Por una Constitución que nos representa a Todos

#DerechoPolítico

Cuando se observan las crónicas políticas de los diarios nacionales, uno se encuentra con que la oposición cerró filas con un contundente NO a la posibilidad de una reforma constitucional.   Lo que debe tenerse presente es el proceso exigido para concretar una enmienda al texto, así como también es necesario poner en funcionamiento los mecanismo establecidos en la propia Constitución, los cuales no son tan fácil de sortear por cuanto se exigen mayorías especiales, en cada una de las Cámaras, y posteriormente deben elegirse constituyentes para llevar a cabo la misma.

Una reforma implica la alteración del “status quo” constitucional, es decir que cuando hablamos de modificar el texto no debemos perder de vista que la eficacia de una Constitución está estrechamente ligada a su perdurabilidad y, principalmente, como ésta logra adaptarse a la realidad social en su conjunto, esto es en los aspectos económicos, políticos y sociales de los individuos que la integran. La capacidad de nuestra carta fundamental se encuentran entrelazada indefectiblemente a la adecuación de ella, con los objetivos y necesidades de la sociedad.

Por ello, hablar de una reforma constitucional es no entender la responsabilidad que significa tal proceso y que la misma debe ser el fruto del debate  y de la búsqueda de consensos que conlleven un objetivo común: el de dotar a nuestra constitución de nuevas herramientas, de cumplir con  las nuevas exigencias, a la modernización y a ser el fiel reflejo de las expectativas de una comunidad. Una reforma no puede ser el resultado de las necesidades políticas de un sector o grupo de interés que pretende llevar adelante para complacer una coyuntura.

Mejorar las instituciones de la república y perfeccionar la democracia no son cuestiones que puedan resolverse con recetas mágicas, el presidencialismo no es malo per se, pero no podemos creer que el parlamentarismo soluciona los problemas de la democracia; a la Constitución actual le sobran derechos, protege las libertades y tiene en los instrumentos de derecho humanos una complementación al sesgo social que posee, así una reforma constitucional sin una verdadera discusión, con debates y con búsqueda de consensos es una construcción precaria, frívola, y por ende, destinada al fracaso.

Pareciera que cada gobierno constitucional, desde 1948 a la fecha, quiere dejar su impronta en la Carta Fundamental, de tal forma caminamos por la cornisa y vamos hacia una nueva frustración como sociedad. Si hacemos una mirada introspectiva de nuestra historia nos daremos cuenta el mal que le han hecho las reformas de un sólo color a nuestro país. Los problemas de los argentinos no se solucionan con una reforma constitucional, se solucionan con mayor democracia, con la profundización de los controles, con el correcto funcionamiento de cada uno de los poderes y con la buena utilización de las herramientas que provee sabiamente la Constitución actual. Si existe madurez política, este tema pasará al archivo, en caso contrario se estará hipotecando una vez más el futuro.