Por: Claudio Cuscuela
Seguramente no lo ves porque estás hechizada por el par de ojos que te devuelven la mirada desde la foto. Y está bien que no lo veas, porque no estás acostumbrada a detenerte en las cosas que no tienen importancia.
Es más fácil quedarte absorta, casi en blanco, paralizada por lo que domina el centro de la imagen, por lo que cobra relevancia instantáneamente.
Alrededor tuyo las horas se están destruyendo, quebrando en mil pedazos, pero sé que no vas a correr la vista por nada del Mundo.
Y no tiene sentido que el teléfono siga sonando, o que afuera el viento haga silbar las ventanas, o que las paredes estén descascarándose por la humedad. No tiene sentido que alguien te toque el timbre de tu casa, o que la ducha, que hace varios minutos dejaste abierta esté empezando a desbordarse.
No.
¿Por qué habría de tenerlo?
Si todo lo que necesitás está en esa foto que tenés entre las manos. Todo lo que vale la pena. Todo lo que sos. Todo lo que fuiste.
Y quizás podría decir, todo lo que vas a ser. Pero estaría mintiendo. O como te gusta decir a vos, estaría faltando a la verdad.
Porque hay algo más allá de ese pedazo de papel lleno de recuerdos. Hay algo que ahora vos no podés ver, algo que se esconde detrás de esa ceguera temporaria que ataca tu mente. Te juro que te entiendo. Sé que me pasaría lo mismo si estuviera en tu lugar.
Y es más, hasta te diría que no sé si podría contarla. Porque es una cuestión de costumbre, ¿no?
Eso de despertarse a la mañana y sonreír cuando vos sonreís, de mirar el jardín y pensar que estás del otro lado, esperando que el sol salga de detrás de una nube para que te caliente un poco las mejillas. O de escuchar tu voz colándose entre las sábanas. O de observarte en silencio cuando te quedaste dormida, y acariciarte el mechón de pelo que te cae sobre la espalda, como si de esa forma pudiera cuidarte, como si de esa forma pudiera alejarte para siempre de lo que pueda hacerte mal.
Y sin embargo, no puedo. Porque hay cosas que a veces no tienen respuesta. Cosas que nunca voy a saber por qué pasan.
Por qué tuve que salir antes esa mañana, por qué no te dije cuánto te amaba antes de cerrar la puerta. Por qué discutí con vos por semejante estupidez. Y por qué me tomé ese colectivo.
Pero ahora ya no puedo cambiar nada, y tampoco quisiera hacerlo. Lo que sucede, siempre es por una razón.
Y me da bronca que sigas aferrada a esa foto, porque esos ojos que te mantienen atada a ellos ahora te observan desde otro sitio, y te van a observar hasta que la Tierra siga girando. No sirve de nada que sigas ahí, congelada, te aseguro que no.
Eso que no ves, eso que existe más allá de los ojos que mirás, eso sos vos.
Sos vos levantándote a la mañana y caminando por la casa. Sos vos haciéndole el café con leche a tus hijos. Sos vos despidiendo a tu marido. Sos vos empezando de nuevo, apostando otra vez a la vida. Sos vos que me da la felicidad de saber que seguís adelante.
Sos vos volviendo a esperar que el sol te caliente las mejillas, para sonreír desde el otro lado del jardín.
Por eso mientras guardás la foto, mientras te secás las lágrimas, yo te abrazo aunque vos no te des cuenta.
Y te digo al oído que ya está. Que es mejor así.
No sabés cuánto te amo.
Perdón por esa mañana.
Perdón por irme tan pronto.
Perdón por convertirme tan sólo en unos ojos mirándote desde una foto vieja.
Seguramente nos volvamos a ver. Lo sé.
Pero ahora está sonando el teléfono, o el timbre, no sé bien, porque me voy alejando, y la ducha está desbordando un poco, y tenés tantas cosas por hacer, tanto camino por desandar.
Gracias por todo.
No te digo chau, ni hasta luego, porque no nos gustan las despedidas y además voy a estar por acá.
Ah, me olvidaba, mejor cerrá la ventana que sino el viento va a seguir silbando hasta el cansancio.
¿Viste?
Afuera ya salió el Sol. Qué lindo es verte sonreír.