Puente

#CuentosCortos

Madrid, Octubre de 1997

Querida Clara:
No sé bien el por qué de estas líneas. Muchas veces estuve (como ahora) frente a la hoja de papel, pensando, buscando las palabras justas para intentar hacer un reflejo fiel de lo que pasó dentro mío todos estos años.
Me resulta extraño ver las fotos desordenadas sobre la cama en la que duermo, o mejor dicho, en la que me las rebusco para dormir cada noche. Y aunque no entiendas bien a qué me refiero, digo que me resulta extraño porque no siento que en esos pedazos de recuerdos esté yo. O por lo menos el “yo” que mi memoria guarda como un tesoro. Quizás la respuesta esté en que ahora el espejo me devuelve una mirada que a veces desconozco, y el brillo que antes aparecía como por arte de magia se va desvaneciendo con la misma eficacia de un truco repetido en numerosas ocasiones. Vos dirás que es pura melancolía, y sí, tenés toda la razón del mundo.
Sólo que no sé si esta melancolía tiene ese efecto de amarga dulzura existente en las cosas que se anhelan pero que ya no se tienen. No sabría decirte cuál de todos es el sentimiento más acorde a lo que sucede en mí, pero ya sabés como soy, nunca logro ponerme de acuerdo conmigo mismo acerca de absolutamente nada.
Por si te interesa, ya no pinto más. Creo que es lo correcto. Un día me encontré llorando con un cuadro a medio terminar enfrente de mis ojos y decidí que debía acabar con todo eso. Desde ese instante traté de probar con cualquier otro pasatiempo. Intenté escribir poesía, pero como sabrás, siempre recaigo en las mismas metáforas estúpidas que aborrezco y que te obligué (debo pedir disculpas, no pude evitarlo) a aborrecer.
Con una pequeña cámara que me prestó un vecino del edificio, traté de grabar algunas imágenes, evocando los fragmentos de films de Truffaut que te empeñabas en repetirme una y otra vez.
Por supuesto, la devolución de la cámara fue inmediata. Vergonzoso. Pero dejémoslo ahí. Lo importante fue que volví a sentir que estabas dando vueltas en el aire. Sí, ya sé que no está bien hablar de eso ahora, que es tarde para todo. Lo tengo muy claro. El tema es que a esta altura de mi existencia, donde todos los senderos se vuelven uno y lamentablemente ya no parece hacerse efectiva la presencia de una tangente, creo que es hora de dejar una huella, bah, no sé si una huella porque suena demasiado grandilocuente, pero algo parecido a un mensaje, algo que me identifique y que tenga que ver con lo que fui y con lo que supongo que todavía soy.
Y sacando cuentas, dándole vueltas a todo el asunto, comprendí que no hay nadie más que vos en todo este gran baile que nunca supe bailar dignamente. Porque a tu manera, desde el otro lado del mar, a kilómetros y kilómetros de distancia, siempre fuiste mi único cable a tierra.
Seguramente cuando leas estos párrafos,  tu marido estará duchándose en el otro extremo de la casa y unos cuantos niños correteen por el hogar. Me da felicidad de sólo imaginarlo. Siempre fuiste  una mujer muy hermosa y no tengo dudas de que pudiste elegir al hombre que más quisieras porque nunca se te resistió ninguno. Te lo digo por experiencia propia. Caí rendido de inmediato.
Quién mejor que yo para hacer un recuento de tus encantos. Compartimos juntos la niñez, desde que te mudaste al barrio después de que tus viejos se separaron. También vivimos la dulce primavera de la adolescencia.
Nos descubrimos el uno al otro. Nos indagamos, nos recorrimos, nos enseñamos, nos lastimamos. Y fue ahí donde empecé a perderte, donde se escondió mi valentía para siempre y me olvidé que te quería, que valía la pena luchar incansablemente por cada segundo a tu lado. Me hice esclavo del miedo, me dejé ganar, lo sé y eso es lo que más duele.
No sabés que misterioso se ha puesto el otoño aquí en Madrid. Las hojas parecen flotar más de lo normal antes de terminar su descenso hacia el césped escarchado. Y mientras las veo llover, el sonido de las agujas del reloj se convierte en un eco oscuro.
Me fui a cualquier parte ¿no? Perdón.
Hace algunas semanas que no salgo de casa y me resulta difícil mantener una conversación sin perder el hilo conductor y derivarme por pasadizos de los cuales me cuesta salir airoso. Voy a ir al grano.
Te extraño.
Lo dije.
¡Cuánto pesaban esas palabras!
¿Por qué tan tarde? ¿Por qué ahora y no antes?
No lo sé. Supongo que por mi estupidez. Por no ver lo que era tan fácil de ver. O no. Tampoco podría precisarlo con claridad.
Lo que sí creo y si de algo estoy seguro es de que a pesar de los años y de no saber nada de vos ni vos de mí, hay un fuego que no se extingue. Una llama que se sostiene en la densidad de la noche.
Y cuando llueve en el balcón de este humilde departamento, siento que tu voz se escabulle entre las pesadas gotas. Y te escucho hablar, con el silbido de la “s” infiltrada entre los dientes, y en el labio inferior se me hace presente el tacto del lunar de tu espalda, que no querías que nadie viera, pero que se convirtió en mi debilidad. Él lo debe haber visto tantas veces ya. Aunque apuesto que no sabe que se te duermen las yemas de los pulgares cuando hacés el amor. No, no lo sabe. Como tampoco debe saber que tu silencio en un día de sol significa que echás de menos a tu perra Nina, que perdiste en unas vacaciones en un día así, espléndido, hermoso, sin una sola nube.  Y me jugaría lo que no tengo a que ni siquiera se imagina que odiás que te canten al oído, o que te pidan un abrazo, o que te recomienden enérgicamente una película, porque mientras más te la enaltecen menos la querés ver.
O quizás sí. Quizás sabe todo eso y yo tan sólo soy una sombra en tu cabeza. Una imagen desdibujada, sin contornos ni rellenos, una brumosa idea que desaparece con el correr de los minutos. Y mientras leés esta carta pensás que un loco se confundió de casilla, que se equivocó de persona y que jamás supiste nada de un tipo como yo, que nunca llegaste a conocerme.
Si eso pasa, si así sucede, te pido por favor que nunca me lo hagas saber. Prefiero seguir preso de esta locura que me permite sobrevivir, sabiendo que del otro lado del mundo, hay una razón para seguir despertándome, más no sea a base de una fallida memoria, que me hace recordar que algún día me amaste y que este cielo que ahora se ve tan gris, tal vez en un futuro se abra de par en par.
Gracias por ser y haber sido, todos mis motivos.
Con afecto,
Pedro.
PD: Me retracto, mi único motivo.