. Nos agarramos de la mano y caminamos un rato más alrededor. Divisamos una playita entre las rocas, y me contó que él iba a bañarse allí con los amigos de noche. Nos besábamos sin percibir lo que pasaba a nuestro alrededor. La gente nos rodeaba, grupos de turistas aparecían. Nos divertíamos juntos, porque los dos estábamos “out (fuera)” del mundo. Sus labios encajaban con los míos, como si fueran dos piezas de rompecabezas que se habían juntado Eran unos besos en los que entregábamos nuestra alma, yo le decía “me encantas” mientras mis labios se juntaban con los de él, dejándole un suspiro para que me contestara “Y vos a mi, cuando te vi me gustaste, por eso te seguí”. A lo que yo no podía dejar de contestarle “Donde estuviste estos tres días”. Me sentía una princesa rescatada por los brazos de un caballero que había vuelto de una larga batalla, y a la cual tenía que volver, teniendo solo minutos de placer que no podíamos perder.
Todavía no podía creer que lo encontrara a solo dos horas de irme, era como magia. Y se lo dije: “esto es magia”, y me mira tomando mi mano, “es verdad”. Me pidió mi teléfono y él me dio el suyo. Me dice “mis amigos me van a matar, no van a entender nada, me están esperando” y yo me acorde que Mara también me estaba esperando en el puerto. Los dos agarrados fuertemente de la mano, riéndonos por la aventura que estábamos viviendo, empezamos a buscar una salida para que yo pudiera volver al centro de la ciudad, a esa altura ya estaba perdida de en donde me encontraba. Entramos a un túnel viejo, angosto y oscuro, donde celdas antiguas aun permanecían sin uso ya, y a pesar de la falta de tiempo empezamos a besarnos profundamente, mi cartera cayo de mis manos sin percibirla, y sus lentes se cayeron a su lado. Era como que nos atravesábamos al estar juntos, mientras turistas pasaban a nuestro alrededor. Luego seguimos por otro camino. Terminamos conociendo toda la montaña juntos, ya que íbamos de derecha a izquierda y al revés. Los rincones y pasadillos nos encontraban y nos daban resguardo. No podíamos separarnos, nos costaba. Amagamos con el adiós varias veces, sin poder soltarnos de la mano, provocando que nuestros cuerpos como imanes se atrajeran nuevamente. El último beso forzado surgió para poder desprendernos del encanto cada uno tenia que seguir su camino. Él se fue corriendo ya que no llegaba, más de dos horas habían transcurrido desde nuestro encuentro totalmente inesperado. Yo seguí bajando escalones por otro túnel, tratando de encontrar la salida. Estaba también apurada ya que el barco y Mara me esperaban, pero con una felicidad inexplicable. Había sido como un sueño, no podía creer lo que había pasado. Un encuentro de energía muy peculiar, y a su vez que fuera a buenos Aires en diciembre era muy extraño, más que obra del destino. Lo mismo no quería hacerme expectativas de nada, ya estoy cansada de ellas, ya que después uno se queda esperando y no sucede lo planeado.
Logre encontrar la salida luego de bajar en las sombras de ese túnel que aunque oscuro mis ojos lo veían iluminado, Mis visión se encontraba encandilada aun por el rostro de Paúl que me había encantado. Su pasión, su piel, sus ojos azules que me penetraban. ¿Como hubiera imaginado que me sucedería algo semejante? ¿Quien me hubiera dicho que en el callejón encontraría dicha aventura? Como si el misterio que escondía el callejón que tanto me había atraído sabia lo que sucedería y me había llamado a su encuentro. Era tan fantasioso pero siempre tan real. La curiosidad provoco el encuentro, me hizo encontrar el tesoro. A veces simplemente hay que darle tiempo al universo que haga su trabajo. Esos segundos imperceptibles hacen al todo de la historia. Esos puntos suspensivos que hacen que la historia cambie, gire, encuentre nuevos caminos.
Me inmerse en las callejuelas de Ibiza con una sonrisa de oreja a oreja. Yo estaba llena, feliz, a pleno. Una aventura más en mi vida, pensaba, sin final pero vivida. Necesito de estas inyecciones de pasión y de vida para ser feliz. Agradecí a Dios el encuentro. Fue como un sueño, caminar esas murallas de la mano de alguien, besándome como si fuera mi enamorado de años. Fue algo que no podía desear en mi más profundo sueño. Pase por el mercado de frutas, en frente del portón de entrada de la ciudad antigua, a comprarme unas ciruelas. En una fuente en el camino las lave y empecé a comer ese jugo rojo, dulzón que encerraban su corteza. Las iba comiendo con pasión. Mi caminar era apresurado, pero mi alma volaba mas rápido por las cavidades de mi cuerpo recordando sus manos elocuentes por mi piel que se desnudaba con su mirada. Flotaba por los aires al recordarlo. Me hacia sentir un arpa tocando las mas bellas melodías con sus palmas, sus dedos me envolvían mágicamente en su aura, volviéndonos uno solo. Llegue al puerto y Mara seguía en el mismo banco abajo de una arboleda esperándome. Su cara denotaba preocupación, y la mía felicidad. No le conté con detalle lo acontecido solo que había conocido a un italiano. Además de esta forma lo saboreaba en mi interior todavía, quería desmenuzar el encuentro en cámara lenta, como explicarlo a otro cuando todavía no podía explicarlo a mi misma.
Llego la hora de embarcar. Me despedí de la isla con gran felicidad porque siempre había querido estar ahí. Me puse a pensar en un segundo todo lo vivido. Durante tres días las noches fueron parte del día y dormir fue una palabra que no estuvo en nuestro diccionario, playas y discos, amaneceres y atardeceres soñados, barcos y encuentros variados, una aventura con cierre inesperado. Fui a la popa a ver la isla en toda su extensión por última vez. Al sentarme en el barco rumbo a Mallorca ni espere que el barco partiera para dormirme. Recién me desperté al llegar. . Dormí profundamente 4 horas seguidas, las necesitaba, continuando un sueño que había empezado en un callejón sin imaginarlo. A veces la vida son esos segundos de locura de hacer lo que deseamos para que todo cambie. Al salir del barco, comenzamos a dialogar con Mara de nuestras discusiones y encontronazos en Ibiza, sacamos conclusiones que las dos estábamos muy cansadas, y nos la agarramos entre nosotras. Había sido una disparate decidir ir sin hotel el último fin de semana de agosto de Ibiza, claramente nunca encontramos alojamiento, pero solo con 23 años se toman a veces decisiones que se recuerdan toda la vida y lo fundamental es hacerse cargo de lo que uno decide. Al salir del Gate, en la estación Marítima de Mallorca, la familia de Mara nos estaba esperando, una nueva aventura comenzaba.